Un viaje a la barbarie
SALAMANCA. – Uno abre el periódico por la mañana esperando encontrar la ampliación de lo leído el día anterior, pero sorpresivamente saltan a la vista los protagonistas de la historia que se está escribiendo hoy mismo, en este momento; protagonistas cuyos nombres ni siquiera sabemos pronunciar porque desconocemos el idioma y porque, de conocerlo, el solo pronunciarlo nos produciría una incontenible repugnancia.
Ratko Mladic, serbobosnio, jefe de Estado Mayor del Ejército de la República Serbia durante la Guerra de Bosnia, entre 1992 y 1995, nació en un pequeño pueblo que hoy es territorio de Bosnia-Herzegovina. Buscado por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, con sede en La Haya, por fin fue apresado y enviado a los Países Bajos para ser procesado por algunos de sus delitos más graves: complicidad en genocidio, genocidio, persecuciones, exterminación y asesinato, deportación, actos inhumanos, infligir ilegalmente terror a civiles, trato cruel, ataques indiscriminados contra la población civil y toma de rehenes.
Pero sus dos “obras cumbres” están marcadas por el sitio que estableció sobre la ciudad de Sarajevo, y un asesinato en masa en Srebrenica, empujado por la idea de realizar una “limpieza étnica” de modo que en la región solo quedaran “serbios puros”. Nada de musulmanes ni etnias diferentes a la suya. En julio de 1995 entró al frente de sus hombres a Srebrenica y ordenó que se formaran tres grupos: uno de hombres, otro de mujeres y el tercero de niños, logrado lo cual, ordenó que se disparara sobre ellos: entre el 10 y el 11 de ese mes, los hombres de Mladic mataron a más de ocho mil personas, lo que muchos consideran la mayor matanza que se haya realizado en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Este asesinato se llevó a cabo bajo la mirada complaciente de los cascos azules de Naciones Unidas, grupo de soldados de los Países Bajos que, casualmente, simpatizaban con el presidente Slobodan Milosevic, presidente de Serbia y que por su participación en crímenes de guerra se ganó el sobrenombre de “el carnicero de los Balcanes”. Milosevic murió en una celda de la cárcel de La Haya donde iba a ser procesado por sus crímenes, aparentemente de un ataque al corazón.
La matanza de Srebrenica se mantuvo en secreto por el triste papel que desempeñaron los cascos azules de Naciones Unidas. El 21 de agosto, a poco más de un mes de aquel crimen, llegó a Sarajevo el escritor y periodista español Juan Goytisolo, que fue testigo presencial “del asedio medieval, pero con armas modernas de Sarajevo”, y habló con los pocos sobrevivientes que habían quedado de la matanza de Srebrenica. Además de las crónicas periodísticas que publicó en el diario “El País” de Madrid, reunió sus experiencias en un libro no muy extenso: “Cuaderno de Sarajevo. Anotaciones de un viaje a la barbarie” (Ediciones El País / Aguilar, Madrid, 1993). Su lectura es un transitar angustiante, doloroso, porque es “retrotraernos a épocas de barbarie que creíamos desaparecidas para siempre en Europa desde la derrota del nazismo”.
Los datos oficiales que ofrece son estremecedores: “140.000 muertos (de ellos 9.040 en Sarajevo), 151.000 heridos (53.095 en Sarajevo), 1.835.000 personas desplazadas, 156.000 detenidos en campos de concentración serbomontenegrinos, 12.100 paralíticos e inválidos (de ellos 1.280 niños, una cifra aproximativa de 38.000 mujeres violadas” (p. 31).
El objetivo de las tropas de Mladic era llevar la limpieza étnica no solo a través de crímenes, sino también del terror en la población para que los “indeseados musulmanes” abandonaran el territorio de lo que debía convertirse en la Gran Serbia. Lo que relata Goytisolo le hiela la sangre a cualquiera, menos a ese pequeño grupo de ultranacionalistas serbios que, ante la extradición del general a La Haya, se manifestaron en la calle protestando por la detención de un “héroe”. Este es el balance de muerte y horror provocado por quienes quisieron inflamar el sentimiento nacionalista de sus ciudadanos y crear una nación como la que se venía soñando a través de mitos que se remontan al siglo XIV, la creación de un imperio y luego su descomposición y la derrota del príncipe Lazar en la batalla del Campo de los Mirlos. Una lección muy dura sobre a qué conducen los ultra nacionalismos.
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