La semana en Latinoamérica
Nuestra región es siempre prolífica en materia de acontecimientos, la mayoría de escasa resonancia más allá de nuestras fronteras, pero que afectan a los pueblos donde ellos se producen. Tal es el caso, por ejemplo, del tan sonado Sexto Congreso del Partido Comunista de Cuba.
Resulta difícil clasificarlo, ya sea como sainete o pantomima, pero el caso es que solo sirvió para reafirmar a la gerontocracia partidaria que controla la vida diaria de los cubanos y “elegir” a quien gobierna el país para reemplazar al “gran timonel” en la dirigencia del partido. La sucesión dinástica tampoco fue novedad, ya que Fidel había anunciado que dejaría el cargo de primer secretario de la única colectividad política autorizada para funcionar en la isla y la lógica indicaba que no podía ser otro que Raúl.
Con igual lógica, sus tan cacareadas “reformas económicas” fueron aprobadas por unanimidad y el partido espera que ellas servirán para remozar el sistema socialista y darle un nuevo impulso a la revolución, que viene perdiendo aire desde hace rato. Obviamente, los acuerdos del congreso no han logrado despejar la incredulidad y el pesimismo de los cubanos, que los consideran meramente declamatorios y que no afectarán el fondo y la verdadera naturaleza de los problemas que enfrenta el país.
No es cuestión de actualizar el socialismo, pues precisamente las penurias que sufre Cuba son la consecuencia de su implantación, que además se hizo a sangre y fuego y con un costo social incalculable, como lo atestigua la separación familiar y el doloroso exilio. El sistema no tiene arreglo y la experiencia allí y en otras latitudes lo confirma; en este contexto, las famosas reformas no pasan de ser una herramienta de propaganda cuya inefectividad quedará luego al descubierto.
Aunque cueste aceptar, no hay duda que Chávez ha logrado tener una influencia decisiva en nuestro continente y hasta aquellos que parecían más duros -como el mandatario colombiano- han caído rendidos o se amilanan ante sus exabruptos. Ello ha quedado una mas de manifiesto con el retorno de Honduras a la OEA.
El charlatán bolivariano junto con los demás socios del ALBA y otros compañeros de ruta, han ejercido una suerte de veto contra el gobierno del Presidente Lobo, cuya legitimidad todavía se resisten a reconocer. Aparentemente, los buenos oficios del Presidente Santos, que goza hoy de un cierto ascendiente con Chávez, han logrado que este morigere su intransigente postura original y la supedite al regreso de Zelaya a Honduras. Al respecto, no solo exige inmunidad sino también total impunidad para el ex-mandatario, que tenía cuentas pendientes con la justicia mucho antes de ser depuesto. Como si esto fuera poco, el propio Zelaya se ha envalentonado y ha puesto algunas exigencias personales, para su partido y sus prosélitos.
Como para el líder venezolano las disposiciones constitucionales y legales, así como los fallos de la justicia son minucias deleznables, el ordenamiento jurídico hondureño tiene que ponerse a disposición de sus caprichos si se desea que el país normalice su presencia en el organismo regional. Es increíble a lo que se ha llegado y se tolera en Latinoamérica, en gran medida con el silencio complaciente y timorato de quienes deberían alzar su voz para defender el derecho de Honduras a ser readmitida sin tales condiciones al organismo regional. Es vergonzoso que se mantenga esta situación a más de un año de haber asumido el poder un gobierno elegido democráticamente, en comicios sin tacha.
El autor es profesor de la Universidad de Miami y ex Embajador de Chile en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la OEA.
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