Secuestrados de las FARC: ¿Y los que no regresaron?
Bogotá. – Gladys Rojas Cerquera llegó sola, nadie la trajo hasta Florencia, Caquetá. Su casa en Pitalito, Huila, quedó desolada, lo mismo que dos de sus hijos, aún chicos.
Sin embargo, a ella no parece importarle. Desde la madrugada del martes llegó a la capital del Caquetá en busca de noticias de Adolfo Rojas Rojas, su hijo, un ex soldado del batallón Guanambú que operaba en el sur del país, y que desapareció como por arte de magia, como si la tierra se lo hubiera tragado sin avisar.
La huilense no se observa en medio de los 'Colombianos y Colombianas por la Paz', un grupo que propende por la liberación de los secuestrados y que la dejaron ingresar hasta una carpa donde permanece tímida, triste, expectante ante un Pablo Emilio Moncayo que posiblemente le traiga noticias de su hijo quien desapareció hace cuatro años.
Y es que ese día (8 de julio), habló con su madre en cuatro oportunidades por celular, la saludó y le manifestó que estaba bien. Después su teléfono sonó apagado y nunca más volvió a revivir.
De inmediato, la mujer se marchó hacía el Batallón Guanambú en busca de noticias y no encontró sino contradicciones de parte de una fuerza pública que aún no responde por lo sucedido.
“Me dijeron que había desertado, que se había volado, si fuera cierto me hubiera llamado, me hubiera manifestado que se iba a ir porque teníamos mucha confianza”, expresa mientras muestra una fotografía a blanco y negro del desaparecido.
“Ellos me han metido mucha mentira, comentan que lo tengo escondido en mi casa, que salió de permiso. Que la Fiscalía sabe, que conoce, pero es mentira”.
La mujer se observa agotada, sus piernas parecen no dar más. Pese a esto, prefiere esperar que pase la tormenta, que los helicópteros vayan por Moncayo y que él pueda traerle noticias de su familiar. Sin embargo, será casi imposible y ella lo reconoce.
“No nos dejarán hablar con Pablo Emilio, es muy complicado”, insiste, mientras se escurren las lagrimas sobre su rostro ya envejecido prematuramente por una cruz que lleva a cuestas desde hace 48 meses cuando su hijo desapareció.
“Hablé con la doctora Piedad Córdoba para mirar si la guerrilla me da pruebas de supervivencia, que si lo tienen me llamen, me digan… No quiero sufrir más”, narra al observar la imagen de su hijo, vestido de militar y empañada por sus lagrimas.
“Era muy contento, estaba feliz porque le iban a dar la 'dragona', es decir, lo ascenderían a dragoneante por su buen comportamiento; quería quedarse en la carrera profesional”.
No cesará de buscar Los minutos pasan, la lluvia mengua y el sol aparece tímidamente. Mientras Gladys Rojas, parece no cansarse. El almuerzo y demás gastos no saben quién se los suplirá porque la casa que tenía de propiedad la vendió con el fin de recorrer el país en busca de “un pedazo que me han desprendido de mi alma”.
“Si me dejan hablar con Pablo Emilio le preguntaré por mi hijo, se lo mostraré en las fotos, él me dirá si lo vio en el monte o no”, concluye.
Gladys Rojas perdió el tiempo. Pablo Emilio Moncayo jamás vio a su hijo. Ella se volvió resignada a seguirlo buscando. Alex Camilo Torres Muñoz, desapareció el mismo día. De él tampoco se conocen noticias.
Otra historia
Zuleisa Polanco, oriunda de Florencia, Caquetá, abandonó la cocina de su casa por recurrir en busca de noticias de Luz Estela Mavesteí Polanco, su hija, quien desapareció hace 11 años cuando se marchó a vender joyas de oro al Meta y no regresó a su hogar.
La anciana ocupa uno de los primeros puestos en la carpa de 'Colombianas y Colombianos por la Paz' en el aeropuerto de Florencia y cree que Pablo Emilio le traerá noticias de su “pequeña”, como la llamaba. Y como sabe que es remota la posibilidad lo hace por mojar prensa.
Por esto, muestra la pancarta con el rostro de su hija, se pasea tímidamente y pregunta si la van a entrevistar. Ella es adorable concluyen los periodistas internacionales que no dejan de asegurarle un pequeño espacio en sus canales mundiales.
“Yo sé que se la llevó el frente 39 de las Farc en el Meta. A mí me llamaron a contarme, sólo porque era bonita y estudiada”, comenta la mujer quien considera que está viva pese a que nunca ha recibido pruebas de supervivencia.
Cuando Moncayo descendió del helicóptero que lo transportó a la libertad, la mujer movía con fuerza la fotografía de su hija busca de que el ex secuestrado la observara y le diera noticias.
Sin embargo, eso no pasó porque el sargento centró su atención en su familia a quien no veía desde hace más de 4.500 días.
“A dónde no he ido. Fui hasta Los Pozos, Caquetá y mi esposo no pudo volver a ingresar porque la guerrilla le dijo que lo iban asesinar si lo veían por allí”, cuenta al agregar que ya no tiene dinero para poderse a mover en busca de su hija.
“Las FARC juegan con uno como si fuera una pelota de fútbol, que vaya a una lado, que hable con este comandante, que con el otro. La última platica la invertimos en sacar su foto por las bolsas de leche del Caquetá para que quien la viera nos diera información”.
“Vivos se los llevaron, vivos los esperamos”, grita, al argumentar que así como Pablo Emilio Moncayo se fue vivo y regresó igual, lo mismo sucederá con su hija.
Sin embargo, ese destino es incierto. Por ahora le resta esperar. Por su parte, Diocelina, madre de Yulder García Fernández, también contó su historia y se hizo notar en medio de un escenario donde el único protagonista era Moncayo.
Ayer, en medio de la liberación, cumplía tres años de desaparecido. Parece que fueron las FARC las que se lo raptaron supuestamente para curar un guerrillero y jamás volvió. La droguería también la asaltaron.
Las madres víctimas de la guerra son muchas. Todas querían preguntar. Lo complicado era que el liberado pudiera responder en medio de su efusión. Ellas son felices con que las nombres y sus hijos, donde quiera que estén, puedan darse cuenta que no se olvidan de ellos.
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