Expectativas racionales mexicanas
México ha sufrido de una estafa constitucional que ya dura un siglo. Una revolución que se inició con propósitos loables se convirtió en las cadenas que han aprisionado a millones de mexicanos, los han oprimido, engañado, y ha creado una casta de revolucionarios que durante más de setenta años se aferraran al poder, y comparten el botín mediante el reparto de dulces. Pero dulces muy amargos para el resto de los mexicanos.
Hay una rama de la economía desconocida para quienes dictan los destinos de los países llámese políticos, empresarios, banqueros, periodistas, líderes sindicales, religiosos etc., ya no digamos para el ciudadano común y, sin embargo, es la más afecta el comportamiento las naciones del mundo sus destinos; “Las expectativas Racionales.” Esta rama de la economía se complementa con los principios de economía austríaca que basa sus conceptos en una sola cosa; “la acción humana.” No en las ecuaciones de altas matemáticas, computadoras, teoremas, sino en una sola cosa, la decisión del ser humano de cómo, cuándo, y por qué actuar.
Esta teoría se empezó a discutir en los medios intelectuales de la Universidad de Indiana en los años 60s por el Prof. John Muth, quien la utilizaba para describir cómo en muchos acontecimientos económicos, políticos o sociales, los resultados de las mismos dependían de lo que la sociedad en conjunto esperaba que sucediera. Por ejemplo, el precio de los productos agrícolas dependía de la extensión dedicada al cultivo de un producto específico, a su vez relacionado a ese precio que los agricultores esperaban recibir a su venta. Otro ejemplo era el cómo el tipo de cambio de una moneda se afectaba ante la expectativa de la gente de una devaluación. Frente una expectativa de esa naturaleza, los actores económicos acudían a ofertar la moneda afectada contribuyendo a la esperada devaluación.
El mismo Lord Keynes escribió de lo que en aquella época eran las expectativas racionales y que en gran parte determinaban los ciclos económicos y de negocios. Keynes se refería a las olas de “optimismo y pesimismo” que promovían la actividad económica. Es decir, dependiendo de la actitud emocional de la gente, son los resultados de la actividad económica. Una sociedad optimista, segura de su futuro y con buena actitud, contribuye a que la actividad económica se fortalezca. Por el contrario, una sociedad derrotista llevará a la economía por los senderos del fracaso por más extraordinarias políticas económicas que un buen gobierno pueda implementar.
“Aquellos que tienen una hermosa visión y un gran ideal en su corazón, algún día lo encontrarán”. James Allen.
Una de las responsabilidades más importantes de un buen líder político, es precisamente hacer que su gente se sienta optimista y motivada. Sienta que el futuro es promisorio porque las cosas se están haciendo de la manera correcta y adecuada para que así sus acciones sean acordes a las expectativas que tiene de ese futuro. Es decir, se eduque, trabaje, ahorre, consuma, invierta. El empresario se expanda, los bancos presten su dinero, los periodistas realmente orienten, los obreros no piensen que vamos a tener inflación, y por lo mismo exijan aumentos de salarios irresponsables etc., etc. La misma Biblia lo dice: “Como tu piensas en el fondo de tu corazón, así es”, y el gran filosofo R. Waldo Emerson lo remachaba afirmando; “Si crees que puedes, o si crees que no puedes, de las dos formas estás bien”.
Hace unos días Roberto Blum publicó un escrito por demás interesante. En él Roberto hacia una afirmación: “Los mexicanos ya no creen en nada ni en nadie.” Yo le agregaría; ya no creen ni en la virgen de Guadalupe y eso es muy grave. Con todos los motivos del mundo, los mexicanos han asumido una actitud por demás pesimista y casi apocalíptica, que en nada beneficia el destino de nuestro país. Es cierto, los políticos han arruinado nuestra patria, nos han empobrecido, nos han endeudado, nos han aislado del mundo, han destruido nuestra moneda, nuestro orgullo y dignidad, nos han hecho retroceder generaciones, nos han expropiado y luego privatizado, nos han expatriado, pero al cuarto para las doce no podemos capitular.
Estados Unidos vivió una era muy similar en la administración de Jimmy Carter. Después de todos los desengaños y decepciones de los americanos con el asesinato de Kennedy, la guerra de Viet Nam, la renuncia de Nixon, los fracasos de Ford, y la muerte del Rey Elvis Presley; Llega un presidente como Carter quien le dio el tiro de gracia a el optimismo y la esperanza de los americanos. El país cayó en una de las depresiones más graves de su historia, su reputación sufrió pero, sobre todo, el pesimismo, la poca fe, y la desesperanza se apoderaron del pueblo. Sin embargo, la sociedad civil tuvo la fortaleza y sabiduría para elegir a un Ronald Reagan que le vino a dar otra vez esperanza a su pueblo y, en conjunto con él, resolver su problemática para sentar las bases de la prosperidad que gozaron el los años 80 y 90.
México se encuentra ante la necesidad de cambio más importante de su historia. Los mexicanos no debemos y no podemos asumir esa actitud derrotista de ¿para qué? El establishment siempre gana. No debemos seguir pensando que el país no tiene solución, porque la tenemos a la vista y en nuestras manos. No debemos seguir pensando que Dios nos envió a sufrir en este valle de lágrimas, porque eso es lo que tendremos. Tampoco debemos de asumir la actitud; a mí la política no me interesa, porque entonces se nos aplicarán las palabras de Cristo: “Eres tan tibio, que estoy a punto de vomitarte.” Y aun cuando tal vez los mismos canallas que asesinaron a mi paisano Colosio y provocaron la debacle de 1994-1995, estén ya fuera de sus madrigueras para de nuevo tratar de evitar el cambio; no debemos de capitular, es cuando con más optimismo y fortaleza debemos de luchar.
Debemos de recordar las palabras de Abraham Lincoln: “Se puede engañar a alguna gente todo el tiempo, y a toda la gente durante un tiempo, pero no se puede engañar a toda la gente, todo el tiempo y para siempre.” La mente de los mexicanos es como un jardín que debe ser cultivado o simplemente permitir que se convierta en campo salvaje—-pero cultivado o abandonado—-ese jardín dará frutos. Si no se cultiva con semillas que produzcan lo que queremos, aspiramos y soñamos, se llenará de hierbas salvajes e inservibles. Si nosotros seguimos manteniendo en nuestras mentes la semilla del fracaso de nuestra patria, la patria fracasará. Pero si lo cultivamos con las semillas de la esperanza, nuestra patria será salvada por sus soñadores solitarios. Pero primero tenemos que recuperar el timón del barco que nos expropiaron.
El futuro de México debe estar en manos de la sociedad civil ya no de los políticos, los revolucionarios, el congreso de mafiosos, los empresarios pegados a la ubre y mucho menos el narcotráfico. Si no liberamos nuestro país de esas garras, México está condenado al infierno vivido ya durante doscientos años.
- 31 de octubre, 2006
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