Perseguir lo diferente, una costumbre bien argentina
Los sueños de poblar el país a través de la inmigración que profesaron Sarmiento y Alberdi quedaron diezmados cuando en 1871 asoló la primitiva Buenos Aires la peor epidemia de fiebre amarilla que mató al 8% de la población porteña.
Salessi encuentra en “El Matadero” de Esteban Echeverría un claro ejemplo de esa ciudad primitiva e insalubre, donde la vida y la muerte convivían sin una separación geográfica efectiva. Los efluentes y restos de El Matadero del Alto o de la Convalescencia donde se sitúa la acción del relato de Echeverría, se encontraba a escasos pasos del Cementerio del Sud.
Nació entonces la preocupación por diseñar la red cloacal que serviría para separar las aguas servidas de las de consumo de los habitantes. La obra pública –según verificó Salessi en su investigación- fue utilizada después para limpiar la imagen del país en Europa, donde se distribuía información a los posibles inmigrantes de una nación salubre.
Los primeros higienistas, como señala Jorge Salessi en “Médicos maleantes y maricas, higiene criminología y homosexualidad en la construcción de la nación argentina, 1871-1914” de Beatriz Viterbo Editora, imaginaron al país como un cuerpo humano. Donde los grandes ríos eran considerados las venas por dónde fluía un líquido vital para la economía de un país en crecimiento: los inmigrantes que de a cientos de miles venían a poblar el país y que eran la fuerza laboral necesaria para mantener la mano de obra en bajo costo.
La preocupación por los higienistas que encabezaba Ramos Mejía, entonces se transformó en cómo controlar la salubridad de esa masa de trabajadores, porque según decían, podrían traer enfermedades desde su lugar de origen. Se iniciaron en esa época las primeras oficinas del Estado para tal efecto, destacándose el puesto en la isla Martín García donde los "sospechosos” quedaban en observación.
Pero al poco tiempo, esa preocupación por la salud física de los individuos devino en lo que llamaron “salud social”: con la llegada de los inmigrantes, desembarcaron en las costas argentinas activistas sindicales, comunistas y anarquistas.
Ahora las palabras “infección” o “foco” no aludían a la malaria, fiebre amarilla o cólera sino a las actividades políticas de una porción de la población que podía paralizar la economía del país como efectivamente ocurrió con las primeras huelgas generales. Se sucedieron detenciones, privaciones de la libertad e internaciones con el pretexto entonces de la “salud social”. La medicina pasó a formar una nueva disciplina, la criminología.
Las declaraciones en documentos históricos como los “Anales Departamento Nacional de Higiene”, “Memorias de la policía de Buenos Aires” encabezada en ese entonces por Ramón L. Falcón o escritos públicos, mantienen todas, una visión oscura y parcial acerca de los recién llegados. “El inmigrante no se disemina, queda en números excesivos en las capitales, de postulante de trabajo que allí no existe…, viviendo en mancomún y promiscuidad con los paisanos, fomentando huelgas y desórdenes, sirviendo de elemento agitador y agitable”, escribió Cornelio Moyano Gacitúa, profesor de derecho penal y Juez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Pero el ansia de “salud social” siguió en otros caminos divulgando nociones erróneas acerca de la homosexualidad masculina y femenina. Los inicios de la liberación femenina en el mundo eran tan abominados por los higienistas como cualquier otra “infección” que podía afectar a la sociedad argentina.
El “tercer sexo” -según los escritos que investigó Salessi- fue el término acuñado por los especialistas de la época que aludía no a la preferencia sexual sino al “temido grupo” de las mujeres independientes que estudiaban y elegían no cumplir su “rol biológico” de esposas y madres prolíficas.
Los higienistas buscaron imponer un férreo código higiénico para curar todo fenómeno que se considerara una enfermedad, desde la fiebre amarilla hasta a la homosexualidad. Judíos, obreros, inmigrantes, comunistas, anarquistas, gays, lesbianas, fueron perseguidos y tomados como sujetos plausibles de observación médica o criminológica.
Editado en 1995 y reeditado en 2005 “Médicos maleantes y maricas” de Jorge Salessi, es una obra de detallista revisionismo histórico. El autor registró datos asombrosos para descifrar el pasado desde puntos de vista innovadores.
Jorge Salessi es argentino y profesor de Literatura Latinoamericana del Departamento de Lenguas Romances de la Universidad de Pennsylvania. Vive en Estados Unidos desde 1976. Se doctoró en la Universidad de Yale en 1989 con una tesis sobre Eugenio Cambaceres. Ha publicado ensayos de crítica literaria y cultural sobre el tango, sexualidad, nacionalismo, fotografía, simulación, travestismo y performance, identificación e identidad. Es editor de Hispanic Review y del Journal of the History of Sexuality.
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