Esquizofrenias del poder
El reciente episodio en Argentina donde la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner finalmente logró que el presidente del Banco Central, Martín Redrado, renunciara a su posición, es parte del relato latinoamericano en el cual el balance de poder siempre está a punto de perderse si es que se logra. En este caso, el gobierno quería disponer de US$ 6.500 millones de las reservas internacionales que custodia el instituto emisor.
Existe el aspecto económico y financiero, del que ya la región ha probado históricamente hasta el hartazgo, consistente en convertir a los bancos centrales en instrumentos de los gobiernos para subordinar la política monetaria a los requerimientos fiscales. Es un camino perverso que, al final, asegura tasas elevadas de inflación.
En la época terminal del modelo de sustitución de importaciones, la máquina de imprimir billetes lanzó a la miseria a millones de ciudadanos que vieron deteriorar sus ingresos reales a niveles inimaginables. Precisamente para impedir ese manejo populista fue que se expandió la idea de promover la autonomía de la banca central, con la función esencial de tener la inflación bajo control.
La tentación de estirar la mano y poner las reservas que respaldan la moneda nacional a cumplir la función de financiar el gasto gubernamental a través de fondos especiales ha sido patentada por el venezolano Hugo Chávez en los tiempos recientes. En 2007, en su programa Aló Presidente, sostuvo que "no puede ser el Banco Central autónomo, no puede ser en el socialismo el Banco Central autónomo, como lo sigue siendo en Venezuela".
Por su parte, en Ecuador, Rafael Correa indicó que con la modificación de la Constitución, "el Banco Central vuelve a depender de un gobierno electo para coordinar las políticas económicas (…) deja de ser autónomo".
Esta lucha contra la autonomía de los bancos centrales no es sino un capítulo más de la tentación autoritaria que recorre a varios gobiernos de la región. Se puede constatar que este aspecto forma parte del intento de subordinar las instituciones del Estado en el puño de los presidentes. Estos quieren bancos centrales sumisos, y también quieren congresos, judicaturas y sociedades sumisas.
La voluntad de control se enraiza en, al menos, dos factores. El primero es la corriente histórica, heredera del caudillismo, del presidencialismo latinoamericano. El mito del poder de los presidentes (en realidad prisioneros de una ilusión de poder) requiere alimentarse de un control creciente que es capaz de desorganizar, pero no de crear. Un presidente latinoamericano, salvo que pertenezca a una raza extraña, quiere más y más poder, y en la medida que éste crece, sabe menos cómo convertirlo en herramienta útil para la sociedad.
El segundo factor que estimula la voluntad de control es el proyecto redentor que creen protagonizar, entre otros, los miembros de la Alba y el gobierno argentino. La salvación nacional -y éste parece ser el criterio dominante- pasa por la expansión del Estado, bajo la dirección centralizada del Poder Ejecutivo y del Presidente. Expansión que no se admite que sea descentralizada, realmente federal, con equilibrios horizontales y verticales de poder. La revolución, el cambio o lo que sea que se propongan los nuevos salvadores, pasa por eliminar a los enemigos enquistados -según su versión- en las estructuras del Estado. Sólo creen alcanzar su logro con una fuerte presidencia, que no tenga contrapesos.
Centralización autoritaria del poder es el nombre de este peligroso juego.
Carlos Blanco es analista político venezolano y profesor del Dpto. de Relaciones Internacionales de Boston University
- 23 de enero, 2009
- 15 de marzo, 2025
- 23 de junio, 2013
- 28 de octubre, 2014
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