¿Otra Crisis del mundo Árabe?
Aparentemente Egipto está caminando su destino por cuenta propia. No es, sin embargo, así. Es el país árabe de mayor población. Eso sí. Son cerca de 85 millones de habitantes que, en su mayoría, han decidido liquidar una dictadura de 30 años. Y en buena hora! Pero la dictadura de Egipto no tiene sólo ese tiempo. Ni pertenece, exclusivamente, a Mubarak. Después de licuarse, por completo, políticamente hablando, la monarquía representada por el rey Faruk en 1952, los egipcios entraron en las ofertas dictatoriales de economías y culturas con rostro occidental. Los gobiernos de Nasser y Sadat hasta el que acaba de terminar de Mubarak , reconocidos como democracias, no han sido muy representativos de esta calificación.
Tales nominaciones sólo han sido paraguas de protección de vivencias autoritarias, demagógicas, autocráticas y despóticas. Europa primero y con Estados Unidos después fueron los encargados de mantener esta farsa, encubridora de sus intereses económicos. Pura cosmetología Hollywoodense. Pero el asunto está más allá de los límites geográficos y de las pasarelas ideológicas de Egipto. Corresponde a la crisis permanente del mundo árabe.
Los pueblos árabes después de su ostentosa presencia cultural de algunos siglos durante el Medioevo, buscaron mantenerse a flote al iniciarse, con la caída de Constantinopla (1453), el Imperio otomano. Y sólo lograron eso… ¿Es que acaso pasaron de ser algo más que protegidos, incluso en calidad de sombras, durante los seis cientos años de la tutela turca? El querer liberarse tiene, es cierto, su origen más atrás de 1923, creación de la república turca. Pero la búsqueda de su identidad, confundida por tanto tiempo, aparece, además, no por decisión propia. Mas bien de la mano con la insurgencia de Kemal Ataturk, primer presidente de la naciente democracia turca. ¿Cómo podía dejarse de lado la iniciativa, práctica y realista, que apuntaba hacia una democracia de facto, pero reclamada por todos quienes sentían su derecho a una vida creativa? El reconocimiento del laicismo para la educación junto con la liquidación de la escolaridad religiosa, la presencia de una Constitución, un Código Civil vivo que dá derechos a la mujer en educación y electoralmente eran por cierto, componentes de una expresión social jamás antes experimentada.
El cambio era de 360 grados… La juventud árabe vivió en proyección este ímpetu socio cultural y político. El interregno entre la primera y segunda guerras mundiales, fue el fervoroso tiempo de cultivo de la cultura árabe que pretendió reencontrarse, con bastante seriedad, en su historia. Pudo más, sin embargo, el malhadado reparto de las potencias colonialistas. Aupados, cínicamente, por la fuerza de las armas con el que respaldaban el doble discurso entre la liberación y la nueva dependencia. Ni Estados Unidos ni Europa escatimaron algo de vergüenza en su empuje del momento, por sacar provecho financiero y económico de la manipulación política. ¿Y para lograrlo había que bloquear, para siempre, las aspiraciones árabes de una toma de conciencia modernizante de la comprensión de sus orígenes, y evitar el reconocimiento con su identidad?. ¿Qué hacer, entonces? Los pueblos árabes fueron redistribuidos, según los intereses de la nueva colonización mundial. Y asaltados y mutilados, políticamente, en su posible desarrollo.
Egipto, con Nasser, como abanderado de una super patria, entró al “abandonar” los lineamientos del Protectorado inglés, a organizar social, económica y políticamente una nueva opción social. Pero, quiera que no, engarzada, en un contexto macro, a los criterios fundamentales de la naciente república turca. Aunque con la diferencia, muy notoria, de un nacionalismo socialista, basado en 2 ejes vitales. Por un lado la religión islámica declarada oficial y la oferta del rescate panarabista del Medio Oriente. La primera respondería al marketing interno de apoyo incondicional a sus gestiones y la segunda, le abriría un liderato regional, de advertencia (que en momentos jugaría un papel de chantaje) hacia Estados Unidos y Europa. Con los créditos, armas y apoyo político entregados por la Unión Soviética, Nasser pudo dar forma al avance panarabista de una República Árabe Unida (RAU), integrada por Egipto, Siria y Yemen, encabezar la confrontación del pueblo palestino con Israel, dar paso a las reformas sociales y económicas desde un centralismo estatal, fortificar un poder político dictatorial de partido único, y crecer en imagen desde el Bloque de No Alineados, junto con las cabezas de Tito y Nehru.
En un abrir y cerrar de ojos de 16 años (1954-1970) el surrealismo ideológico había dado paso a la realidad política… Los integrantes de la Hermandad Musulmana, que habían promovido el golpe de Estado que le dio a Nasser el poder, pasaron tras las rejas, los comunistas y socialistas que brindaron su contingente a favor de la RAU y sus relaciones efectivas con la URSS, fueron encarcelados. Al fracaso de los encuentros militares con Israel, llegó en sumatoria el retiro del apoyo logístico soviético. La aspiración dejó de ser panarabista y todo pasó a integrar un nasserismo ultra personalista. Este personalismo, en buena medida residuo del vivir colonial turco otomano, no terminó con la muerte de Nasser en septiembre de 1970. El continuismo del gobierno autoritario, jamás fue interrumpido por Anwar Sadat (1970-1981), amparado por el juego del patriotismo nacionalista. Con el retiro de Mubarak (1981-2011) ni siquiera puede hablarse, aun, del logro de una formalidad democrática. ¿O hay que olvidar, para no caer en desgracia, que los militares que hoy administran Egipto, han crecido y han alimentado su ego tras el escenario de 6 décadas de dictadura republicana?
- 16 de junio, 2012
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