Paraguay grande, próspero y feliz
Algunos todavía quieren hacer creer que con Stroessner se vivía mejor, lo cual no debe llamar la atención. Hay de todo en la viña del Señor, incluyendo gente que cree que es mejor vivir en una sociedad donde es mejor no pensar y “no meterse” en política, a menos que sea para ir a hacer hurras por “el doctor” y dejar que algunos “privilegiados” roben al Estado, porque “para eso mandan, issh”.
Resulta extraño ponerse a explicar a los jóvenes lo que era el stronismo. A la luz de experiencias que fuimos pasando estos últimos 22 años, a muchos nos resulta difícil creer que el régimen haya durado tanto. La gente muy joven y pensante difícilmente se imagine las cosas que estaban prohibidas o eran muy peligrosas de hacer en aquellos tiempos.
No se podía, por ejemplo, criticar a las autoridades, mucho menos burlarse de sus burradas y menos aún comentar sus latrocinios.
Llevar una remera con la cara del “Che”, escuchar a algún músico “zurdo” o sospechado de zurdo o simplemente usar barba eran motivo de sospecha, cuando no de detención, golpiza y tortura, en el mejor de los casos.
Para trabajar en la función pública había que estar afiliado al “partido”, como así también para conseguir mejor atención en las oficinas públicas.
Ciudad del Este se llamaba Puerto (!) Stroessner, el aeropuerto Silvio Pettirossi se llamaba Stroessner, barrio San Pablo se llama Stroessner. Posiblemente, por un resto de pudor, o quizás porque no se les ocurrió a tiempo a los fanáticos del “único líder”, el Paraguay no se llegó a llamar Republiqueta Stroessner.
Las “elecciones” que se hacían cada tanto mostraban que más del 90% de los ciudadanos eran colorados y estronistas. Esta abismal desproporción no le impidió a Carlos Filizzola en 1991, solamente dos años después del golpe, ganar la intendencia de Asunción al pyragué devenido ministro de la Justicia Electoral Juan Manuel Morales. Las elecciones posteriores demostrarían que los aplastantes “triunfos” del dictador se basaban en el fraude, la desinformación y el engaño.
De aquella proclama del Gral. Rodríguez, no se cumplió, por obvias razones, eso de “la unificación plena y total del coloradismo en el gobierno”, y no es seguro que “la defensa de la religión católica apostólica romana” que propuso haya derivado en que un ex obispo llegase a presidente.
Lo bueno es que ahora somos plenamente responsables del país que tenemos. Elegimos a nuestras autoridades y tenemos la libertad de criticar, de postularnos a algún cargo o, también, de creer que robar y holgazanear es la solución.
Más allá de intenciones reales de sus protagonistas o de proclamas desfasadas, esta libertad es motivo suficiente para festejar aquella madrugada del golpe de la Candelaria.
- 23 de enero, 2009
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