El costo y la angustia de sobrevivir en Venezuela
En un país donde la vida sólo vale una mención en las estadísticas, el 91% de los asesinatos quedan prácticamente impunes, la sobrevivencia se complica con el alto costo de la vida, la escasez, la especulación y la pavorosa inflación. La pobreza avanza a paso de vencedores. El consumo de alimentos cae dramáticamente. Una evidencia inequívoca de que la política económica de la llamada revolución ha resultado un estruendoso fracaso. Vivimos momentos oscuros.
La canasta alimentaria literalmente dobla al salario mínimo. La mayoría de la fuerza laboral que disfruta de un empleo obtiene ese ingreso básico. Por más que el trabajador estire ese salario, se le encoge el estómago, se le arruga el alma y le coloca al borde de la desesperación. No hay posibilidad de un centavo para una ropita, un heladito, una distracción y menos para un viajecito de recreación. El estipendio sólo alcanza para medio vivir. La angustia es colectiva. La situación no puede ser más oscura.
Esa amarga realidad, también nos indica, que “el bolívar fuerte, en una economía fuerte”, que nos vendió la cháchara presidencial reforzada por la abrumadora publicidad oficial, no pasó de una oferta engañosa. El incremento salarial -fraccionado- todavía no llega al bolsillo de los trabajadores y ya la inflación lo devoró. El costo de los alimentos va viajando en metro y los sueldos y salarios en las destartaladas camioneticas. La gente que vive la realidad, no se cala más engaños. La revolución va de retroceso y en un laberinto tenebroso y oscuro.
Mientras el costo de la vida hace estragos en el bolsillo y el consumo de alimentos, los servicios públicos también entran en una crisis dramática. El racionamiento de alimentos es obligado por la inflación, la electricidad es racionada por la imprevisión, negligencia e ineptitud del gobierno. El agua, que en nuestro territorio patrio abunda, también es racionada por falta de una inversión efectiva y eficiente. Los cilindros de gas doméstico escasean porque los camiones de distribución están dañados. La falta de electricidad nos deja en total oscuridad.
La cháchara presidencial está agotada. La gente no vive de falsos espejismos. Conoce y sufre la pavorosa realidad, no puede salir a la calle porque corre el grave riesgo de pasar a formar parte de las frías estadísticas de la violenta criminalidad que actúa con total impunidad, observa las cadenas presidenciales y se percata de que, hasta los pases que pretenden hacer para mostrar alguna “maravilla”, se les caen porque en el lugar se produce un apagón. La ciudad de Cantaura observa con curiosidad que estando ubicados en el corazón gasífero de Venezuela, les dotan de una planta de 8 megavatios, que apenas produce cerca de 6 y funciona a base de gasoil. Tiempos oscurantistas
En estos 11 años de inflación incontrolada, de servicios públicos en crisis, de deterioro del aparato productivo, de desempleo galopante, de inseguridad terrorífica, de salvaje impunidad y un costo de la vida insoportable, Chávez pretende pasar como el ave que cruza el pantano sin mancharse. El 26 de septiembre, en las urnas electorales, el tsunami de votos nos conducirá a una esplendorosa aurora. Chávez nos cortó la luz, vivimos tiempos de oscuridad. El 26 de septiembre hay que cortarle la luz para la salir de la oscuridad.
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