Argentina: La inflación, Moyano y Brasil
La semana que pasó estuvo marcada por el enfrentamiento de la Presidenta con su socio, el piantavotos de Moyano, y por el enfrentamiento del Gobierno argentino con nuestro socio comercial más importante en el sector industrial, Brasil.
Aunque parezcan dos hechos diferentes y aislados, ambos tienen un común denominador: la elevada tasa de inflación y sus consecuencias directas sobre la macroeconomía argentina.
El “modelo” hace rato que se ha reducido a una maquinaria de gasto populista tendiente a ganar votos mediante la fiesta de acelerar la demanda, en un contexto en donde la oferta local está llegando a su límite. (Les recuerdo, además, para que no se digan tonterías, que, en el corto plazo, cualquier intento de aumento de oferta local mediante inversión es mayor demanda y mayor problema. Cuando una empresa decide ampliar su fábrica, primero demanda más insumos, más trabajadores, más máquinas.
Y sólo cuando termina la inversión y se pone a producir más, aumenta la oferta. Por lo tanto, ningún problema de exceso de demanda se arregla, en el corto plazo, con inversión que es… más demanda.)
Sigo. Este exceso de demanda por sobre la oferta se traduce en mayores importaciones y en mayores precios, en aquellos casos en donde no se puede importar –servicios o bienes cuyas importaciones están limitadas o prohibidas, o cuyos sustitutos locales están “promocionados” con sobrecostos para los consumidores.
Por lo tanto, este exceso de demanda impulsado desde la política macroeconómica se refleja en el balance comercial con importaciones creciendo por encima de las exportaciones, y en los precios internos con subas bien por encima de la inflación regional e internacional. A su vez, como la tasa de inflación supera con creces la evolución nominal del dólar, el tipo de cambio real está cayendo, lo que aumenta todavía más la demanda por importaciones, dado que cae su precio relativo respecto de los productos locales (aunque ello modera la inflación).
Ahora bien, una elevada tasa de inflación se traduce en un mayor poder sindical, dado que los representantes gremiales son los que pueden “defender” el salario real de los trabajadores, más en un contexto de cuasi pleno empleo. (Hoy el desempleo está ligado, básicamente, a falta de educación o capacitación y a una productividad del desempleado muy inferior al costo laboral promedio.) En otras palabras, cuando la inflación es baja “me defiendo solo” negociando con mi empleador. Cuando es alta, dado que también para el empleador es un problema serio porque pierde competitividad ante los productos importados, necesito un representante que negocie por mí y, por supuesto, cuanto más consiga, más “exitoso” es.
La llamada “puja salarial” y la elevada “dispersión de precios”, que argumenta el Gobierno, es “hija” de la elevada inflación, es consecuencia. No hay puja distributiva ni dispersión de precios con baja inflación. El Gobierno está reconociendo, implícitamente, que la inflación es tan alta como lo sugieren los “conspiradores” privados.
Asimismo, en esta batalla por aumentar los salarios, el sindicalismo adopta las mismas reglas que el Gobierno en sus propias batallas: “El vale todo”. Se trata, insisto, de una lucha por el poder. En cuanto a las importaciones, como se expresara, el problema no es Brasil; el problema somos nosotros. Si no vinieran de Brasil, las importaciones vendrían de Estados Unidos, de Francia, o de cualquier otro lado. Porque lo que aquí falta por exceso de demanda, de algún lado hay que traerlo. Y entonces se da la paradoja.
El Gobierno limita las importaciones para evitar las consecuencias de su propia política sobre el saldo de dólares y las reservas libres (con las que se paga deuda externa), y “reta” a sus socios sindicales porque usan su propio método del “vale todo” para pedir aumentos salariales en línea con la inflación que el propio Gobierno ha creado. Pero cuando limita importaciones –además del riesgo de represalias que estamos viendo–, presiona más sobre los precios locales y aumentan las demandas salariales y la pérdida de competitividad de los industriales locales.
En síntesis, lo que estamos viviendo son los síntomas de un modelo económico que se agota y de un modelo político en donde los autoritarismos se pelean a su “estilo” por el poder futuro.
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