Honduras: El pecado de los productores
El Heraldo, Tegucigalpa
En la lista de prioridades nacionales llegará el momento en que se incluya la producción agropecuaria en su condición de sector importante de la economía; mientras tanto, el calvario es lo único que ven los que abrazan la noble epopeya de convertirse en protagonistas anónimos de la seguridad alimentaria que sostiene la paz social.
Basta señalar la producción arrocera, víctima de la importación desenfrenada del grano, acompañado de evasión fiscal. Los productores de arroz siguen soportando los golpes que los comerciantes e industriales imponen al comprar el quintal al precio irrisorio de entre 350 y 400 lempiras.
Las lluvias del año pasado hicieron estragos; arriba del 80% de los verdaderos productores del campo, incluyendo a los ganaderos, artesanos, pescadores, se encuentran en mora. El riesgo de perder nuevos financiamientos aumenta, el nerviosismo e intranquilidad prevalece por la obsesión de los funcionarios del sector público agrícola de lapidar las iniciativas, cerrar oportunidades e infundir pusilanimidad.
Los ejecutivos de las instituciones descentralizadas responsables, supuestamente, de comercializar granos básicos para combatir la especulación permanecen enredados por la venta de un solo producto, el frijol. Se imagina lo que puede ocurrir al mercadear verduras, carnes, lácteos: les pega hidrocefalia; mientras, la Fiscalía del consumidor cada día parece una insignia suntuaria en los escaparates de las exposiciones florales.
Estos desenfrenados y presuntuosos servidores del Estado no responden a nadie, simplemente se aprovechan de las circunstancias, plagian comportamientos y apenas escuchan al poderoso inversionista encargado de patrocinarlos; desconocen al partido que los cobijó, defraudando a los ingenuos que confiaron en ellos; precisamente ese es el pecado de los productores, creerle a los funestos e infaustos.
Son asalariados de alcurnia transitoria, sin compromiso ni visión, les vale menos que un centavo la decadencia en el agro y el sufrimiento de los trabajadores del campo. Su mayor preocupación es enriquecerse en el menor tiempo posible. Tienen prisa por asegurar la comodidad de sus generaciones presentes y futuras; continuar confiando en esos depredadores que no esconden su alcancía es creer que el Kilimanjaro se va a convertir en valle fértil o que el mar Caspio se transformará en agua dulce.
Les fascinan las recepciones e intercambios húmedos, fotografías publicitando sus jerigonzas al servicio del alboroto perturbador y por el otro extremo se esconden, tienen pánico de abrir la boca a favor del gobierno que les da tributos inmerecidos; esperar que su gestión sea un poquito efectiva es soñar despierto.
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