Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura

Por Javier Rodríguez Marcos
El País, Madrid
Faltaban todavía unos segundos para la una de la tarde cuando Peter Englund, secretario de la Academia sueca, abrió la famosa puerta blanca de la sede académica y pronunció el nombre del escritor hispanoperuano Mario Vargas Llosa como nuevo galardonado con el premio más prestigioso de las letras universales. Lo dijo en varios idiomas y cerró "en castellano".
En declaraciones a EL PAÍS, el autor ha afirmado, tras conocer la noticia, que "es una gran alegría" que comparte "con tantos amigos". "Gracias a ustedes por felicitarme y por tenerme siempre cerca. Cuando nos llamaron, a Patricia [su esposa] le pareció que podía ser una broma", ha subrayado. Para el autor, que se reconoció "muy conmovido y entusiasmado", el premio supone un "reconocimiento a la lengua española". El escritor también ha señalado, a W Radio Colombia, que es "un estímulo fantástico". "Creía que había sido completamente olvidado por la Academia, ni siquiera sabía que el premio se entregaba este mes", ha declarado Vargas Llosa en declaraciones a la agencia sueca TT.
El Premio Nobel de Literatura 2010 fue celebrado de forma unánime por escritores y editores españoles e hispanoamericanos que asisten a la Feria del Libro de Fráncfort. Entre las felicitaciones recibidas por el escritor procedentes de todos los rincones del mundo está la del presidente de Perú, Alan García, que se ha referido al galardón de su compatriota como "un acto de justicia". "El mundo reconoce la inteligencia y la voluntad libertaria y democrática de Vargas Llosa y es un acto de justicia enorme que en verdad esperábamos desde nuestra juventud", ha afirmado García en una entrevista con la radio local RPP, recogida por Efe.
Como siempre, las razones de la Academia caben en dos líneas: "Por su cartografía de las estructuras del poder y sus incisivas imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota". En el momento del fallo el escritor se encontraba en Nueva York, dictando un curso sobre Borges en la Universidad de Princeton. El próximo 10 de diciembre recibirá el premio de manos del rey de Suecia en el auditorio de Estocolmo. Antes, la editorial Alfaguara publicará su nuevo libro, El sueño del celta (Alfaguara), un apasionante relato novelesco sobre un personaje histórico, Roger Casement (1864-1916), que indagó la brutalidad del Gobierno de Leopoldo II de Bélgica durante la colonización del Congo y la violencia contra los recolectores de caucho en el Amazonas.
Nacido en Arequipa (Perú) el 28 de marzo de 1936, Mario Vargas Llosa, miembro de la Real Academia Española, atesoraba ya todos los premios importantes de su idioma: del Cervantes al Príncipe de Asturias. Después de años de sonar como favorito en todas las quinielas del Nobel, el escritor peruano ha visto recompensada una trayectoria que incluye clásicos de la literatura contemporánea como La ciudad y los perros (1962), La casa verde (1965) o Conversación en La Catedral (1969).
Colaborador asiduo de EL PAÍS, Vargas Llosa ha destacado también como intelectual y ensayista, tanto en el ámbito político como en el literario. Igual de clásicos que sus novelas son los estudios que ha dedicado a la obra de autores como Flaubert, Joanot Martorell (autor de Tirant lo Blanc), Juan Carlos Onetti o Gabriel García Márquez. Este último era hasta hoy el representante en el palmarés del premio Nobel (lo recibió en 1982) del llamado boom de la literatura latinoamericana, un fenómeno alimentado por grupo de autores que en los años sesenta revolucionó las letras en español. Desde hoy hay ya otro nombre en esa lista: Mario Vargas Llosa.
El último autor en lengua española galardonado con el Nobel fue el mexicano Octavio Paz (1990), que sucedió en el galardón al español Camilo José Cela (1989). El mismo año en que ganó Paz Vargas Llosa se encontraba inmerso en la aventura política que le llevó a ser candidato a la presidencia de Perú. Aquella peripecia concreta, mezclada con sus memorias, dio lugar al libro El pez en el agua (1993).
Vargas Llosa, en detalle
– Nació en Arequipa (Perú), el 28 de marzo de 1936. Pasó parte de su infancia en Bolivia y trabajó de periodista antes de viajar a España para estudiar literatura.
– Se convirtió en un referente literario en los sesenta, con el boom de la literatura latinoamericana. Ha abordado varios géneros, como la comedia, novela negra, literatura erótica, novela histórica y crítica literaria.
– Apoyó la revolución cubana, pero en los setenta, defensor del pensamiento liberal, se posicionó en contra de Fidel Castro.
– Comprometido con su país, fue candidato electoral por el centro derecha con un programa orientado a luchar contra los males endémicos de Perú como la violencia terrorista y la mala situación económica. Perdió contra el candidato Alberto Fujimori.
– Se trasladó a España tras su derrota electoral, lo que causó desencanto entre muchos peruanos.
– La gran pantalla ha adaptado varias novelas de Vargas Llosa como La tía Julia y el escribidor, (Tune in tomorrow, 1990) con Barbara Hershey, Peter Falk y Keanu Reeves.
– Ha recibido diversos galardones internacionales, entre los que destacan el Premio Internacional de Literatura Rómulo Gallegos 1967, el Premio Cervantes 1994 y el Premio Ortega y Gasset de Periodismo 1999. Además, ha sido investido doctor honoris causa por las universidades de Oxford y Harvard, entre otras.
– Actualmente imparte clases de literatura en la Universidad estadounidense de Princeton.
Lee las tribunas de Mario Vargas Llosa en EL PAÍS
Lee en primicia las primeras páginas de 'El sueño del celta'
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El anuncio de la Academia sueca
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Entre la literatura y la política
Pocos escritores despiertan sentimientos tan encontrados como Mario Vargas Llosa.
Pero no tanto por su obra literaria, como por sus posiciones políticas.
De hecho, esta última dimensión ha sido, para algunos, mucho más importante que la calidad de sus escritos.
Y aunque es difícil calcular cuántas personas le han dado la espalda a sus novelas como reacción a sus implacables juicios sobre la izquierda latinoamericana, basta una breve visita a cualquier librería de América Latina o -más recientemente- a un foro virtual, para confirmar que existen.
Y en las redes sociales como Twitter las felicitaciones matizadas por referencias –negativas o positivas- a sus postura ideológica, parecen superar a los "enhorabuena" incondicionales por el Nobel concedido al peruano.
Como Borges
Para muchos, la obvia dimensión política de Vargas Llosa es la que explicaba por qué su nombre había dejado de sonar para el codiciado premio hace ya algunos años.
Y el propio novelista parecía haberse resignado a compartir el destino de Jorge Luis Borges, un gran escritor latinoamericano que muchos consideran fue obviado por la Academia Sueca a causa de sus ideas "de derecha".
"Yo hace muchos años que pensaba que no estaba entre los candidatos. La verdad que ha sido una sorpresa mayúscula", le dijo el peruano a una radio de su país poco después de enterarse del premio.
Y ahora, quienes simpatizan con las posiciones del autor de "La ciudad y los perros", quieren ver la concesión del Nobel también como una reivindicación de sus posiciones políticas.
"No puedo dejar de interpretarlo también como un extraordinario espaldarazo a la causa de las libertades", dijo su hijo, Álvaro Vargas Llosa, en una entrevista brindada a una radio chilena.
"Mi padre no es media persona (…) No creo que sería justo mutilar la personalidad de mi padre", insistió.
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Calidad literaria
Pero, ¿se puede -y debe- separar al escritor de su obra? ¿Es posible premiar al novelista sin estar de acuerdo con el político?
Para el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, la respuesta a la última pregunta es "sí".
"Uno es una sola identidad, con un pensamiento propio, una ideología propia, una visión del mundo propia que no pueden dejar de reflejarse en la propia obra. Pero si esta no estuviera escrita con altura, con calidad literaria, no valdría de nada", le dijo el novelista a BBC Mundo.
"A Mario no le han concedido el Nobel por sus posiciones políticas, sino por su trabajo literario, que ha hecho de él un novelista cimero", opinó Ramírez, quien se desempeñó como vicepresidente de Nicaragua entre 1985 y 1990.
Y, según el nicaragüense, con la excepción de una minoría muy politizada los lectores "se cuidan muy poco" de las posiciones políticas de los autores.
"Miles de anticastristas leen a Gabriel García Márquez, a pesar de la amistad de Gabo con Fidel. Y miles de personas leen a Vargas Llosa aunque políticamente no estén de acuerdo con él", ejemplificó.
La diferencia, sin embargo, tal vez está en que Vargas Llosa fue, durante mucho tiempo, el único de los grandes autores del boom latinoamericano que no dudó en criticar de frente a la Revolución Cubana y en abrazar abiertamente el libre mercado, lo que lo terminó colocando en una categoría aparte.
Y a pesar de haberse retirado de la "política orgánica" luego de su derrota electoral de 1990, el peruano es además un prolífico articulista y ensayista que aborda temas abiertamente políticos, con mucha mayor frecuencia que muchos de sus colegas.
Un abandono afortunado
Para Ramírez, en cualquier caso, lo importante es "no dejar de ser fundamentalmente un escritor".
Según el nicaragüense, si hay un problema en la relación entre literatura y política es que esa puede interferir con el acto de escribir, como le ocurrió a él durante los que cree pudieron haber sido sus mejores años, cuando optó por sumarse a la Revolución Sandinista.
Y, tal vez más problemática que la política, es el poder. Y las difíciles decisiones que conlleva.
"Pero dichosamente Mario perdió (las elecciones peruanas de 1990). Y se libró de todas esas vicisitudes", le dijo a BBC Mundo el también ganador del premio Alfaguara de novela de 1998.
"En caso contrario, quien sabe si hubiera llegado a obtener el Nobel", afirmó.
Con algo de suerte, la concesión del premio hará que muchos de los que han evitado leer a Vargas Llosa le den una oportunidad a su trabajo literario.
Y, con ello, a "su cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes mordaces retrato de la resistencia individual, la sublevación y la derrota" reconocidas por la Academia Sueca.
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20 años después: Fujimori en la cárcel y Vargas Llosa en el parnaso de la literatura universal
El Comercio, Lima
Han pasado veinte años desde que un casi desconocido ingeniero agrónomo, rector de la universidad Agraria La Molina, irrumpió en el escenario político nacional para derrotar en las urnas al más laureado novelista peruano de todos los tiempos.
Mario Vargas Llosa, que lideraba un frente de derechas -el Fredemo, que incluía al PPC y a Acción Popular-, fue derrotado en segunda vuelta con más del 60 por ciento de los votos por el ‘chinito’ Alberto Fujimori, quien recibió el apoyo implícito del partido de gobierno de ese entonces –el Apra, con Alan García a la cabeza- y de los grupos políticos de izquierda que hicieron causa común en contra del autor de ‘La Casa Verde’.
Desde ese entonces, las diferencias entre Vargas Llosa y Fujimori han sido insalvables, desde los puntos de vista político, doctrinarios y, sobre todo, éticos. Fue MVLL quien denunció los arrebatos autoritarios de Fujimori y calificó de “inútilmente perniciosa” a la Organización de Estados Americanos (OEA), que avaló el autogolpe que Fujimori impuso en abril de 1992. El régimen de Fujimori, por su parte, no perdió oportunidad en demonizar al escritor y hasta llegó a calificarlo de traidor a la patria cuando adoptó la nacionalidad española en julio de 1993.
Fue Vargas Llosa, también, quien denunció a la comunidad internacional el poder en la sombra que ejercía Vladimiro Montesinos y el fraude orquestado en las elecciones del 2000. Ya en los estertores de la dictadura, realizó lo que muchos consideran un vaticinio: aseguró que Fujimori se iba a refugiar en su nacionalidad japonesa –negada por la oficialidad- para evitar ser juzgado en el Perú, pero que la misma suerte no correría el asesor Montesinos.
Solo meses después, Fujimori se refugiaba en Japón y renunciaba a la presidencia vía fax agobiado por los escándalos de corrupción que día a día revelaba la prensa. Montesinos fugó a Panamá, pero pocos días después fue capturado y luego encarcelado en la Base Naval.
El desconocido Fujimori, quien truncó hace 20 años los sueños políticos del más galardonado intelectual peruano, está hoy encerrado en la cárcel, condenado a un cuarto de siglo de prisión por crímenes de lesa humanidad y corrupción. Vargas Llosa, quien no se cansó de denunciarlo, es el flamante premio Nobel de Literatura 2010. Justicia poética, que le dicen.
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Mario Vargas Llosa: un personaje para destacar más allá de sus libros
El Comercio, Lima
Tan inalcanzable como el peldaño más alto del podio del Premio Nobel, pero tan cercano como otro fiel seguidor del agente Jack Bauer, prendido de la TV como cualquier otro mortal.
A sus 74 años, Mario Vargas Llosa ha sido reconocido con el máximo galardón literario, pero de eso ya se dijo mucho. Y aunque las líneas de tiempo recordarán siempre esta fecha, el peruano es más que esta distinción. Su trayectoria artística, profesional y personal trasciende los libros y las máquinas de escribir. Lo muestra como alguien inmerso en una constante exploración del arte y del ser humano.
MVLL a los 20’s
Un joven Vargas Llosa, que ya había pasado por la redacción de “La Crónica” en Lima y “La Industria” en Piura- y ya casado desde los 18 años con su tía Julia Urquidi en una ceremonia clandestina en Chincha-, se distingue como estudiante de literatura en la UNMSM.
¿Estaba loco? En todo caso más lunático por amor estaba cuando realizó hasta siete trabajos simultáneos para subsistir, entre ellos, oficios tan disímiles como redactor de noticias en Radio Central (ahora Radio Panamericana) y registrador de tumbas –catalogaba los nombres- en el Cementerio General.
A los 23 publica su primer libro, el conjunto de relatos “Los jefes” (1959), durante su estancia en Madrid. Luego se traslada a París, y trabaja, entre otras cosas, como profesor de español y periodista. A los 26 publica “La ciudad y los perros” (1962). Los premios empiezan a llegar, pero su relación con su esposa se termina por resquebrajar y se divorcia a los 28, 10 años después. Pero su vida amorosa no llegaba a su fin, ya que un año después se casó con Patricia Llosa, su prima hermana.
MVLL a los 30’s
Otra de sus grandes obras, “La casa verde” (1966) llega cuando cumple 30. A los 31 conoció a dos maestros de la literatura latinoamericana y universal: a Cortázar, como traductor de la UNESCO en Grecia; y a García Márquez. El ‘boom’ latinoamericano que encabezaron los tres, junto al mexicano Carlos Fuentes, entre otros, ya había nacido.
A los 35 años, Vargas Llosa estrena su faceta en el séptimo arte como director y actor. Junto a José María Gutiérrez Santos, el escritor codirigió la versión cinematográfica de “Pantaleón y las visitadoras” (1973) en República Dominicana (ver fotos de la filmación).
Sobre esto, el mismo escritor recordó, más de 30 años después y ante las risas del público, su repentina incursión en la pantalla grande. “Me llamaron para ser director y yo dije ‘Usted está loco’. Mi única experiencia con el mundo visual era haberle pedido a un amigo fotógrafo que me diera su pase para entrar a una corrida de toros con la promesa de tomar las fotos para la revista. Casi todas se velaron”. Él aceptó “para ver cómo era eso” y le dieron un manual cinematográfico que “estudiaba por las noches y practicaba con actores de verdad” en un filme de verdad.
MVLL a los 40’s
Uno de los momentos más mediáticos y misteriosos de su vida personal se da cuando el escritor cumplió cuatro décadas de existencia: la famosa pelea con Gabo. Ninguno de los autores ha querido dar su versión sobre lo acontecido, pero dos rumores son los más sonados: un puñetazo de MVLL al colombiano por querer aprovecharse de la esposa del peruano y una evidente diferencia ideológica (el primero convertido al neoliberalismo, el segundo, apegado a los regímenes de izquierda). Otra versión más curiosa –y divertida- contó un catedrático español en “La Nueva España”.
A los 41 años publicó “La tía Julia y el escribidor” (1977); y a los 45, “La guerra del fin del mundo” (1981). Ese mismo año estrenó su programa televisivo “La Torres de Babel”, por Panamericana Televisión. Un episodio para recordar fue su entrevista a Jorge Luis Borges.
El Vargas Llosa amante del fútbol resaltó con el artículo que escribió en 1982 sobre Diego Armando Maradona, de quien se declaró admirador: “Un jugador que torna un partido en una exhibición de genio individual”, escribió.
Cuando tenía 47 años, su vida periodística empezó a mezclarse con la política cuando preside la Comisión de Investigación del conocido caso Uchuraccay, que concluye que los mismos pobladores asesinaron a ocho periodistas, al confundirlos con senderistas.
MVLL a los 50’s
Entonces se produce el mitin en contra de la estatización, medida tomada durante el primer gobierno de Alan García. Él tenía 51 años y ya se perfilaba como opositor del régimen y candidato a ser el reemplazo del líder aprista.
Es así que funda el Movimiento Libertad y se une con Acción Popular (AP) y el Partido Popular Cristiano (PPC) para formar el Frente Democrático (FREDEMO). Así inicia el medio siglo de vida: la política había eclipsado a la literatura. Los avatares de esa frustrada candidatura fueron retratados en “El pez en el agua” (1993).
Esa parte de la historia es harto conocida: su oposición al entonces presidente Alberto Fujimori y su traslado a Madrid, donde pide y se le da la nacionalidad española a los 57 años. Pero nunca renunció a la peruana. Así se defendió unos años después: “Jamás he renunciado a mi nacionalidad peruana, la he enriquecido añadiéndole la española hace algunos años cuando el régimen autoritario que padece el Perú, más concretamente los militares felones que habían destruido la democracia peruana amenazaron con privarme de mi nacionalidad”. Sus aspiraciones políticas habían llegado a su fin –él mismo las recuerda como “una mala experiencia”- pero su carrera literaria continuó siendo una mina de oro.
MVLL a los 60’s
Alejado de la política, se sumerge nuevamente en el mundo literario. Cumplidos los 60 años, Vargas Llosa recibió el Premio Cervantes. A los 64 años publicó “La fiesta del chivo” (2000). A los 66, “Los cuadernos de don Rigoberto”. A los 69, “El paraíso en la otra esquina” (2003).
MVLL a los 70’s
Inició las siete décadas publicando la novela “Travesuras de las niñas malas” (2006). Pero su actividad artística dio un paso más allá, otro peldaño, y a los 70 años se atrevió a incursionar en el teatro. Era 2006 y el escritor presentó la obra “La verdad de las mentiras” (2006) junto a Vanessa Saba. Meses antes lo había hecho al lado de Aitana Sánchez-Gijón en México y España (ver fotos).
Y sorprendió más con dos columnas que lo hicieron aún más mortal que su admiración por Maradona: primero al declararse fan de nada menos que del agente Jack Bauer, el protagonista de la serie “24”, y luego al confesar su admiración por la trilogía “Millenium”, la saga de Stieg Larsson que es un ‘boom’ en ventas en todo el mundo.
Tras contar que le regalaron la serie de TV y aseguró que difícilmente la vería, confesó que terminó viendo de principio a fin las cinco temporadas que se habían dado hasta ese momento. En la columna retrató su admiración: “El agente federal Jack Bauer no come, ni bebe, ni duerme, porque esas funciones orgánicas le harían perder tiempo”.
Sobre “Millenium”, el escritor comentó en El País, en 2009: “Acabo de pasar unas semanas, con todas mis defensas críticas de lector arrasadas por la fuerza ciclónica de una historia, leyendo los tres voluminosos tomos de Millennium, unas 2.100 páginas, la trilogía de Stieg Larsson, con la felicidad y la excitación febril con que de niño y adolescente leí la serie de Dumas sobre los mosqueteros o las novelas de Dickens y de Victor Hugo, preguntándome a cada vuelta de página “¿Y ahora qué, qué va a pasar?”.
Y mientras se exaltaba en su mundo con la TV y la narrativa, también volvía a la esfera pública al presidir la Comisión del Lugar de la Memoria, el museo por las víctimas de la violencia política de las últimas décadas en el Perú. Un cargo al que renunció este mismo año a raíz del polémico Decreto legislativo 1097. Otra entrada y salida poco duradera de la vida política.
Próximo a publicar su última novela, “El sueño del Celta”, Mario Vargas Llosa, a sus 74 años, ha sido galardonado con el máximo premio a la carrera literaria, el Nobel. Debería recibir una distinción más en reconocimiento a toda su actividad artística, tan variada, tan prolija, tan aparentemente inalcanzable, pero noble y humana.
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La fiesta del escribidor: Vargas Llosa celebra su Nobel en Nueva York
Con incredulidad y mucha cautela recibió Mario Vargas Llosa la noticia de que había ganado el Premio Nobel de Literatura, según lo relató el escritor a una sala totalmente abarrotada de periodistas y cámaras en el Instituto Cervantes de Nueva York en su primera aparición pública después de recibir la noticia.
"La sorpresa ha sido total, pensé que era una broma", dijo el peruano Mario Vargas Llosa, quien recibió la llamada del secretario general de la Real Academia de las Ciencias de Suecia a las 5:30 a.m. en su residencia en Nueva York.
El escritor ya estaba despierto, leyendo "El reino de este mundo", del cubano Alejo Carpentier, y preparando su clase del lunes en la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey.
Por la hora pensó que la llamada podría traer malas noticias y sintió angustia, contó el autor de "Conversación en La Catedral" y "La guerra del fin del mundo". Su esposa, Patricia, le alcanzó el teléfono.
Aun así, el autor pensó que podría tratarse de una broma y no quiso celebrar ni compartir la noticia con sus hijos hasta estar seguro.
"Felizmente se confirmó", dijo sonriente.
Por muchos años, Vargas Llosa fue considerado como uno de los escritores que más merecía ganar el Nobel. Durante un viaje a Irak en 2003, el autor aprovechó su fama cuando su convoy fue detenido en la frontera, según un reportero de The Wall Street Journal que viajaba con él. "¿Usted no sabe quién soy yo?" le preguntó a un teniente coronel jordano. "He estado nominado tres veces a un Premio Nobel".
"Pero no ganó, ¿cierto?" respondió el coronel. "No se preocupe, podemos hacer algo incluso para alguien como usted, que no lo ha ganado". Ese "algo" se tradujo en horas de espera.
Aunque Vargas Llosa ha vivido y escrito parte importante de su obra desde España y agradece a ese país la acogida de sus libros, durante la conferencia de prensa resaltó que ha sido Perú, donde nació, la fuente de su inspiración.
"Yo soy peruano, lo que hago y digo expresa lo que he vivido… El Perú es parte de mí mismo. Lo que escribo es el Perú. El Perú es mi gente, es mi familia", afirmó.
Vargas Llosa asegura que aún no ha tenido tiempo de pensar en cómo le afectará este premio a su vida. Había anticipado "meses tranquilos" en Nueva York, pero literalmente, de la noche a la mañana, todo cambió. De lo que sí está seguro es que no cambiará su manera de escribir.
Los libros de Vargas Llosa siempre han tenido una dosis fuerte de política y han denunciado las dictaduras. Durante la conferencia de prensa, no dejó de referirse a ese tema, señalando que "América Latina tiene una tradición de autoritarismo que seduce a sectores de la sociedad", pero también se mostró optimista.
El ex presidente de Perú Alejandro Toledo estuvo presente durante la conferencia de prensa y expresó su orgullo por el galardón a su compatriota.
Vargas Llosa se lanzó a la presidencia de Perú en 1990, pero perdió contra Alberto Fujimori. En sus constantes viajes y estadías en Perú, sigue siendo una voz activa de la política local y hasta hace poco encabezó el comité que trabaja en el Museo de la Memoria en Lima, para cuya financiación ha sido instrumental. No obstante, espera ser recordado por su labor como escritor más que político.
La esposa de Vargas Llosa reveló que celebrarán el Nobel con una cena con amigos que ya tenían planeada con anterioridad para esta noche. Después, Vargas Llosa preparará su columna dominical para el diario español "El País". "Vamos a ver qué sale, va a ser apresurado", dijo el premio Nobel.
Jeffrey A. Trachtenberg, José De Córdoba y Robert Kozak contribuyeron a este artículo.
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Un Premio Nobel a la literatura
Perfil
El jueves, a las 8 de la mañana hora argentina, la Academia Sueca hizo pública su decisión y le concedió al escritor peruano Mario Vargas Llosa el Premio Nobel de Literatura. Su nombre resonaba todos los años, desde hace mucho tiempo, al punto de que él mismo había ya perdido toda esperanza de obtenerlo. Luego de Asturias, García Márquez y Octavio Paz, otra vez le tocó el turno a un latinoamericano.
Un par de meses atrás, el escritor noruego Kjartan Flöegstad –de visita promocional en la Argentina– precisaba en un reportaje, a propósito de una pregunta relativa a la trascendencia de los premios Nobel, cuál era su visión al respecto. “El comité que lo otorga está compuesto por una docena de escritores. Algunos son buenos, otros no tanto; otros son apenas regulares. Tienen sus gustos, como todo el mundo. Y eso es todo. De cerca no se ve tan glamoroso como parece.” La opinión o descripción de Flöegstad refleja lo que piensa más o menos cualquier persona razonable, en especial aquellos que se dedican a estos menesteres y saben que los premios, además de no negárseles a casi nadie, representan poco más que un golpe de suerte, un cruce de caminos, un señalamiento azaroso del que puede resultar alguna utilidad pero, en definitiva, prueban poco y nada. Se ha dicho hasta el cansancio: no lo ganaron –el Nobel– ni Kafka, ni Nabokov, ni Walser, ni Joyce, ni Proust, ni Greene, ni Saer, ni Capote, ni –y nos lo recitamos como un autoflagelo diario– el mismísimo Borges. Sí se lo dieron a unos cuantos autores insoportables, cuyos méritos muchas veces exceden lo estrictamente literario, por no decir que apenas traspasan lo político (o lo familiar, si se observa la cantidad llamativa de ganadores de origen escandinavo). ¿Qué decir del que le otorgaron a Winston Churchill –el de literatura, aclaro–, quien entre otras cosas concibió el operativo que redujo a cenizas a decenas de ciudades y pueblos alemanes a fines de la Segunda Guerra, con la prepotencia de que el fin justifica de vez en cuando los medios?
La pregunta es, entonces: ¿por qué nos alegra? ¿Por qué resulta hasta cierto punto significativo el hecho de que el Nobel de Literatura recaiga esta vez en Mario Vargas Llosa? Porque es un escritor latinoamericano, sí. Pero fuera de ese pseudo-chauvinismo y de la mezquindad de pensar qué lejana tajada podremos llegar a morder (justo en un momento como éste, en que los ojos de la comunidad literaria mundial están posados en la Argentina, al menos hasta que termine la Feria de Frankfurt, o al menos lo estaban hasta que se anunció el Nobel), la verdadera razón de la sonrisa con la que muchos nos despertamos la mañana del último jueves tiene un origen muy distinto: un tiro para el lado de la justicia, diría el perdonable lugar común. De vez en cuando les ocurre, al parecer, a los miembros de la Academia (la sueca, pero ya que estamos, a la de Hollywood también): dejan descansar por un rato su buena conciencia, la función para la que imaginan –vaya uno a saber por qué– estar destinados, acaso la culpa, y simplemente ponen el ojo en un escritor de verdad, uno que no necesita aclaraciones, ni contexto, ni nada que lo aleje demasiado de aquello que automáticamente debería figurársenos al pensar en él: los libros, nada más que eso. Lo llamativo es que en la última década ese tipo de accidentes haya ocurrido con relativa frecuencia: V. S. Naipaul, J.M. Coetzee, Doris Lessing, y hace apenas dos años ese fabulador insuperable que es Jean-Marie G. Le Clézio, con quien Vargas Llosa casualmente perdió en la decisión final el prestigioso Premio Renaudot (el segundo de importancia en Francia, detrás del Goncourt, y que ganaron entre otros Céline, Butor y Perec), allá por 1963, en lo que podría haber sido el primer eslabón trascendente de un largo recorrido que, ahora sabemos, lo llevaría hasta el ansiado, y en sus propias palabras ya casi resignado, Premio Nobel.
Lo cierto es que Vargas Llosa ha dado siempre muestras de buena salud, si se exceptúan sus exabrutos políticos. Pongamos blanco sobre negro: es el último de los pesos completos latinoamericanos que aún se mantiene en pie, a la altura de las circunstancias. ¿El resto? O se han ido (Roa Bastos, Cabrera Infante, Onetti, allá lejos Cortázar), o han escrito poco y nada (García Márquez), o se han dedicado a ejercer su pose inmaculada de plumas célebres, desparramando obviedades a diestra y siniestra (Fuentes). Vargas Llosa no. “Siempre me ha angustiado mucho la idea de esos escritores que pierden el fuego”, ha dicho, “y me sentiría muy desgraciado si no pudiera trabajar”. Se nota: la última década del peruano lo ha encontrado incluso más activo que nunca, y hay que decir que por lo menos ha dado a luz una obra maestra indiscutible, La fiesta del Chivo, y un texto de referencia insoslayable sobre Juan Carlos Onetti (El viaje a la ficción). La faceta de ensayista es, por cierto, escasamente reconocida en el escritor peruano –mérito sin duda de su obra de ficción–, lo que entre otras cosas ha recluido al olvido esa pequeña maravilla que es La orgía perpetua, el libro que le dedicara a Flaubert 35 años atrás.
Las previsibles voces que ya se han alzado en contra del galardón concedido a Vargas Llosa tienen poca razón de ser, y como es obvio, traspasan el marco de lo literario, por no decir que en alguna medida lo niegan. Como es natural, el devenir político del autor de La casa verde ha irritado sistemáticamente a muchos –no soy la excepción–, pero de allí a calzarle el traje de filonazi, a la manera de un nuevo Pound (Premio Nobel también), o afirmar con tono enfurecido que se ha impuesto una vez más el mal, son disparates que apenas deberían circular en una charla de café, o mejor, en una discusión de borrachos. Por otra parte, el episodio central de la carrera política de Vargas Llosa, su candidatura a la presidencia en 1990 por el Frente Democrático, merece ser juzgado con relativa indulgencia; a la vista de los hechos, es decir de la década en la que Alberto Fujimori dirigió los destinos de Perú –la era de su compinche Carlos Menem–, cabe preguntarse cuánto mal podría haberle hecho al país alguien con la inteligencia, la sensibilidad y la amplitud de miras de un escritor que está a la altura de los grandes del siglo XX, con o sin Oscar sueco, sin olvidar por supuesto su simpatía por personajotes como Kissinger ni, señalémoslo antes de que el progresismo entero se levante en armas al leer estas páginas, el pecado de no haber sido incondicional a la Revolución Cubana.
En cualquier caso, el premio Nobel concedido a Vargas Llosa incluye sin duda ciertos condimentos políticos, tal vez habría que decir diplomáticos, en su elección de parte de la Academia Sueca. No por casualidad él mismo ha salido a decir, casi de inmediato, que esperaba que se lo hubiesen dado por sus méritos literarios. Pero si se piensa que es apenas la sexta vez que lo gana un escritor latinoamericano, y que el último había sido el mexicano Octavio Paz exactamente veinte años atrás (luego de Gabriela Mistral, Miguel Angel Asturias, Pablo Neruda y Gabriel García Márquez), se sabía que tarde o temprano, más temprano que tarde, la perinola señalaría a uno de los nuestros.
Discusiones al margen, un corpus literario del peso específico del de Vargas Llosa impide mirar hacia otra parte. Podríamos detenernos en la que tal vez sea su obra cumbre, Conversación en La Catedral, y el sólo hecho de saber que su autor tenía apenas 33 años al momento de su publicación –en 1969– basta para provocarnos escalofríos. Claro que, para peor, su genio ya había dado aviso: La ciudad y los perros, de 1963, la novela en la que recrea el universo del colegio militar donde cursó un par de años (una experiencia breve pero determinante), es ya una obra madura, magistralmente concebida y sobre todo ejecutada, a partir de la confluencia de dos elementos centrales en su literatura como son la violencia de los gestos y la matriz poética del lenguaje. Pero podríamos ir incluso más allá: un relato como Los jefes, de 1959, contiene ya la mayoría de los componentes de un estilo agresivo, zigzagueante, por momentos abrumadoramente intenso, al que acaso le falte aún cierta complejidad estructural que será, muy pronto, parte del estilo inconfundible o la marca de la casa.
Es difícil precisar en qué momento eso que con el tiempo se asemeja o resuena como un destino ineludible comenzó a tomar forma. Recostémonos entonces en los datos: Mario Vargas Llosa –Jorge Mario Pedro, en verdad– nació en la ciudad de Arequipa, la segunda en importancia de Perú, el 28 de marzo de 1936. Pasó parte de su infancia en Cochabamba, Bolivia, a donde habían ido con su madre siguiendo los pasos –y la ayuda económica– del abuelo diplomático. El derrotero político de éste los arrastra años más tarde a la ciudad de Piura, de vuelta en el Perú, y finalmente a Lima. Allí Vargas Llosa se encuentra por primera vez –a la edad de diez años– con su padre, a quien creía muerto hasta poco antes, un recurso melodramático que su familia engendró para no confesarle el hecho de que sus progenitores estuvieran separados, y que sin duda anticipa el rumbo enrevesado que tomarían sus propias decisiones sentimentales. La relación que a partir de allí sostiene con su padre, siempre problemática, resultará sin embargo fundamental para su futuro, en esencia como fuerza de oposición: la experiencia ya mencionada en el Colegio Militar Leoncio Prado, el que abandona un año antes de graduarse, y el temprano casamiento con su tía política, diez años mayor que él (Vargas Llosa no había cumplido los veinte), un suceso que sacudió a la familia y obligó a la pareja a vivir separada durante un tiempo. Contra todo pronóstico, el matrimonio duró casi una década. Poco después comenzaría una relación nueva, que ya lleva 45 años, con Patricia Llosa; como el lector habrá sospechado, se trata también de alguien de la familia, en este caso su prima.
Para entonces, Vargas Llosa ya era Vargas Llosa. La ciudad y los perros había obtenido el premio Biblioteca Breve, de Seix Barral, un galardón apreciado por, al menos en aquellos tiempos, la mirada certera con que apuntaba a ciertos autores que luego serían determinantes (Luis Goytisolo, Juan Marsé, Cabrera Infante, Juan Benet). Los ejes centrales de su obra ya se encuentran expuestos en esas primeras novelas, en especial el sexo y, sobre todo, la política, cuyo ejercicio es en Latinoamérica con frecuencia una cuestión de vida o muerte, a diferencia de lo que sucede en el Primer Mundo; por eso resulta tan fascinante –si no, pregúntenle a Graham Greene–, y es indudable que pocos escritores han logrado huir de los lugares comunes y dialogado con la realidad del continente como el flamante Premio Nobel peruano. Las primeras líneas de Conversación en La Catedral son, en cuanto a ello, elocuentes (y notables): “Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?”. En el prólogo a la reedición de 1998, Vargas Llosa confesaba que Conversación en La Catedral era la novela que más trabajo le había dado, y por tanto, la que salvaría del fuego si las circunstancias lo obligaran a elegir una entre todas.
Quizás a causa de ese esfuerzo desmedido, en la década siguiente publica dos novelas que, aunque nunca demasiado lejos de sus preocupaciones primordiales, lo muestran más despojado, también más irónico y, si se quiere, más amable para con sus personajes: Pantaleón y las visitadoras (1973) y La tía Julia y el escribidor (1977). Son los años 70, el momento de recoger las mieles que –para bien y para mal– produjo la explosión de la literatura latinoamericana; una etapa esencial y paradójicamente europea, que encuentra a Vargas Llosa y a sus amigos del boom en el centro de la escena. Uno de esos grandes amigos, con todo, dejará de serlo en un episodio famoso: el inefable Gabo, que al parecer metió las narices donde no debía y se llevó, como cosecha, una trompada que le dejó el ojo izquierdo morado y el orgullo muchísimo más herido (ocurrió delante de medio mundo, en México, durante un estreno cinematográfico). Luego de más de treinta años de enemistad, apenas se conoció el fallo de la Academia comenzó a circular el mensaje que, lógicamente vía Twitter, García Márquez le había dirigido a su antiguo camarada. No fue demasiado efusivo, por cierto: “Cuentas iguales”, escribió el colombiano, acaso mordiéndose la lengua de rabia.
Para Vargas Llosa, los años 80 fueron los del retorno a la política, primero dentro de la literatura y luego fuera de ella. Más adelante llegarán las críticas, el desencanto una vez más con el Perú y el escape vía Madrid, la nacionalidad española, el raid por varios continentes coleccionando doctorados honoríficos y homenajes de toda índole. Pero también la obsesión por continuar una obra infatigable; una escritura siempre ambiciosa, de dientes apretados y, sin embargo, capaz de producir la sensación constante de que nos hallamos en mitad del océano, solos, a merced de un mundo que se parece al nuestro pero es, todo el tiempo, único.
Lo del Nobel es, claro, poco más que una anécdota. Y así y todo será, moleste a quien moleste, un modo de equilibrar la balanza. Una de las pocas veces en que no tendremos razones para lamentarnos porque no se lo hayan dado al bueno de Borges.
Hoja de vida
* Vargas Llosa nació en el seno de una familia de clase media de ascendencia mestiza y criolla el 28 de marzo de 1936 en la ciudad de Arequipa, Perú. Fue el único hijo de Ernesto Vargas Maldonado y Dora Llosa Ureta.
* A los 14 años, su padre lo envió al Colegio Militar Leoncio Prado (Lima), donde tuvo un tiempo, como profesor de francés, al poeta surrealista César Moro. Un año antes de su graduación, Vargas Llosa empezó a trabajar como periodista aprendiz para periódicos locales.
* Vargas Llosa empezó con seriedad su carrera literaria en 1957 con la publicación de sus primeros relatos, Los jefes y El abuelo, mientras trabajaba en dos periódicos. Su primera novela, La ciudad y los perros, fue publicada en 1963. Dos años después publicó La casa verde, y en 1969 dio a conocer Conversación en La Catedral. En 1971 publicó García Márquez: historia de un deicidio como su tesis doctoral en la Universidad de Londres. En 1977 apareció La tía Julia y el escribidor, basada en parte en el matrimonio con su primera esposa, Julia Urquidi.Y en 1981 publicó su cuarta novela, La guerra del fin del mundo.
* Tras un período de intensa actividad política, Vargas Llosa volvió a ocuparse en la literatura con su libro autobiográfico El pez en el agua (1993), Los cuadernos de don Rigoberto (1997), y El paraíso en la otra esquina (2003). Otro trabajo destacable es un ensayo que resume el curso dictado en Oxford sobre la novela Los miserables de Victor Hugo, La tentación de lo imposible.
* La novela La fiesta del Chivo (2000) fue llevada al cine por su primo Luis Llosa. En mayo de 2006 presentó la novela Travesuras de la niña mala. Para el 3 de noviembre de 2010 está anunciada la salida de su última novela, El sueño del celta, que aparecerá por el sello Alfaguara.
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La pasión y la razón, claves de un premio que hizo justicia
Mario Vargas Llosa tenía 27 años y ya había escrito la colección de cuentos de Los jefes y la revolucionaria novela La ciudad y los perros cuando su amigo el escritor y diplomático chileno Jorge Edwards lo llevó, en París, al estreno de Ocho y medio , de Federico Fellini. No le gustó. Demasiado desborde, mucha pasión un tanto fuera de control y, sobre todo, carencia de medida y molde. Cuenta Edwards que no hubo forma de convencerlo. No quería saber nada con esos experimentos, y tampoco con los de Godard y los de Bergman. Se divertía locamente, en cambio, con las películas norteamericanas de vaqueros de los años 40 y 50.
Cuando Vargas Llosa habla de sus novelistas favoritos, siempre menciona en primer término a los maestros del siglo XIX, comenzando por Flaubert y Balzac, pero sin desdeñar a otros más identificados con la literatura popular, como su amado Alejandro Dumas. Cuando era joven, en parte por el deseo de escandalizar y en parte porque lo creía realmente, sostuvo que las novelas de caballeros andantes al estilo de Tirante el Blanco eran más creativas que el Quijote : unas creaban un mundo perfecto, que funcionaba con sus propias reglas; la obra de Cervantes sólo lo disolvía con sus burlas.
Estas inclinaciones y gustos pueden servir para comprender a qué clase de artistas pertenece por constitución y carácter el flamante premio Nobel de Literatura. Aunque está dotado de un talento para la narración de tal tamaño que hace que la envidia se transforme en tiña en quienes lo critican, Vargas Llosa es un escritor que observa con bastante fidelidad las normas del género y que pasa por el filtro de la razón todos los ingredientes de sus historias. Además, jamás se da descanso cuando crea.
La verdad es que la bohemia me aburre y me destroza. La que viví en Lima tuvo sus frutos, pero en general me parece empobrecedora", ha dicho para explicar por qué prefiere el trabajo parejo a los ataques irregulares de la inspiración. El escritor canarino Juan José Armas Marcelo dice que en los años 70 invitó a Vargas Llosa a visitarlo en Las Palmas, y que la idea era darse la gran fiesta entre amigos. "Comenzamos la juerga con una cena china, con muchos tragos, junto a la Playa de las Canteras. Pero a las 12, como si fuera la Cenicienta, Vargas Llosa se levantó de la mesa y me pidió que lo llevara al hotel. ?Mañana tengo que escribir ocho horas´, me dijo, para mi asombro. Al regreso a la juerga en Las Canteras, le dije a Carlos Barral lo que había pasado. ´Sí, sí -contestó el poeta catalán a las carcajadas-, Mario es el único escritor que conozco que trabaja como un obrero y vive como un burgués´."
Para el chileno José Donoso, durante el boom latinoamericano de los años 60 Vargas Llosa había sido "el primero de la clase". Suena, tal vez, un poco irónica la metáfora escolar, pero hay bastante asombro en ella: gracias a aquella disciplina de estudiante perfecto, el peruano ya tenía escritas a los treinta y pocos años tres novelas que no se pueden calificar sino de magistrales: La ciudad y los perros , La casa verde y Conversación en La Catedral.
"Me hubiera gustado ser uno de esos novelistas del siglo XIX, que competían con Dios de igual a igual a la hora de crear mundos. Fue un momento privilegiado de la historia de la novela. Si tuviera que quedarme con una época, me quedaría con la de Tolstoi, de Dostoievsky, de Balzac, de Dickens, de Melville. Eso no quiere decir que haya que escribir novelas a la manera del siglo XIX, sino imitar esa gran ambición novelesca de las grandes catedrales del género. En algunos de mis libros he sentido que trataba de emularlos. En La fiesta del Chivo , por supuesto, y también en La guerra del fin del mundo . En esta actitud hay algo ingenuo: pensar que se lo puede contar todo, que se puede construir un universo tan complejo y tan amplio como el humano. Pero, al mismo tiempo, de esa ingenuidad resultó esta literatura tan deslumbrante, tan extraordinaria", dijo aquí en el 2000, cuando vino a presentar su libro sobre el dictador dominicano Rafael Trujillo. Toda una toma de posición, una definición de su arte narrativo.
El crítico literario peruano José Miguel Oviedo estudió a fondo la obra del novelista y al propio novelista, y también subraya la "tendencia al orden y a la nitidez" de su diseño expresivo como contrapeso a la pasión "desbordante y contagiosa" que pone en su tarea. "Sus historias tienen un complejo tramado sinfónico de tonos, ambientes, tiempos y peripecias, pero ese abigarramiento se resuelve siempre según un orden riguroso y casi maniático, en el que cada cosa encuentra su lugar para que el aparente caos adopte una figura precisa", dice.
Riguroso. Casi maniático. Vargas Llosa trabaja con materiales que le resultan cercanos, paisajes, personajes e historias, los separa en sus partes, los mide y los pesa, calcula hasta el milímetro el modo de reunirlos y construye con ellos un mundo que es a la vez real y diferente. Julia Urquidi, con quien estuvo casado, es y no es el personaje de La tía Julia y el escribidor. Las visitadoras de Pantaleón y los burdeles de Piura en La casa verde también pasaron por el laboratorio físico y químico del autor. Siguen pareciendo muy reales pero son, de una manera u otra, también ficticios.
Lo que Vargas ha dicho de la cantante y autora peruana Chabuca Granda, la autora de "La piel de la canela", se le podría aplicar perfectamente a él mismo: "A Chabuca le pasó lo mejor que puede pasarle a un artista. El mundo que inventó en sus canciones sustituyó al Perú real y es a través de aquél como imaginan y sueñan la realidad peruana millones de personas que nunca han puesto los pies en mi país".
Dentro de la ley, de la razón y el orden, no hay nada que Vargas Llosa no pueda hacer con la palabra. Cuando deja escapar lo irracional (su defensa de las corridas de toros, las tortuosidades eróticas de Los cuadernos de don Rigoberto y Travesuras de la niña mala ), lo hace por pura coherencia lógica, para darle un espacio determinado a las facetas menos claras de su mente. En su obra, difícilmente Vargas Llosa da saltos al vacío, esas carreras ciegas que llevan excepcionalmente al creador a lo sublime pero que con frecuencia muchísimo mayor hacen que se despeñe contra el piso.
Poner el cuerpo
El dominio alucinante que tiene sobre su medio expresivo y su tendencia a trabajar sobre un programa podrían haber hecho de él un escritor perfecto pero frío si no hubiera sido por su característica más polémica: la de poner el cuerpo siempre. En primer lugar, en la exposición de su vida íntima. La conflictiva relación con su padre, a quien creyó muerto hasta cumplir los diez años; el casamiento con su tía, en 1955, la posterior separación y la unión con su prima Patricia, en 1965, dieron siempre alimento a sus ficciones. Se abstuvo, en cambio, de usar otros episodios, como la célebre trompada que le aplicó en 1976 al colombiano García Márquez o bien por discrepancias doctrinarias o bien porque Gabo intentó seducir a Patricia. Pero no pudo evitar que el jamás aclarado episodio corriera por el mundo convertido en una suerte de novela no escrita.
En segundo lugar, Vargas Llosa puso su cuerpo en la política. De pocos escritores se puede decir que se hayan expuesto tanto en este campo. Dando una vuelta de tuerca a aquel hermoso verso de Machado sobre la segunda inocencia que da en no creer en nada, Vargas pasó con la misma pasión de la izquierda irrestricta a la derecha sin censura cuando se dio cuenta de que algo malo ocurría con un Fidel Castro que encarcelaba al poeta Heberto Padilla, en 1971.
Nunca llegó tan lejos como en 1990, cuando intentó llevar su sentido del compromiso a las urnas. Cualquiera que haya estado en esa campaña presidencial peruana se ha formado para siempre una idea de lo mal que se llevan el lirismo de un político novel, las reglas del marketing, los jingles que transforman a los candidatos en dentífricos y la percepción popular acerca de si esos candidatos tienen o no tienen las condiciones mínimas para tomar las riendas de sus asuntos. Era evidente que alguien sin escrúpulos dejaría al gran hombre en ridículo. Y ese alguien fue Alberto Fujimori.
"Cuando Vargas Llosa decidió presentarse a las elecciones para la presidencia de Perú, algunos dimos un salto de puro sobresalto. Ibamos a perder quizá, por Dios sabe cuánto tiempo, a uno de nuestros novelistas más imprescindibles en los zarandeos de una disputa política en la que partía con la desventaja de su honradez. Sin duda, sería blanco de todo tipo de malentendidos y maledicencias e incluso era probable que hubiera riesgos para su vida. Era difícil de aceptar, incluso de entender. Recuerdo que, durante un almuerzo en un restaurante madrileño, Octavio Paz me llevó a un lado para decirme, muy serio: ´Fernando, hay que quitárselo de la cabeza…´ Yo me eché a reír: ´Hombre, no querrás que hagamos campaña contra su campaña…´", contó años más tarde el filósofo Fernando Savater.
Y, sin embargo, tal vez sean precisamente esas "locuras" las que hacen de Vargas Llosa el escritor que es. Es común que se diga de él: "Me gusta su obra, pero no lo que dice o lo que piensa", pero quizá no sea posible separar los dos términos: sin la intensidad con que se compromete, sin sus desplantes y sus declaraciones, tal vez la obra no hubiera sido lo que, afortunadamente, ha sido.
En 2005, con casi 70 años y toda la gloria encima, quiso ver con sus propios ojos lo que ocurría en Gaza, para contarlo en una serie de artículos. Sus elogios a Margaret Thatcher y, más aún, al premier italiano Silvio Berlusconi, en nombre de un liberalismo a granel, le valieron no pocos reproches. Incluso agravios, para ser más precisos. En 2008, durante su visita a la Argentina, un grupo de manifestantes apedreó el ómnibus en el que viajaba Vargas Llosa rumbo a un seminario organizado por la Fundación Libertad. A comienzos de este año, fue abucheado en Chile en la inauguración del Museo de la Memoria, cuando respaldó al todavía candidato Sebastián Piñera. Sus opiniones no tienen fronteras ni términos medios: "Cristina Fernández es un desastre total", dijo hace un año.
Pero, equivocado o no, a él no le alcanza con opinar bajito. Se siente como aquel pez en el agua que le dio título a su libro de memorias. Se cree con derecho a zambullirse de lleno en la corriente. Al fin y al cabo, serán ésos los ruidos que se llevará al gabinete para convertirlos más tarde o más temprano en novelas que están fuera del tiempo.
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