La ‘inflación’ educacional
La Prensa, Panamá
Escuchaba yo a un padre sermoneando a su hijo y diciendo: “no descansaré hasta que me traigas ese papel”. ¿A qué “papel”, se refería? Obviamente al diploma, a la licenciatura, a ese papel que te otorga esa licencia para “ejercer algo”, a “comenzar desde arriba”. Derecho a adquirir aquellas rentas oligopólicas que pretenden dar aquellas barreras de entrada a ciertos servicios, que dan aquellos “títulos”.
Lastimosamente, para aquel padre preocupado, a su estrategia le está saliendo el tiro por la culata, cual sucede con todos los carteles, la gente busca la manera de subvertirlos, todos quieren entrar a él, los títulos se multiplican se devalúan. Cuando antes era suficiente una licenciatura, hoy es necesario una maestría y mañana un doctorado o post doctorado. Una verdadera inflación de títulos, pero como en toda inflación, aunque cada vez haya más “papel” hay menos contenido y valor.
He allí nuestro problema educativo, simplemente perdimos la brújula. Explico. ¿Recuerda usted el orgullo de haberse sentido útil por primera vez? “Todos buscamos ser útiles, relevantes, para nuestros semejantes”; esta frase que se me hizo verdadera con una pequeña experiencia que tuve hace tiempo cuando me tocó acompañar a un amigo que se había ganado un contrato con el Gobierno para entregar paquetes de comida a unas escuelas rurales en el interior.
Cuando llegaba el camión con los paquetes a las escuela y comenzaba la descarga, la sorpresa de nosotros fue cuando los mismos niños se abalanzaban para ayudar a cargar las bolsas de comida, y lo más curioso es que literalmente competían por quién podía cargar más. Era claro, lo que ellos querían era sentirse “machitos”, sentir que ellos, de alguna manera, habían puesto “la comida sobre la mesa”.
Un sentimiento muy natural, el hombre como “proveedor”, y que lastimosamente cada vez menos niños y adolescentes pueden sentir, ¿por qué? Porque está prohibido, la ley lo dice en un sistema que pretende “archivar” a los niños atrasando su vida productiva lo más tarde posible, so pretexto educativo de enseñar en teoría lo que sólo da la práctica. Es como enseñar natación pero no permitir que el niño entre a la piscina. Esta práctica se vende como educar al mismo tiempo que se da felicidad al adolescente, pero resulta exactamente lo contrario.
El resultado, si se sabe ver, es fácil de entender: se crea una pérdida de propósito en la vida de estos niños y adolescentes. Y a la pregunta de ¿para qué sirve todo esto que supuestamente debo aprender y por lo cual debo renunciar a sentirme útil?, sucede una respuesta vaga, de que esto se hace para que un día, con una “licencia”, puedas empezar a hacer algo y, mientras tanto, solo te queda esperar y esperar. Las consecuencias son claramente predecibles, indiferencia cuando no un odio por lo que se aprende, lo que eventualmente desembocará en rebeldía y deserción, si no es que se pasa por el alcohol, las drogas y las pandillas.
Como sociedad patrimonialista que tradicionalmente hemos sido desde la colonia, tu posición dentro de la sociedad te la da tu estatus y no tu contribución a la misma. Por otro lado, nuestra aspiración a ser “democráticos” otorga las posiciones de privilegio de acuerdo al mérito educativo, por supuesto, hace que los títulos se conviertan en una llave al privilegio “trepador” en la sociedad y su estado.
Es el derecho “a comenzar de arriba”. El problema es, ¿qué hacer cuando todos quieren comenzar de arriba? Bueno, se exige más, maestría, doctorado, en pocas palabras, se alarga la cosa. De allí que los hijos de la clase media sean los que mejor capacitados están para soportar este martirio innecesario, por lo menos tienen a sus padres, quienes saben cómo llegar. Los que quedan rezagados son los de abajo, los que nunca entienden para qué tanto ritual sin uso práctico.
Y en cuanto a la educación y su objetivo, el conocimiento, bueno, aquello quedará asfixiado en esta explosión inflacionaria de títulos, que se convierten en un fin en sí mismos. Al final quedamos ni en chicha ni limonada. Para los detentores de los títulos, el conocimiento no es más que resultado de un martirio producto de una tortura por la cual no quieren pasar de nuevo, “me quemé las pestañas estudiando”. Para los que se quedaron en el camino, ellos nunca entendieron para qué servía toda esa “enseñanza”.
El resultado, una sociedad de muchos caciques y pocos indios. Donde hay una infinidad de abogados e ingenieros y difícilmente se encuentra un plomero o electricista que sirva. Por eso, no importan todas las buenas intenciones de nuestros dirigentes. El problema educativo del país no se resolverá hasta que la educación vuelva a tener un propósito aparte del “título”. Cuando los niños empiecen a aprender “haciendo”, siendo útiles, y el conocimiento se descubra como algo que te hace más útil, entonces hemos encontrado la verdadera educación.
- 23 de julio, 2015
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