El primer año de Sebastián Piñera
Santiago. – Ha mantenido con la ciudadanía una relación emocional inestable y neurótica, con fuertes altibajos en los indicadores de aprobación. Está resueltamente empeñado en mejorar de una vez por todas los indicadores de eficiencia del aparato público, incorporando a la gestión estatal prácticas de reconocida efectividad en el sector privado. Está trabajando en serio en reformas trascendentes para el futuro, en areas como educación, cárceles, salud pública, trabajo femenino y equidad social. Se sale a menudo de libreto y ha tenido problemas en asumir y resguardar la dimensión simbólica de su cargo, en un país donde el peso de la Presidencia de la República es sólo un poco menor a la monarquía en los tiempos de Luis XIV. Ha sido un mandatario exitoso en la promoción del dinamismo económico y de hecho el país esta creciendo a tasas superiores a las registradas en cualquier momento de los últimos años, desde 1998 en adelante.
No ha cometido errores graves, entendiendo por tales los que podrían estar asociados a costos políticos letales para la coalición que lo llevó al poder o a costos económicos abrumadores para el desarrollo de la sociedad chilena de las próximas decadas –como por ejemplo lo fue el Transantiago, el sistema público de locomoción de la capital inventado por los dos últimos gobiernos de la Concertación y que ha desestabilizado las cuentas fiscales con facturas que desde entonces suman miles de millones de dólares. No ha logrado todavía imprimir a su gestión un sentido, un relato, una narrativa, que permita caracterizarla con facilidad y la haga entrar con perfil propio a la historia del país.
Básicamente, éste es un resumen del primer año de gobierno de Sebastián Piñera. Un año es quizás un período de tiempo demasiado breve tanto para mostrar obras concretas como para emitir juicios definitivos, más todavía cuando el gobierno se hizo cargo del país apenas dos semanas después de ocurrido un violento terremoto –el quinto mas intenso de la historia- que tuvo efectos devastadores sobre la región centro-sur del territorio. La actual administración aun tiene tres años por delante para desplegarse y desplegar su oferta. Pero en este plano las matemáticas pueden ser engañosas porque el tiempo cronométrico no necesariamente es igual al tiempo político. En la práctica el gobierno de Piñera dispone sólo de este año, el segundo de su mandato, para empujar y llevar adelante su programa. El próximo año habrá elecciones municipales, con lo cual el escenario político estará mucho más crispado, y el 2014 los chilenos estarán pensando más en quién sucederá a Piñera que en el legado que el actual presidente pueda estar dejando.
Hasta ahora el suyo ha sido un gobierno de fuerte sello personalista. Aparte de ser un magnate y un empresario muy exitoso, Piñera siempre fue un político que prefirió “ir por la libre”. Aunque en algun momento presidió su partido, Renovación Nacional, nunca fue un parlamentario particularmente disciplinado. Este rasgo ha seguido definiendo su conducta desde que está en La Moneda y ya hay observadores políticos que consideran que su figura tiene poco espesor republicano. Episodios como la cancelación del proyecto de una termoeléctrica en el Norte Chico, que iba a dañar una reserva ecológica, o la intempestiva decisión de enviar con urgencia al parlamento una ley para frenar el alza de los combustibles a raiz del aumento de los precios del petróleo, entregan elementos de juicio que respaldan esa percepción.
Protagónico, llevado de sus ideas, enterado al mismo tiempo de los grandes números de la economía y de la letra chica de los engranajes del estado chileno, infatigable en términos de energía y sobreexpuesto en el plano comunicacional, a Sebastián Piñera le ha costado establecer un canal de comunicación franca y distendida con la ciudadanía. El Presidente rankea bien en los atributos del mando –liderazgo, autoridad, independencia, capacidad intelectual y voluntad para hacer las cosas- pero califica menos bien cuando se habla de credibilidad y confianza. Por cierto este factor no invalida su propósito de hacer un gran gobierno, pero lo complica en el plano de las percepciones. Para un político que se propuso volver a poner el país en movimiento –despertándolo de la siesta a que se anduvo abandonando los últimos años- las variables cruciales ahora serán su empuje como mandatario y el factor tiempo. No hay duda que tiene lo primero, pero que le va quedando menos de lo segundo.
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