Se hizo justicia
Aunque se ha convertido en un sitio de atracción turística, el sitio posee un aire dramático, las flores dejadas sobre las aceras frente al cuartel de bomberos y en una de sus paredes las pequeñas fotografías de las decenas de bomberos que murieron cumpliendo con su deber. Hay algo de siniestro que será muy difícil de alejar incluso cuando estén terminados los edificios que se construyen en el mismo sitio. Diez años son muy pocos para disipar el horror demencial que produjo el atentado.
El grupo criminal liderado por Osama bin Laden, Al Qaeda, tiene muchas reminiscencias de la Secta de los Asesinos que fue creada por Hasan as-Sabbah hacia 1090. Su teoría era que los crímenes que cometían los miembros de la secta debían ser en sitios muy concurridos para que cumpliesen su doble cometido: deshacerse de un enemigo y servir de ejemplo. Los miembros de esta secta casi nunca actuaban solos, pues si fallaba uno actuaba el segundo. As-Sabbah había convencido a sus seguidores de que si morían matando a un enemigo, eran “mártires” y entraban directamente al cielo. Se cuenta que una persona interesada en contratar sus servicios le preguntó a As-Sabbah si era cierto que sus hombres le obedecían ciegamente; le dijo que sí. Llamó a uno de ellos y le dijo que se tirara desde lo alto de la muralla. Y el hombre se tiró.
Osama bin Laden convenció también a sus seguidores de que si eran “mártires” entraban directamente al cielo. Y los mandaba a autoinmolarse con cargas explosivas rodeándoles el cuerpo. Extraño dios el de Bin Laden que acepta tal sacrificio. En este momento sus “mártires” deben estar en el infierno recibiendo a Bin Laden para aumentar sus tormentos al haber sido tan suciamente engañados.
Se sabe lo que sucedió a la llegada del Grupo Seals (Sea, Air, Land) a la lujosa residencia donde se escondía Bin Laden, pues Barack Obama, desde la Casa Blanca, vio toda la operación, con imagen y sonido. Bin Laden, el que mandó a centenares de seguidores a una muerte horrible y que mató a miles, de manera también horrible, al ver que corría peligro, lo primero que atinó fue refugiarse atrás de una mujer; la utilizó como escudo. Murieron ambos.
Este es el coraje de quienes creen actuar en nombre de Dios, que Dios les ha encomendado la tarea de poner en orden un mundo que, a estas alturas, parece que ni Dios ya lo arregla.
Es de esperar que la muerte de este criminal demente ayude a recomponer las relaciones entre Oriente y Occidente, que los musulmanes no despierten ninguna sospecha en el ciudadano de a pie, que la famosa “guerra de civilizaciones” que auguraba Hunttington quede allí, entre las páginas de su polémico libro. Que el representante republicano por Nueva York, en Washington, desarme su “Comisión Investigadora de la Radicalización de los Musulmanes en Estados Unidos”, que la Sarah Palin deje de alborotar a la gente porque los musulmanes construyen una mezquita en Nueva York, cerca de la Zona Cero. Al contrario de lo que la gente dice, quizá sea el lugar más apropiado para la construcción de este templo, donde se honre la memoria de los tres mil muertos que produjo la demencia, no una doctrina religiosa.
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