Los Kirchner y la tragedia de la democracia mandona
Recuerdo que hubo un tiempo largo, durante el siglo pasado, en que muchos despreciaron la democracia "formal". Eso fue hasta que tuvimos la peor de las dictaduras. Entonces aprendieron bien para qué sirven, por ejemplo, las Constituciones y otras "formas".
El recuerdo viene a cuento de un error de algún modo comparable que tenemos hoy repetidamente a la vista. La cuestión es, de nuevo, el bajo aprecio por las leyes, los procedimientos y las instituciones en política; y su fuente, también de nuevo, el desconocimiento de los efectos rotundos que dichas "formas" saben tener. Ambos, con consecuencias ahora de otra clase, esta vez lejos del horror, pero también negativas y de gran importancia para sus protagonistas como para el país.
Voy al grano: si a lo largo de estos años de su gobierno los Kirchner hubiesen reparado más en las normas y los usos consagrados en tiempos civiles, con seguridad podrían esperar para las elecciones del 2011 un trato mucho mejor que el que parece les tienen ellas reservado.
Obraban, u obran, tres cosas relevantes a su favor. Primero, la realidad es todavía que el kirchnerismo y sus apoyos son la primera minoría política del país, en el Congreso como en las provincias; segundo, sus decisiones principales de gobierno desde el 2003 no han sido (ni cabe tampoco que sean seriamente consideradas) tan malas como los modos y comportamientos con que tantas veces las tomaron, de manera que, excepto por éstos y contando con "la caja", no tendrían por qué llegar a las próximas elecciones demasiado débiles en votos; y, tercero, para derrotarlos la oposición debería aún trascender la suma de stricto sensu fragmentos en que efectivamente consiste hasta la fecha, la pobreza casi franciscana de ideas o proyectos de fondo y las ambiciones encontradas de líderes varios tan numerosos como sólo discretamente prestigiosos y populares.
Sin embargo, han sido justamente las maneras habituales y el estilo gobernante usual de los Kirchner, indudablemente azuzados e impelidos por la clave que no hemos aún nombrado pero ya es momento de citar: su desmesurada ambición de un poder completo, incontrastable, los que han perjudicado sus posibilidades tanto como dicen las encuestas de opinión pública desde el año pasado. Antes de ello, o en paralelo, muy particularmente durante la presidencia de Néstor, habían restaurado la perdida autoridad del gobierno nacional, la excelencia y respetabilidad de la Suprema Corte, la lucha por los derechos humanos y -sesgo aparte- el castigo de los criminales de los años setenta, perdonados de un modo u otro en los noventa de Menem.
También habían renegociado exitosamente la deuda externa del país e impulsado fuertemente la recuperación y el crecimiento económicos, asegurado el buen orden fiscal y la estabilidad financiera, puesto en vereda al FMI, incrementado sensiblemente el empleo, la demanda y el consumo, evitado (al precio, es cierto, de desórdenes molestos) la represión de la protesta en las calles o las rutas que en el pasado había sabido siempre hacerse salvaje e irresponsable, actualizado el monto así como aumentado el número de jubilaciones entre quienes más lo precisaban, multiplicado (aquí al costo de clientelismos inveterados) los planes y número de beneficiarios de la ayuda social y a los pobres. Hay que admitir que no fue poco. Y hubo o hay más. En lo que directamente le concierne al firmante de esta columna, por ejemplo, mucho bueno relativo a los científicos, la ciencia y la tecnología, el Conicet o el Invap.
Nada de eso ha podido quitar, empero, los errores que dijimos, ni los conflictos torpemente desatados o los absurdamente perpetuados por su tendenciosidad, prepotencia y demás modos agresivos. Ni hace, tampoco, a la histórica epopeya que su fantasía ideológica proclama a diario. Enviciados por la experiencia mandona del mismo Néstor en Santa Cruz, ya en la capital de una república de veintitantas provincias y cuarenta millones de personas los Kirchner no entendieron nunca que las formas son realmente importantes; que aquí los modos expeditivos tanto como sucios pueden surtir algunas ventajas pro tempore pero más a la larga tienen patas cortas, lo mismo que las mentiras. Aparte, tantos como son ocho años per se menos que gloriosos -ni hablar de cuatro más, y en total de doce-, por lo común suscitan en las personas cierto tedio, cansancio, impaciencia y malhumor naturales.
Y la cosa es todavía peor si (en un país que, según recordamos de entrada, padeció no hace tanto una dictadura desnuda y, quemado con la leche, cuando ve una vaca llora), se ha plagado con picardías presuntamente astutas y sorpassos políticos irritantes y violado con intrusiones patentes las reglas civiles y políticas del juego, eso que en otras esferas se llamaría "los códigos".
Rematado el total, encima, por un desparpajo sin vergüenza, la necedad más obtusa, la arrogancia más puerilmente pedante, una codicia insólita a la vez que impúdica y el resorte último de una extrema ambición de poder.
Los Kirchner pertenecen a una tradición de la cultura política argentina que no es nueva pero es toda una lacra: la que cree que, en nombre (aunque en los hechos no necesariamente a favor, los resultados varían) de la lucha contra la infame desigualdad y la injusticia social que agobian a millones de compatriotas y avergüenzan la dignidad del país, desde sus fines proclamados hasta sus devaneos y sus mismos odios justifican cualquier medio a mano. Sí, la tradición de "la Tendencia" y los "Montoneros". Que ahora irá otra vez inútilmente al desastre, también en las urnas.
El autor es politólogo, Profesor Emérito de FLACSO e Investigador Superior del CONICET.
- 23 de enero, 2009
- 23 de junio, 2013
- 28 de octubre, 2014
- 3 de septiembre, 2014
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