Socialismo y desarrollo
La izquierda, ya sea aquella de la vertiente socialista tradicional o la nueva cara criolla que se hace llamar con el eufemismo de “siglo XXI”, es la misma de siempre y cuyos postulados han sido un fracaso dondequiera que se hayan ensayado. Para no mencionar lo ocurrido en la Unión Soviética y sus satélites, entre ellos la Cuba de Castro, donde al desastre económico se sumó la esclavitud de millones de seres humanos.
El socialismo no cree en el emprendimiento y desconoce el riesgo y el esfuerzo que este conlleva pues sus personeros están acostumbrados a vivir del Estado, de organizaciones no gubernamentales intrascendentes pero bien financiadas o de los organismos internacionales. Viven en un mundo de fantasía, donde no hay que lidiar con planillas de sueldos, aumentos de costos, competencia y otros albures que enfrenta el sector privado. No aceptan el éxito individual y menos aún el enriquecimiento que este trae aparejado; la creación de riqueza y su goce son verdaderos anatemas que es necesario combatir, para favorecer lo colectivo, lo social.
De esta visión del mundo, contraria en consecuencia a la economía de mercado y el capitalismo, surgen las políticas de re-distribución e impositivas, encaminadas a penalizar el resultado del esfuerzo. La propaganda izquierdista presenta al individuo pudiente como un personaje inmoral, que ha conseguido lo que tiene gracias a la explotación inclemente de la mayoría que vive de un salario y no disfruta de los recursos que ha contribuido a crear.
Esta mentalidad, que se nutre del resentimiento y fomenta el odio de clases, ha reaparecido con nuevos bríos en los países del ALBA y amenazando también el futuro de sus instituciones democráticas. No solo esto implica un claro retroceso en términos de desarrollo -y las pruebas están al canto- sino también un deterioro de las libertades individuales.
La libertad es una e indivisible, que puede ser regulada en algunos aspectos para facilitar la convivencia, el imperio del derecho o preservar la moral y las buenas costumbres, pero jamás reprimida. No hay propósito u objetivo social, por loable que pueda ser y en aras de un supuesto bien común, que justifique el sacrificio de la libertad, pre-condición indispensable para que exista democracia.
A fines de la década de los 80, Latinoamérica dejó atrás aquellos regímenes militares que habían llegado al poder, la mayoría de ellos, para impedir el acceso al gobierno de la extrema izquierda o zafarse de ella en los países donde, si bien había sido elegida democráticamente, tenía un proyecto totalitario. Se creyó entonces que la democracia había regresado para quedarse en el continente y que las reformas económicas que se impulsaban, traerían prosperidad y desarrollo. Así sucedió en algunos países que hoy exhiben el resultado de la apertura de sus economías, la liberalización del comercio exterior y el fomento de la inversión privada, todo lo cual les ha significado reducir la pobreza y ampliar las oportunidades para su gente.
Por eso llama la atención el resurgimiento de políticas y esquemas anti-históricos y superados, que además atentan contra el Estado de Derecho y las libertades fundamentales. Así como hubo en la región un movimiento renovador que acabó con los gobiernos militares y se presionó por el retorno a la democracia y el respeto de los derechos humanos, hoy es imprescindible que emerja nuevamente ese espíritu que logró entonces la recuperación institucional que se había perdido. No puede permitirse que la dictadura castrista sea hoy una suerte de modelo y que Fidel, vía Chávez, imponga sus designios. Como asimismo, no se debe aceptar su participación en aquellas instancias que se fundan en la observancia de los valores democráticos. Lo ocurrido en la reciente Cumbre Iberoamericana es una burla a la conciencia de los hombres libres de América, cuando el esbirro de Castro firmó con gran desparpajo la declaración final y otra especial sobre la defensa de la democracia. Pero como dice el viejo refrán, “la culpa no es del cerdo sino de quien le da el afrecho”…
El autor es profesor de la Universidad de Miami y ex Embajador de Chile en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la OEA.
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