Santos sigue en luna de miel
Le encanta jugar al póker y asegura que lo hace muy bien, pero en lo que está triunfando es en el ajedrez. Todas las jugadas, por complejas que parezcan, le salen perfectas. Cuenta a su favor con un público entregado y unos medios de comunicación que pasaron de atacarle sin misericordia a rociarle con incienso.
La penúltima crisis la resolvió con una facilidad asombrosa. Tras firmar la paz con la Corte Suprema, que había librado una cruenta guerra con Álvaro Uribe, consiguió que en sólo ocho días escogieran Fiscal General cuando no lo habían hecho en dieciséis largos meses. Y no sólo eso. A nadie pareció importarle que ninguno de los aspirantes, ni siquiera Viviane Morales, que resultó elegida, fuese penalista –condición que imponían a los candidatos de Uribe. Como tampoco llamó la atención que de un momento a otro, la Corte rebajara los votos necesarios y Morales obtuviera 14, los mismos que en una ocasión anterior había alcanzado Margarita Cabello, una magistrada que estuvo en la terna de Uribe.
También espantó de un plumazo un escándalo que ponía en entredicho al director de la Policía Nacional por obra y gracia de Wikileaks. El general Oscar Naranjo apareció en un cable confesándole al antiguo embajador norteamericano en Bogotá que a su juicio fueron el Secretario de presidencia, Bernardo Moreno, y el asesor palaciego, José Obdulio Gaviria, los que ordenaron los seguimientos ilegales del DAS a magistrados, periodistas y políticos.
El Presidente aprovechó el acto de ascenso del general, que recibía su cuarto sol, para manifestarle su total respaldo y admiración. ¿Asunto zanjado? No del todo, ahí es donde entra el ajedrecista.
Santos deberá tener algún gesto de desagravio con su antecesor, como hizo en ocasiones anteriores, puesto que elogiar a Naranjo supone de alguna forma darle la razón a sus apreciaciones y eso supone atacar la trinchera uribista. Por eso pronto moverá una ficha.
Otro ejemplo. Acudió a la Cumbre de Jefes de Estado en Buenos Aires, para no desairar a la Kichner. Pero como sabe que en esta nación los viajes internacionales tienen mala imagen, anunció que adelantaba el regreso para atender las inundaciones cuando era evidente que la catástrofe no llegó de repente. Se tomó unas imágenes con damnificados y pese a que ocurrió una tragedia aún mayor –un alud sepultó en Bello a 123 personas- salió disparado para Nueva York, algo que jamás habría hecho Uribe.
Viajó porque debía asistir a la cumbre de la Corte Penal Internacional. ¿Objetivo? Que le dejen en paz. Es decir, transmitirles con nitidez la importancia para su gobierno de los DDHH y, de paso, ahuyentar el fantasma de que la Justicia foránea tenga que suplir a la nacional, una cantaleta perenne que enturbia las relaciones con algunos colectivos.
Consciente de que sus compatriotas podían no entender su ausencia en Bello, lanzó un alfil. En todos los noticieros destacaron la cantidad de millones que había recaudado en su visita para paliar el desastre natural.
Otra de sus fortalezas es que se ha rodeado de ministros con prestigio y muy buena acogida entre los periodistas, que les tratan con guante de seda, y son ellos los que ponen la cara en las cuestiones espinosas.
Santos, a diferencia de Uribe, no es omnipresente. Tampoco pelea ni es agresivo. Piedad Córdoba le pidió permiso para gestionar la liberación de cinco secuestrados, y en horas se lo había concedido por medio de un comunicado en el que, de forma suave y como quien no quiere la cosa, le imponía la condición de que nada de shows mediáticos.
Por esa y por otras razones, como unir bajo su paraguas a partidarios y opositores, ha logrado batir en popularidad a Uribe. La última encuesta del Centro Nacional de Consultoría le da un 90 por ciento de aceptación. ¿Hasta cuando la luna de miel? Difícil de predecir pero en Palacio saben que los amores pocas veces son eternos.
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