La dictadura digital
La semana pasada, Google tuvo que hacer frente a una oleada de protestas de los usuarios de su nuevo servicio Buzz que inadvertidamente expuso sus datos personales en la Web. Sin embargo, los usuarios en Irán no tuvieron estos problemas. No por que Google tomara medidas extraordinarias para proteger sus identidades, si no porque las autoridades iraníes decidieron prohibir Gmail, el popular servicio de correo electrónico de Google, y reemplazarlo por uno controlado por el gobierno.
Tales paradojas abundan en la compleja relación que mantiene la República Islámica con Internet. Al mismo tiempo que la policía iraní reprimía a los manifestantes antigubernamentales colocando sus fotos en línea y pidiendo pistas al público sobre sus identidades, una compañía tecnológica vinculada al gobierno lanzaba el primer supermercado por Internet en el país. Días después, la telefónica estatal iraní firmó un acuerdo con sus contrapartes de Azerbaiyán y Rusia, aumentando su red nacional de telecomunicaciones.
La mayoría de estas paradojas pasan inadvertidas para los observadores occidentales de Internet. Creen que el ciberespacio es una ruta directa a la democracia y la libertad y que ningún gobierno podrá reprimir este espíritu libertario. La creencia de que el acceso gratis y sin trabas a la información, combinado con las nuevas herramientas de movilización que ofrecen los blogs y las redes sociales, lleva a la apertura de las sociedades autoritarias y a su posterior democratización forma ahora una de los pilares del "tecno-utopianismo".
La secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton, ha prometido incluso hacer de la libertad de Internet uno de los pilares de la política exterior de Washington.
¿Es esta creciente fascinación con los medios sociales un mero signo de la desesperación occidental con otros instrumentos más convencionales de influencia diplomática? ¿Vendrán Twitter y Facebook al rescate y llenarán el vacío dejado por las herramientas más convencionales de diplomacia?
¿Se unirán las masas oprimidas en países autoritarios a las barricadas una vez tengan acceso ilimitado a Wikipedia y Twitter?
Esto parece bastante improbable. De hecho, nuestro debate sobre el papel de Internet en la democratización necesita moderación desesperadamente, ya que hay muchas razones para ser escéptico. Irónicamente, el papel jugado por Internet recientemente en Irán nos muestra porqué: el cambio revolucionario que puede derrocar a los regímenes autoritarios exige un alto nivel de centralización entre sus oponentes. En este caso, Internet no siempre ayuda.
Contrario a la retórica utópica de los partidarios de los medios sociales, Internet complica el salto de la deliberación a la participación, frustrando la acción colectiva bajo la enorme presión de un interminable debate interno. Así se puede explicar la impotencia de las recientes protestas en Irán: gracias a la sociabilidad y al elevado nivel de descentralización que permite la Web, el Movimiento Verde iraní se fraccionó en tantos foros de debate rivales que no pudo organizarse debidamente para el aniversario número 31 de la revolución islámica. El Movimiento Verde puede haberse ahogado en sus propios tweets.
El gobierno iraní hizo su parte para obstruir a sus oponentes, frustrando sus comunicaciones por Internet e inundando las páginas Web iraníes de videos de dudosa autenticidad para provocar y dividir a la oposición. En un ambiente como éste —donde es imposible distinguir a los interlocutores— ¿quién culparía a los iraníes de abstenerse de salir a la calle para evitar ser arrestados?
Nuestras expectativas infundadas de que Internet facilitaría que un ciudadano común y corriente identificara quién más se está oponiendo al régimen para luego actuar de forma colectiva con base en ese conocimiento compartido pueden ser incorrectas.
Súmele a eso la creciente capacidad de vigilancia de los estados autoritarios modernos (reforzado en gran parte por la misma información recaudada a través de sitios de redes sociales y analizada con sistemas de extracción de datos avanzados) y puede empezar a entender por qué falló el Movimiento Verde en Irán.
Esto no quiere decir que no haya jóvenes que viven en regímenes autoritarios que usan Internet para organizar protestas; existen y hay que aplaudir su valor. Pero no deberíamos olvidar que son sólo una pequeña minoría. Para la gran mayoría de los usuarios de la Web en estos países, el creciente acceso a la información podría no ser siempre liberador. De hecho, podría minar su compromiso al desacuerdo político.
No todo es blanco y negro
Nuestra perspectiva binaria del autoritarismo moderno como una lucha interminable entre el Estado y sus oponentes prooccidentales y prodemocráticos también oculta el hecho de que la vida pública en estas sociedades tiene muchas capas y texturas. No todos los oponentes de los gobiernos ruso, chino o incluso egipcio encajan en el molde neoliberal. El nacionalismo, extremismo y fanatismo religioso abundan.
Facebook y Twitter conceden poder a todos los grupos, no sólo a los grupos prooccidentales que nos agradan. En un marco más formal, no todo el capital social creado por Internet está destinado a producir "bienes sociales"; los "males sociales" son también inevitables.
El movimiento de liberación femenina no es el único que usa Facebook para promover sus causas en Arabia Saudita; los conservadores religiosos han abierto una página Web del Comité para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio.
Aunque en el senado estadounidense se elogió un sistema basado en redes celulares en México que permite a los ciudadanos reportar crímenes, no se mencionó que los usuarios de Twitter en México usan el sitio para alertar sobre retenes de la policía, lo que ayuda a los conductores ebrios a eludir a las autoridades.
Lo que no logramos entender es que algunas asociaciones civiles, sin duda potenciadas por Internet, pueden trabajar para fines más bien poco civiles. En lugar de eso, nos aferramos a una visión anticuada de que, en cuanto a los gobiernos autoritarios, todo el poder no estatal es bueno y conduce inevitablemente a la democracia, mientras que el poder estatal es maligno y siempre lleva a la represión. Con esta lógica, a menudo llegamos a la paradójica conclusión de que es aceptable gritar ¡Fuego! en un cine abarrotado de gente, siempre y cuando el local pertenezca al Partido Comunista chino o al líder supremo iraní.
A pesar de estas advertencias, sería irrazonable que el gobierno estadounidense abandonara sus esfuerzos por usar Internet para promover la democracia internacional. Un buen punto de partida sería dejar de poner obstáculos a sus propias compañías tecnológicas, que necesitan una serie de exenciones de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC por sus siglas en inglés) del Departamento del Tesoro para exportar servicios de Internet a países autoritarios.
También es causa de preocupación el creciente acercamiento entre el gobierno de Barack Obama y estas empresas tecnológicas, personificadas en cenas de Estado y viajes conjuntos a países como Rusia e Irak.
Desde luego, es positivo que los jóvenes burócratas de Obama establezcan vínculos con las mentes más creativas de Silicon Valley. Sin embargo, el mensaje que envía al resto del mundo —que Google, Facebook y Twitter se han convertido en extensiones del Departamento de Estado estadounidense— puede simplemente poner en peligro las vidas de quienes usan estos servicios en los regímenes autoritarios.
—Evgeny Morozov es miembro de la junta rectora de la Universidad de Georgetown y colaborador de la revista 'Foreign Policy'. Su libro sobre Internet y democracia se publicará en el segundo semestre en EE.UU.
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