La oscura alma de la tiranía
El tema de la concentración de poder en manos de un solo individuo y el abuso que del mismo hace ha sido objeto de análisis por parte de la filosofía política dentro del contexto del pensamiento occidental. A los efectos, en los albores de la Ilustración el filósofo inglés John Locke destacó la esencia de la tiranía en el Segundo Tratado del Gobierno Civil, en cuyas páginas puede leerse lo que sigue: “Si la usurpación es el ejercicio de un poder al que otra persona tenía derecho, la tiranía es un poder que viola lo que es de derecho; y un poder así nadie puede tenerlo legalmente. Y consiste en hacer uso del poder que se tiene, mas no para el bien de quienes están bajo ese poder, sino para propia ventaja de quien lo ostenta. Así ocurre cuando el que le gobierna, por mucho derecho que tenga al cargo, no se guía por la ley, sino por su voluntad propia”.
En uno de los pasajes de su libro La Democracia en América, escrito en el siglo XIX, Alexis de Tocqueville prefiguró nuevas formas de tiranía que podrían afectar en el futuro la democracia, en torno a lo cual enfatizó de esta manera: “creo que la especie de opresión que amenaza a los pueblos democráticos no se parecerá en nada a los que hubo en el mundo antes que ella; nuestros contemporáneos no podrían encontrar su imagen en sus recuerdos. Yo mismo busco en vano una expresión que reproduzca, exactamente, la idea que me hago de ella, y la encierre. La cosa es nueva y hay que tratar, pues, de definirla, ya que no puedo bautizarla”. La percepción de Tocqueville tomó nombre y apellidos en el siglo XX, en el que el alma oscura de la tiranía se encarnó en el cuerpo del totalitarismo que en nombre de la raza, el pueblo o la lucha de clases se desparramó por el mundo. Ya no solamente era una tiranía al estilo griego o romano; ahora, el Estado omnipotente se convertía en el gran tirano, acompañado por una buena dosis de fanatismo político. Bien lo avizoró igualmente en el siglo XIX el filósofo Federico Nietzsche en su obra Así habló Zaratustra al manifestar con alarma: “Estado es el nombre que se da al más frío de todos los monstruos. El Estado miente con toda frialdad, y de su boca sale esta mentira: ‘yo, el Estado, soy el pueblo”. Cuestión que a su tiempo ha corroborado todo el imaginario de líderes populistas y totalitarios, hasta hoy.
Vale, dentro de esta reflexión que nos ocupa, hacer mención del libro Perfiles ético-políticos de la sociedad actual, del catedrático en filosofía política F. Javier Blázquez-Ruiz, de la Universidad Pública de Navarra, quien desarrolla en su obra un acucioso enfoque sobre el tema. De esta forma, manifiesta el escritor que “el ejercicio de la tiranía no genera en la práctica, y lamentablemente, sino capricho y arbitrariedad. Lo propio de la actitud irracional que la caracteriza no es en ningún momento interesarse, preguntar o dudar, sino más bien exclamar, conjugar siempre el imperativo, o lo que es lo mismo, impartir órdenes y mandatos. O se afirma o se niega. Es obligado o está prohibido”.
Seguidamente, en su análisis el docente explica: “A la ceguera de la tiranía y el despotismo le acompaña con frecuencia el vigoroso fanatismo, que a veces roza con la infantil superstición.El fanatismo, enemigo atroz y beligerante de cualquier modalidad de discurso o diálogo que promueva el consenso o la concordia, se manifiesta y avanza como un tumor maligno que va invadiendo y desvitalizando cada una de las partes del cerebro. Actúa como el óxido, con el paso del tiempo deteriora y corroe la mente”. Plantea, en consecuencia, Blázquez-Ruiz que “la creencia apasionada tiraniza el pensamiento y le impone sus arbitrarias decisiones. Así, la fuerza de la razón es sustituida por la disciplina y obediencia rígida que ignora las posibilidades del diálogo”. Concluyamos evocando unas palabras de don Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca, a los promotores del fanatismo y la tiranía: “Ganaréis porque os sobra la fuerza bruta. Pero no convenceréis, pues para convencer necesitáis persuadir y para persuadir necesitáis lo que falta: razón y derecho en la lucha”.
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