Chile y el Canal de la Mancha

Nada parece afectar el entusiasmo de los inversionistas por América Latina. Ni la incertidumbre política en la Argentina, ni el choque de populistas en el Perú, ni la violencia mexicana. La consigna del momento, repetida una y otra vez por periodistas y gurús, es que nuestra región está en movimiento y que el futuro es latinoamericano.
Los académicos son un poco más cautos, y tratan de entender cuáles son las modernizaciones necesarias para que este entusiasmo se transforme en realidad y para que el crecimiento regional sea alto y sostenible en el tiempo.
Los análisis más iluminados se centran en reformas institucionales que aseguren el respeto de la ley -lo que los ingleses llaman "the rule of law"-, reduzcan la corrupción y ayuden a resolver disputas jurídicas en una forma justa, pronta y transparente. Muchos expertos han notado que Latinoamérica va a la zaga de otras regiones en lo que a fortaleza institucional se refiere -esto es especialmente cierto respecto de la independencia, probidad e independencia del sistema judicial.
Como lo plantea Citibank en un nuevo informe que está causando sensación, las reformas institucionales son urgentes, y sin ellas el sueño latinoamericano no será más que una ilusión. (El informe se titula Global Growth Generators (3-G), y en él se argumenta que el concepto de los Bric está pasado de moda y no agrega nada al debate sobre las economías emergentes).
Esta semana, una serie de intelectuales se reunieron en Buenos Aires para discutir el futuro económico, político y social de la región. El convocador fue el capítulo latinoamericano de la Mont Pelerin Society, y el programa fue organizado por el presidente de la Fundación Libertad, Gerardo Bongiovanni. Entre los participantes se encontraban los premios Nobel Mario Vargas Llosa y Gary Becker. Además, participaron activamente Carlos Alberto Montaner, Alberto Benegas Lynch, Jorge Edwards, Alvaro Vargas Llosa, Deepak La, Andrei Illaroniov y muchos más.
Mario Vargas Llosa defendió, con la pasión y elocuencia de siempre, las instituciones de la libertad y de la democracia. Tanto en su discurso formal, el martes en la noche, como en conversaciones en los recesos y en entrevistas de prensa, el premio Nobel manifestó su preocupación por el futuro del Perú y su optimismo por la región como un todo.
La conferencia fue inaugurada por Claudio Véliz, el gran historiador chileno y profesor emérito de la Universidad de La Trobe en Melbourne, Australia. En un discurso precioso y repleto de alusiones históricas, Véliz planteó una tesis fundamental. Según él, el Canal de la Mancha es la extensión marítima más grande del mundo.
Claro, esta no es una aseveración geográfica; es una referencia a la enorme brecha cultural e institucional entre el Reino Unido y el continente europeo. Mientras que, a partir de la Revolución Gloriosa de 1688, en Inglaterra se establece una democracia representativa, en Europa continental, y a pesar de la revolución francesa, se alternan, hasta mediados del siglo XIX (1848), el autoritarismo y los intentos democráticos. Pero más importante que eso, mientras en Inglaterra se desarrolla un sistema judicial basado en el "common law", a partir del temprano siglo XIX, Francia -y su zona de influencia, incluyendo Latinoamérica- empieza a ser reglamentada por el rígido, alambicado y burocrático código napoleónico.
Véliz ya había incursionado en estos temas en varios de sus libros. En particular, en su monumental The New World of the Gothic Fox argumentó que la gran diferencia en el nivel de desarrollo económico entre América latina y América del Norte tiene que ver con las instituciones creadas durante el período colonial.
Para ilustrar esta idea, Véliz utilizó la fábula del zorro y el erizo. Según él, las colonias de Norteamérica eran curiosas, ágiles y dinámicas como el zorro. En contraste, las colonias españolas eran como el erizo y tenían una -y tan sólo una- obsesión: la defensa de la fe católica ante los embates de los protestantes y de la reforma. En el norte del continente, por tanto, se establecieron instituciones descentralizadas y autónomas, altamente democráticas y autosuficientes, que facilitaban las actividades del "zorro". En particular, estas instituciones promovieron los desarrollos científicos y tecnológicos relacionados con la revolución industrial. El "erizo" español, en contraste, construyó instituciones rígidas y sumamente centralizadas, que le permitían alcanzar su objetivo evangelizador y religioso. Al final, las diferencias institucionales fueron fundamentales: centralismo vs. descentralización, autoritarismo vs. democracia, corrupción vs. transparencia, burocracia vs. eficiencia, economías estatales vs. emprendimiento, conservadurismo vs. liberalismo.
Dentro del contexto de esta discusión, la experiencia chilena provocó gran interés entre los asistentes a esta conferencia. Una sesión completa fue dedicada a los avances de nuestro país, y el ministro Cristián Larroulet dio un discurso que fue aplaudido con entusiasmo por los participantes. No cabe duda que, más de 20 años después del regreso de la democracia, Chile es la estrella más brillante del firmamento latinoamericano. Pero también quedó patentemente claro que, a pesar de los esfuerzos de los gobiernos de la Concertación y de la actual administración, nuestra travesía del Canal de la Mancha aún no ha terminado. Faltan reformas fundamentales para poder avanzar por la senda de la modernidad.
Entre otras cosas, es necesario fortalecer la democracia. Al respecto, las reformas políticas impulsadas por esta administración son tímidas y no amplían verdaderamente los ámbitos de la libertad. Algunos ejemplos: las primarias que se han sugerido son voluntarias, en vez de obligatorias y vinculantes. Al mismo tiempo, los esfuerzos de descentralización son limitados e incompletos, como lo es el proyecto de dar derecho a voto a los chilenos residentes en el extranjero. Pero eso no es todo: aún no hemos visto reformas económicas profundas que vuelvan a producir un salto en la productividad y una aceleración permanente del crecimiento.
Pero creo que es el ámbito de la educación universitaria donde la brecha del Canal de la Mancha es particularmente amplia y preocupante. En Chile, como en el resto de la región, el sistema universitario está basado en el modelo rígido y profesionalizante de Europa continental; un sistema anquilosado, que no tiene cabida en el mundo vertiginoso del siglo XXI. Seguimos formando especialistas, cuando lo que se necesita son generalistas con espíritu crítico y capacidad de resolver problemas complejos y cambiantes sobre la marcha. Es imperdonable, por ejemplo, que nuestros mejores estudiantes -los que siguen Medicina, Ingeniería, Economía o Administración de Empresas- dejen de estudiar filosofía, literatura, historia y otras disciplinas humanistas cuando llegan a la universidad.
Si queremos alcanzar el desarrollo, es de esencia revolucionar la enseñanza superior ahora mismo, impulsando la educación liberal, cuya cuna está en Oxford y Cambridge. Ya no sirve formar "erizos" de mentes estrechas y conocimientos obtusos. Lo que necesitamos son miles y miles de "zorros" que transformen a nuestro país en una incubadora de proyectos, ideas y emprendimientos. Sólo así alcanzaremos la prosperidad que perseguimos desde hace ya tanto tiempo.
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