Política y libertad
Hace tiempo que deseaba escribir sobre el tema que resume el título de este artículo, pero me inhibía la duda de ser capaz de aportar algo realmente esclarecedor para la inmensa mayoría de este país, cuando se ve enfrentada a la disyuntiva de votar, a favor o en contra, de alguien, un partido o un grupo de ellos.
Pero fue un discurso de Mario Vargas Llosa, durante el aniversario de Libertad y Desarrollo, recientemente publicado por esta institución sobre la libertad, lo que terminó por aclararme las ideas y darme la confianza, seguramente injustificada, de poder escribir algo esclarecedor para esa difícil toma de decisión a que aludo.
La discusión fundamental, creo yo, está cercanamente expresada hoy por la polémica que encabeza don Agustín Squella, por un lado, defendiendo el liberalismo, y numerosos contrincantes que defienden la posición de los conservadores, por el otro. El problema, a mi juicio, tanto en esta polémica como en otras que abordan temas parecidos, es que todas se encuentran muy contaminadas con los temas de política contingente. Así, por ejemplo, para la gran mayoría de los lectores resulta evidente la simpatía de don Agustín Squella por la Concertación y la de sus contrincantes por el actual gobierno (no obstante que muchos de ellos confiesan haber votado por Piñera en contra de su voluntad y por evitar un mal mayor).
Por otra parte, se gasta demasiada energía en defender, ya sea a la Unidad Popular o al régimen de Pinochet, en circunstancias de que ambos se justificaron, tal vez, en su época por las situaciones del momento, tanto del país como del mundo, y hoy nos parecen obsoletos.
Hoy muchos nos preguntamos cómo pueden permanecer unidas la Concertación, por un lado, y la Alianza, por otro, habiendo grupos de pensamiento tan dispares tanto en uno como en otro grupo, y que se unieron por razones hace tiempo ya desaparecidas.
A continuación trataré de clarificar cuáles son las verdaderas diferencias que nos dividen, así como aquellas que no lo hacen.
Comenzando por estas últimas, que explican, a mi juicio, en gran medida, por ejemplo, el porqué la Concertación exhibe sus diferencias, y está destinada a desaparecer, yo diría que ahondar en sus diferencias nos parece tan inútil como hacerlo con carreristas y o'higginistas.
Así, hoy todos estamos a favor de la democracia como sistema político y rechazamos la violencia como sistema de hacer presión, lo que no era tan claro hace 50 años.
Tal vez valga la pena hacer una observación sobre el origen actual de la democracia. A mi juicio, el actual concepto y la imperiosa necesidad de ella nacieron del grupo original de inmigrantes europeos que llegaron a Norteamérica huyendo del absolutismo imperante en ese continente en aquel entonces, y cuya principal preocupación, al comienzo, era darse una Constitución que previniera las formas en que el nuevo Parlamento pudiera dar "exceso" de atribuciones a su nuevo gobierno central. Tengo la impresión de que este origen, tan diferente del de muchos otros países y culturas que se ven presionados por los Estados Unidos para adoptar la democracia como sistema político, es la causa de reacciones tan dispares. Desde luego, en nuestro propio continente podríamos decir que así como Estados Unidos fue "fundado" por personas que llegaron en busca de mayor libertad, los países iberoamericanos, en cambio, nacieron de la decisión de las coronas continentales, que vinieron a fundar colonias por orden y decisión de sus gobiernos, con objetivos que hoy nos parecen discutibles.
La gran mayoría del país ha aprendido a apreciar las ventajas de la economía social de mercado, y son muy pocos los que desearían volver a las prácticas antiguas de intervención, aunque no sean muchos los que entiendan de verdad cómo funciona el mercado y la necesidad de ser eficientes.
Lo que nos divide, a mi juicio, es el concepto de libertad y los sacrificios que estamos dispuestos a hacer para que ella prevalezca en nuestras vidas, pues deberíamos reconocer que si estamos de acuerdo con la economía de mercado y aceptamos vivir en un mundo con relaciones a las que hemos llamado globalidad, debemos aceptar cierta pérdida de independencia de nuestras instituciones, como la justicia, por ejemplo, lo que implica pérdida de autonomía de nuestros gobiernos o de soberanía de ciertos países (basta ver el problema de fondo actual de la Unión Europea para entender mejor lo que digo).
Creo que este es un punto que nos divide profunda y además legítimamente, pues, ¿hasta dónde estamos dispuestos a defender la libertad o el derecho a ella? ¿Cuánta pérdida de soberanía creemos que se justifica para ello?
Tengo la impresión de que Vargas Llosa, cuya claridad de pensamiento es indiscutible, eludió referirse a este problema, que debiera estar en el primer lugar de nuestras preocupaciones.
- 3 de julio, 2025
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