La falta de disciplina de Europa
Cuando la Canciller Angela Merkel decidió que Alemania iba a pagar parte de las facturas de Grecia, los electores castigaron a su partido en las elecciones del estado con mayor densidad de población de Alemania, Renania del Norte-Westfalia. Muy apropiado.
El Tratado de Westfalia de 1648, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años, ratificó el emergente sistema de naciones-estados de Europa. Desde el final de la Guerra de los 31 Años (1914-1945), las élites europeas se han empleado a fondo neutralizando las nacionalidades de Europa. La crisis de la deuda helena pone de manifiesto las inabordables contradicciones de este proyecto y la fragilidad del modelo social de posguerra de Europa Occidental — estados del bienestar súper previsores faltos de principios de control.
Grecia representa una aspiración perversa — una sociedad con (en palabras del Representante Republicano de Wisconsin Paul Ryan) "más receptores que hacedores", más personas que reciben prestaciones del gobierno de las que fabrican los bienes y servicios que dan lugar al excedente social que financia al gobierno. Al socializar las consecuencias de la mala gestión pública de Grecia, Europa se ha convertido en el principal productor mundial de un tóxico — el peligro moral. La deshonestidad y la ausencia de disciplina de una nación que representa el 2,6% de la producción económica de la eurozona han llevado a las naciones del 97,4% restante — y a Estados Unidos y al Fondo Monetario Internacional — a decir, en esencia: Las consecuencias de tales vicios no se pueden acotar, de forma que cada uno somos rehenes de todas las demás y por tanto no se va a permitir que ninguna nación se hunda bajo el peso de su temeridad.
La temeridad prosperará.
"Acuñar la divisa", decía William Blackstone hace más de dos siglos, "es en todos los estados función del poder soberano".
Pero la Unión Europea no es ni un estado ni lo bastante soberana para hacer respetar sus reglamentos: Ninguna nación de la eurozona cumple la exigencia de la Unión de que el déficit no supere el 3% del PIB.
La Unión Europea tiene una bandera ante la que nadie se cuadra, un himno que nadie canta, un presidente que nadie puede elegir, un parlamento (en Estrasburgo) que nadie aparte de sus integrantes quiere que tenga poder (que por fuerza tiene que sustraer de las competencias de las legislaturas nacionales), una capital (Bruselas) de burocracia abigarrada a la que nadie admira ni controla, una divisa que presupone que no existe ni debería existir ni existirá a corto plazo (un gobierno central europeo), y reglamentos de comportamiento fiscal que ningún país miembro ha sido penalizado por ignorar. La euro divisa presupone y promueve al mismo tiempo una ficción — que "Europa" se ha convertido de alguna forma, en contra de los deseos de la mayoría de los europeos, en una expresión política en lugar de una expresión geográfica simplemente.
Los diseños de los billetes del euro, introducidos en circulación en 2002, proclaman una aspiración utópica. Pasaron a mejor vida los coloristas billetes de las naciones concretas, que mostraban imágenes de héroes nacionales de estado, de la cultura y las artes, imágenes que celebraban narrativas nacionales únicas. Con el euro, 16 naciones han dicho adiós a todo eso. Los billetes representan ventanas, arcos y puentes que no existen. Son de… ninguna parte, que es lo que significa "utopía".
Desde que la integración europea arrancara en 1951 con la creación de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, la pregunta ha sido: ¿Habrá una Europa de estados o un estado de Europa? El euro forma parte de una tentativa por crear lo segundo, un Leviatán construido a partir de las soberanías renunciadas de las naciones de Europa.
Si el dinero representa, como dijo Emerson, la prosa de la vida, el euro refleja la determinación de hacer prosaica la vida europea. Es una tentativa por borrar nacionalidades e incorporar política en economía con el fin de escapar de la historia europea. El euro complace a la población desanimada para la que la historia europea no es Chartres y Shakespeare, sino el Holocausto y la Batalla del Somme. El euro expresa la desesperación cultural.
Asimismo supone algo más que no existe. La palabra "democracia" incorpora el griego demos — pueblo. Como los recientes disturbios del demos de Grecia y el desprecio recíproco del demos de Alemania dejan claro, Europa sigue siendo un continente de pueblos diferentes e independientes. No hay "pueblo europeo" unido por costumbres comunes. Henry James escribió a William Dean Howells: "El hombre no es en absoluto uno, después de todo – le cuesta mucho ser americano, ser francés, etc." Todavía cierto; todavía peligroso de ignorarse.
Se dice que, dos décadas después de la división política Este-Oeste de Europa, existe una división cultural Norte-Sur. Pero los problemas de deuda de Irlanda y, aún más, los de Gran Bretaña refutan esa distinción. La deuda de Gran Bretaña, la peor de Europa, es el resultado del creciente gasto público del 37% del PIB al 53% en cuestión de una década. El London Spectator afirma que ninguna otra nación europea "ha ampliado el tamaño de su administración con tanta rapidez — a lo largo de ésta o de cualquier otra década de la historia de posguerra".
La U de Unión Europea — el denominador común — es la ausencia de disciplina. También es, cada vez más, el rasgo unificador de los Estados Unidos de América.
© 2010, The Washington Post Writers Group
- 3 de julio, 2025
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- 5 de noviembre, 2010
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