El capital psicológico
El gran tema es el capital psicológico. Los economistas no lo valoran adecuadamente y es una de las claves de la prosperidad o de la pobreza. Una vez al año, el Cato Institute, el gran think-tank libertario de Estados Unidos, y la Universidad Francisco Marroquín –tal vez la más prestigiosa institución privada de Centroamérica– reúnen en la bella ciudad de Antigua, Guatemala, a varias docenas de estudiantes de toda América Latina para explicarles la relación que existe entre la libertad y el desarrollo. Lo que sigue es la síntesis de lo que les conté.
Ya se acepta, porque parece evidente, que el desempeño económico de los pueblos es el resultado de cómo se trenzan y armonizan el capital humano (la educación), el capital cívico (el comportamiento social de la mayor parte del grupo) y el capital material (las riquezas naturales, las inversiones, las maquinarias, etc.). Pero en esa ecuación faltaba el capital psicológico. ¿Qué es eso? En esencia, lo constituyen las actitudes con que los individuos se enfrentan a siete factores fundamentales. Esas actitudes, claro, se derivan de percepciones, creencias y aprendizajes previos. Son estas.
Actitud hacia la libertad. Donde abundan los individuos dispuestos a tomar decisiones y a construir con ellas su propia vida y a procurar la felicidad, sin las muletas del Estado, suele arraigar el bienestar personal y colectivo. Donde prevalece la búsqueda de la seguridad y se entrega el diseño de la vida a entidades exteriores, el resultado es mediocre. Algo de esto se imaginó Erich Fromm cuando escribió El miedo a la libertad.
Actitud hacia el Estado. Donde, por las razones que fueren, se percibe al Estado como una injusta fuerza coactiva que no responde a nuestros valores e intereses, sino a la conveniencia de quienes lo administran, el comportamiento de los individuos perjudica a la colectividad. Donde el Estado responde a las expectativas de la sociedad sucede lo contrario.
Actitud hacia el trabajo propio y ajeno. Donde se aprecian las actividades que se realizan, siempre que sean honradas, cualesquiera que fuesen, incluidos los oficios más humildes, y no sean un obstáculo para el ascenso social sino un tinte de orgullo, las consecuencias colectivas serán benéficas y el esfuerzo tenderá hacia la excelencia.
Actitud hacia el éxito. Donde se admira a los triunfadores y se ponderan sus logros, cuando son legítimos, se propaga y generaliza la lucha por destacarse y buscar el aprecio de la sociedad. Donde ocurre lo contrario y el éxito individual provoca rechazo y crítica negativa, desaparece un fuerte incentivo psicológico positivo.
Actitud hacia la ciencia y la innovación. Donde impera la curiosidad científica, y donde hay la voluntad de innovar y crear con originalidad, las consecuencias económicas son dramáticas. Es sorprendente, por ejemplo, que en el siglo XX ni uno solo de los grandes hallazgos, invenciones o desarrollos técnicos que han cambiado la faz de la humanidad haya surgido en América Latina.
Actitud hacia los espíritus emprendedores. Donde se aplaude y cultiva la aparición de las personalidades creativas, y donde la sociedad les abre puertas en lugar de cerrárselas, los pueblos prosperan.
Actitud hacia el otro. Donde prevalece, a priori, la confianza en el prójimo, en el otro, porque los acuerdos se cumplen, sucede que las transacciones se multiplican y disminuyen los costos de llevarlas a cabo. Sin embargo, donde se desconfía del otro porque se le presume mala fe, las sociedades son más pobres, dado que disminuyen sustancialmente los intercambios entre las personas, única fuente para la creación final de riqueza.
Puede aumentar el capital psicológico de una sociedad? Por supuesto. O puede disminuir. Depende del aprendizaje y de las experiencias de los individuos. En los países totalitarios, o en los que marchan en esa dirección, todo lo que las personas aprenden contribuye a disminuir el capital psicológico. En cambio, en los países que aprecian la libertad y aceptan la responsabilidad, el capital psicológico se retroalimenta y multiplica.
Tal vez esto es lo que estamos viendo en sociedades como la chilena. Nunca podremos probarlo matemáticamente, nunca podremos medirlo, pero sabemos que hoy el capital psicológico de ese pueblo es muy alto. Vale la pena estudiar esa variante.
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