El secreto y la democracia
Puede que no exista práctica más contraria a la democracia que la del secreto. Si quien detenta el poder no es transparente, no informa o no está obligado a hacerlo según procedimientos institucionales establecidos para ello, pues, entonces el pueblo no cuenta con la información suficiente para participar de forma pertinente.
La reciente enfermedad del Presidente y el misterio que la ha rodeado no es sino un ápice, una pequeña muestra sobre esa mala costumbre que tiene esta administración de no informar nada, o de dar cuenta sólo de lo que cree que políticamente le conviene. Uno de los rasgos no democráticos de nuestro gobierno consiste en plantarse opacamente ante sus electores y no querer darle explicaciones a nadie, sea sobre sus actos administrativos, o incluso sobre su vida personal (las personas públicas deben dar cuenta hasta de su cotidianidad), suponiendo, además, que está en todo su derecho de así hacerlo.
Por cosas como esas es que en el último informe de Transparencia Internacional Venezuela aparece entre los últimos diez países con mayor percepción de corrupción en su administración pública y, en consecuencia, formamos parte de los países del mundo que menos transparentes son frente a sus ciudadanos.
Los discursos épicos y grandilocuentes que acompañan como muletillas a los funcionarios que recitan al desmemoriado país que “actualmente, como nunca antes” se hace tal o cual cosa, para inmediatamente sacar una ristra de ejemplos del pasado, hoy más bien tendrían que decir que “como nunca antes” se les han ocultado tantas cosas a los venezolanos. Desde las nimiedades más simples, como saber cuánto petróleo produce el país, hasta cuáles son los negocios y los acuerdos a los que se llegan con los empresarios de nuestros nuevos socios.
En la tradición socialista, el secreto era visto como un instrumento de los funcionarios del Estado burgués para ocultarle al pueblo los derroteros de su destino. Específicamente, en cuanto a la guerra y la paz, el secreto en las relaciones diplomáticas era lo más repugnante que un socialista advertía de dicho Estado. Para éstos, las confrontaciones bélicas en buena parte eran el resultado de una agenda internacional que permanecía oculta al pueblo.
No sabemos mucho sobre la institución del secreto en las relaciones internacionales de nuestro país, pero lo que sí es cierto es que el secreto y la opacidad de la gestión pública sólo han contribuido a que tengamos una administración con serios indicios de corrupción y claras constataciones de ineficiencia.
Contrariamente a lo que podría pensarse, las nuevas tecnologías, lejos de crear condiciones para incrementar el acceso a la información, parecen en cambio opacarlas aún más. Cuando funcionarios de altas posiciones despachan en menos de 140 caracteres datos sobre los actos públicos y de Estado que requerirían de mayores datos y especificidades, lo que están es sustituyendo para ocultar, por medio de un simple tweet, lo que en otras circunstancias y en otros tiempos habría dado para una interpelación, una rueda de prensa o al menos una entrevista libre en un programa de televisión.
La práctica del secreto es contraria a la democracia y, para cuando se pueda, habrá que restringirlo al máximo, tal y como ocurre en cualquier país serio, transparente y democrático.
- 7 de noviembre, 2012
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