Costa Rica, la excepción
Costa Rica no es sólo excepcional por haber elegido a una mujer a la presidencia de la República, lo es en particular, por haber suprimido las fuerzas armadas. Lo más singular es que la decisión de suprimir el ejército, deriva de una guerra civil, y, lo más singular aún, es que quienes la tomaron fueron aquellos que salieron vencedores en la contienda. ¿Qué alquimia hizo posible semejante milagro en el continente marcado por la preeminencia de lo militar en la política?
El hecho de mayor relieve es que esa Costa Rica democrática que le dijo adiós a las armas, nace de un conflicto que se fue gestando durante el período de 1930 a 1940 en el que se enfrentaban varios actores:
– Un fuerte movimiento sindical influenciado por la acción dinámica del Partido comunista que buscaba ampliar su influencia con una política de alianzas con el gobierno y con la Iglesia Católica; una suerte de “compromiso histórico”, como lo intentó el Partido comunista italiano 20 años más tarde, por lo que podríamos afirmar que hubo un proyecto “eurocomunista” en Costa Rica.
– Un sector medio de tendencia empresarial, de ideología socialdemócrata, enfrentado a la oligarquía cafetalera agroexportadora, pero también al Partido Comunista.
– Y los sectores conservadores paternalistas que pretendían mantener la continuidad del sistema de relaciones entre cafetalero y peón del siglo anterior.
Las premisas de la guerra comenzaron cuando en 1947, el líder costarricense José Figueres firmaba en Guatemala el Pacto del Caribe, que fue avalado por el presidente de Guatemala, Juan José Arévalo. El objetivo era acumular fuerzas para derrocar el régimen de Trujillo en República Dominicana, y el de Somoza en Nicaragua, como también el de Costa Rica, en donde se acusaba de fraude al candidato, Otilio Ulate, que se había declarado vencedor en las elecciones presidenciales de 1948, pero el resultado fue anulado por el Congreso, que tenía mayoría de miembros del gobierno, además de contar con el Partido comunista como aliado, que apoyaban al rival de Ulate, el Dr. Calderón.
Se dio un levantamiento armado, el “Ejército de Liberación Nacional”dirigido por José Figueres que tomó el poder como Presidente de la Junta Fundadora de la Segunda República.
Un año y medio después de la guerra civil, don José Figueres le entregó el poder a don Otilio Ulate, respetando la decisión de la mayoría del electorado costarricense.
Figueres redacta una constitución, garantizando la celebración de elecciones y disuelve su propio ejército victorioso, por considerarlo inútil.
En este sentido el caso costarricense es único en la historia de América Latina en donde la preeminencia del pretorianismo se ha impuesto como una fatalidad del destino para regir la vida de los civiles. En Costa Rica se rompe el paradigma de la lógica que impone sostener con las armas lo logrado mediante las armas.
Laura Chinchilla, la mujer que acaba de acceder a la jefatura de Costa Rica en la primera vuelta con 47% de votos, es una heredera de esa historia que logró se impusiera esa tercera vía la cual selló el pacto democrático que rige desde entonces los destinos de Costa Rica. Laura Chinchilla, se ha forjado su propia carrera política. Ella no llega al poder de mano de su marido, como todas las que han sido presidentes en los últimos años en el continente: en ese sentido, ella junto a Michèle Bachelet, constituyen una excepción, que demuestra el grado de madurez de la democracia de los países que las eligieron. El discurso que pronunció Laura Chinchilla después de su elección, fue un llamado a la unidad y a la cooperación entre las diferentes corrientes políticas. También hizo hincapié en su independencia con respecto al presidente saliente quien la apoyó durante su campaña electoral. Muchos analistas consideran que su éxito dependerá de su habilidad para crear alianzas, y par enfrentar las presiones de su propio partido.
En cambio en Venezuela, el pretorianismo ha configurado el comportamiento de los civiles, hasta constituir una “simbiosis civil militar”. Dos mujeres, lo que por cierto no es casual, han analizado en Venezuela ese fenómeno. Paulina Gamus en un artículo reciente, “Los héroes del 4 F” analiza el papel jugado por estos, “tontos útiles”, en la adjudicación del poder, al teniente-coronel Hugo Chávez, llevando al país a un retroceso hacia el siglo XIX. Y Ana Teresa Torres, en una reciente obra La herencia de la tribu analiza los mitos que han forjado el imaginario venezolano; imágenes que surgen del tiempo heroico de las guerras de Independencia, de esas escenas guerreras que se extienden “como un presente perpetuo”. En Venezuela, los héroes, sinónimo de guerreros, “andan sueltos”. La figura de Bolívar ha “sellado la suerte” del venezolano. Así, el venezolano nace encargado de una misión: darle continuidad a la obra del “padre” de la Patria o sumirse en la culpabilidad si no cumple con esa misión.
La carrera armamentista en la que se ven hoy involucrados la mayoría de los países del sur del continente, en particular Venezuela, el único presidente que la ha cuestionado es el presidente del Perú, Alan García.
El caso de Costa Rica es modélico y demuestra que pese al fatalismo del origen militar de su historia, en América Latina se puede alcanzar la desmilitarización de la política.
La autora es especialista en etnopsicoanálisis e historia, consejera editorial de webarticulista.net, y autora de "Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia" (1982).
Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA
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