Cesare Battisti, por ahora, en libertad
El último día de su segunda presidencia -lo que no es casual- el ex presidente “Lula”, del Brasil, consumó una de las peores injusticias con impacto internacional de los últimos tiempos: denegó la extradición a Italia de un sicario asesino, Cesare Battisti, que Italia reclamaba desde que había sido condenado a prisión por su justicia por haber asesinado a cuatro personas a finales de la década de los 70, cuando militaba en las filas del movimiento terrorista-marxista italiano denominado: “Proletarios Armados por el Comunismo”.
Entre ellas, un joyero y un carnicero que habían decidido no ceder a sus extorsiones. Dos civiles inocentes, entonces, que murieron sin razón alguna víctimas del fanatismo ideológico desbordado de su asesino. En el atentado en que falleciera el referido joyero, Pierluigi Torregiani, ocurrido el 16 de febrero de 1979, su hijo (que aún vive su pesadilla) fue también acribillado y perdió su movilidad para toda la vida, debiendo vivir paralizado en ambas piernas. “Lula” no se conmovió un instante por esto y cedió, en cambio, a la intensa presión de los “compañeros de ruta” de Battisti, decidiendo liberarlo. Insólitamente y de espaldas a la ley y a la justicia.
Italia había solicitado oportunamente a la Corte Suprema del Brasil que examinara la legalidad de la increíble decisión de “Lula”. Y lo hizo, sosteniendo que la postura del Ejecutivo supuso ejercitar facultades discrecionales del presidente del Brasil.
Battisti, de 56 años de edad y sin canas, salió así del penal de Papuda, emplazado en las cercanías de Brasilia, y pasó su primera noche en libertad en compañía de su novia brasileña, una joven de 26 años. Había triunfado en su larga lucha por evitar asumir la responsabilidad que le correspondía por los asesinatos cometidos en su tierra natal: Italia de la que escapara en 1981. Una vergüenza sin nombre, sin duda alguna.
Las pretendidas explicaciones en las que fundara su decisión el ex presidente “Lula”, que conforman un verdadero insulto a Italia y a los italianos son de no creer. Lamentables. Porque no sólo son una afrenta a la verdad, sino también una ofensa dura a la memoria de las víctimas fatales del accionar de Battisti, agraviando de paso a las víctimas del terrorismo que tienen que vivir con el drama de sus lesiones irreparables para siempre y a los familiares de todas esas víctimas a las que se decidió no considerar. Como suele suceder, aún fuera del Brasil, con las víctimas del terrorismo, a las que normalmente se deja flotar abandonadas a su suerte. Como si no existieran, ni importaran, pese a que el derecho internacional declara protegerlas.
Porque esas explicaciones son simplemente una monumental y condenable falsedad: Battisti no era “un noble combatiente por la libertad”, sino un asesino. Y en Italia, en los 70, no existía ninguna “semi-dictadura” que pudo haber convertido a un desalmado asesino en una suerte de héroe con vocación de mártir. Pero, además, porque en la década de los 70 no había en Italia una pretendida “guerra civil” en la que, desde el gobierno, no se respetara el derecho. Todo lo contrario, Italia superó la extorsión terrorista que sufriera durante los llamados “años de plomo” dentro del marco de la ley y respetando el derecho. Pese a que los terroristas -como ocurriera entre nosotros- también allí asesinaron a magistrados y abogados. Así de claro.
Dilma Rousseff -que alguna vez militara en la guerrilla marxista- manifestó durante el proceso electoral “no estar de acuerdo” con la visión de “Lula” respecto de Battisti. Pero ahora no tuvo siquiera un minuto de su precioso tiempo para acordarse de las víctimas de Battisti con una mera palabra que expresara respeto, compasión y comprensión de sus circunstancias.
Así es la realidad. El origen etimológico de la palabra “víctima” viene de “persona o animal destinado al sacrificio”. Las víctimas civiles del terrorismo lo son, pero lo cierto es que ni siquiera eso les es reconocido.
La sociedad, presa de una mezcla de miedo y de falso romanticismo, parece preferir conceder impunidad a los terroristas por sobre la compasión y atención a sus víctimas, lo que es una verdadera vergüenza. Y constituye una actitud social enferma. Pero es la prevaleciente, lo que ofende a la dignidad misma del ser humano.
La decisión de “Lula” -más allá del humo producido ex profeso para tratar de ocultar su verdadero significado- viola abiertamente normas específicas del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, lo que no puede olvidarse en momentos en que Brasil procura obtener un asiento permanente en ese organismo, cuyas normas mientras tanto burla.
Pero el sicario Battisti no podrá dormir profundo. Ocurre que Italia estudia la alternativa de llevar a Brasil ante la Corte Internacional de Justicia por haber violado -escudado en una decisión presuntamente política, por oposición a jurídica- el tratado de extradición suscripto con Italia.
En La Haya las cosas pueden –y deben– ser diferentes. La comunidad internacional tiene así una oportunidad más para hacer justicia y no condonar asesinatos a mansalva de civiles inocentes.
Si esto ocurre habrá que ver cual es la estrategia que sigue Brasil, ahora con Antonio Patriota en el timón de sus relaciones externas, un hombre que es bien diferente al inefable Celso Amorín, que presumiblemente estuvo de acuerdo con “Lula”, lo que se deduce al menos de su inexplicable silencio sobre este tema.
Emilio J. Cárdenas fue Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
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