Mañana con Borges
El País, Montevideo
Buenos Aires, tibio y soleado. Llegué a casa de Borges en la calle Maipú con el cometido de hacerle una entrevista por sus 80 años, pero con tiempo suficiente para mayor comodidad.
"Qué gentiles que son los orientales", dijo Borges. En ese momento un equipo de la BBC de Londres estaba haciendo la misma tarea para la que había viajado yo.
Llovía impiadosamente sobre Buenos Aires. En consecuencia, mientras aguardaba mi turno, pasé revista a la habitación. Un sofá de color verde. Un sillón de color verde (encima un gato blanco). Un cuadro de Norah Borges. Y el resto, libros. Una enorme biblioteca impecablemente arreglada. Nada por fuera de lugar. Lomos parejos, la cantidad exacta en cada estante. Ninguno de aquellos libros estaba escrito en idioma español; tampoco había obras de Borges. La habitación era de extrema sobriedad. Sobre la mesa había varias cámaras de la BBC, película, una filmadora. Había un cuadro de Norah Borges. Me senté en el sofá.
Finalmente, reapareció. Se orientaba sin el bastón. Detrás de él, le seguían un hombre de gruesos lentes acompañado por una mujer joven, delgada y alta, y el camarógrafo, quien junto a la mesa comenzó a cambiar el rollo de la filmadora. La mujer ojeaba un libro.
Borges se sentó a mi lado y comenzó a hablar: "Yo soy medio oriental, por los Haedo y los Melián Lafinur. Mi abuelo fue artillero en la Guerra Grande, en Montevideo, y luego se hizo matar en una batallita en el año 54. En los tiempos de Buenos Aires contra Entre Ríos".
Le pregunté qué escritores del Uruguay recordaba, y me habló de Emilio Oribe, que vivía en el hotel Cervantes, dijo, donde había un cinematógrafo; y también habló de Pereda Valdés. Y, tras un silencio, trasladándose al Montevideo de sus tiempos mozos, me comentó: "En el Cordón y en la Aguada eran bravos; había una especie de compadritos como acá. Pero no en Paso Molino, que era más tranquilo. Yo viví allí en una quinta de unos parientes míos, en lo de Pancho Haedo".
La periodista de la BBC se arrimó y dijo: "Borges vamos a continuar con el poema "Heráclito". Ignoro por qué, Borges le respondió que al poema lo leería yo. Me negué a hacerlo; pero Borges insistía. Finalmente, el asunto fue zanjado por la periodista inglesa. Me dio el libro y me ordenó: "Cuando se encienda la luz roja, usted lee; al terminar, se pone de pie y me deja su lugar." (Y así aparecí en la BBC).
En un nuevo intervalo, aproveché a seguir la conversación, y, finalmente, le pedí que me firmara un libro suyo que llevaba conmigo. Lo palpó, lo dio vuelta, pero no supo cuál era. Le respondí que era "Libro de prólogos con un prólogo". Me contestó: "Quizá sea bueno porque nunca pensé que sería un libro". Dibujó un garabato, que era su firma. Le agradecí la cortesía y sus declaraciones. Nos despedimos. Su sonrisa pudo más que la mirada ciega, cuando me dijo: "Saludos a la calle Buenos Aires, allá en Montevideo". Me place recordarlo y compartirlo hoy, porque se cumplen precisamente 31 años de ese encuentro que vive en mí.
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