El neoliberalismo y la pobreza
Hace un par de meses LA NACION publicó un artículo del obispo de Gualeguaychú, en el cual monseñor Lozano decía que "las causas de la pobreza están en un sistema económico neoliberal inspirado en el egoísmo y la acumulación de riqueza".
Si el severo juicio del prelado se refiriese a las causas de la reciente burbuja financiera global que llevó a la nacionalización de grandes bancos y compañías de seguros para evitar su caída, estaría en línea con las palabras del papa Benedicto XVI, que atribuyó la crisis a la codicia. Pero decir que la pobreza en la Argentina se debe al sistema económico neoliberal, es algo muy diferente, y por lo menos improbable.
Un trabajo metódico para identificar las causas de la pobreza obliga a buscar relaciones de causa efecto empíricamente demostrables entre determinados factores y los niveles de pobreza y exclusión. Si se hiciera un ranking de esas causales, no está claro dónde situar el sistema económico neoliberal, especialmente porque la Argentina no lo practica hace muchos años. Las políticas de Martínez de Hoz y la década de los 90, erróneamente calificadas como neoliberales, fueron claramente dirigistas. En contra del ideario liberal, acumularon déficits fiscales que, a la larga, no se pudieron financiar y que culminaron en sendas cesaciones de pagos, una de ellas escandalosamente ovacionada en el Congreso Nacional. Asimismo, nada más lejano a la doctrina neoliberal que la manipulación o el congelamiento del tipo de cambio mediante la "tablita" y la "convertibilidad", políticas que condujeron a substanciales atrasos cambiarios, terminando en devaluaciones mayúsculas y crisis económicas muy profundas.
Por su lado, las políticas económicas de las presidencias de Perón y Alfonsín, antiliberales por convicción y también en los hechos, tuvieron los pobrísimos resultados que un observador medianamente objetivo no puede ignorar, y también sufrieron o provocaron crisis importantes. Más recientemente, nadie puede acusar al gobierno Kirchner de neoliberal.
En busca de una respuesta más satisfactoria acerca de las posibles causas de la pobreza en nuestro país, vale la pena leer las estadísticas de FIEL desde 1980 en adelante. Muestran que la pobreza tuvo dos períodos de extraordinario aumento, de 1986 a 1989, cuando subió del 10 al 40% en el Gran Buenos Aires, y de 2000 a 2002, cuando aumentó del 25 al 50%; en ambos casos usando números redondos.
Ambos períodos se caracterizaron por sendas crisis, seguidas por políticas de estabilización, durante los cuales la pobreza se redujo a valores inferiores al 20%, pero con la salvedad de que nunca se consiguió volver a los niveles más bajos de las décadas anteriores. Los elementos presentes en ambas situaciones fueron la disparada de la inflación y una fuerte recesión económica, los cuales precedieron a las crisis o fueron su directa consecuencia.
La inflación es una máquina de fabricar pobres. Se trata de un impuesto que recae con más peso sobre los que menos tienen. Por una cruel ironía, el alza de precios en nuestro país alcanzó su máxima expresión durante la gestión de gobiernos populares, que por lo tanto defraudaron a su propio electorado.
No es un secreto que la inflación ha dejado de ser un problema en el mundo, salvo en países como Venezuela, Zimbabwe y la Argentina. El control de la inflación, que hace poco tiempo parecía una meta inalcanzable en América latina, ha pasado a ser una disciplina generalizada y efectiva, gracias a la aplicación de políticas fiscales responsables.
La relación entre las fortísimas recesiones que acompañaron a las crisis y la cantidad de nuevos pobres también es demostrable, y además es obvia. Una de las discusiones más estériles de la última década es la que de un lado sostiene que primero hay que crear para después repartir, y la del otro que dice que ha oído esa historia demasiadas veces y ya no la cree.
El deterioro en la distribución del ingreso y su papel en la creación de nuevos pobres es otro elemento central. El debate permanece abierto, porque ese problema se está dando también en el Primer Mundo y las opiniones varían. Unos argumentan que se debe a una escala impositiva que cambió desde la era Reagan-Thatcher en beneficio de los ricos. Otros lo atribuyen a la competencia de la mano de obra asiática, que resultó en un virtual congelamiento del salario real de la industria manufacturera del Primer Mundo, unido a la pérdida de muchos empleos. Tampoco sería raro que la superabundancia de liquidez monetaria en la última década haya enriquecido en forma desproporcionada a una minoría de la población. La mala distribución del ingreso en la Argentina, sin embargo, parece obedecer a razones más elementales; concretamente, a más de medio siglo de políticas económicas fallidas que desafían cualquier explicación a posteriori y son incomprensibles para el mundo exterior.
El debate más importante, por supuesto, es cómo extirpar la pobreza. Ese tema excede las posibilidades de este artículo. Pero hay ejemplos recientes en países vecinos como Brasil, Chile y Uruguay, donde una política económica consistente a lo largo de varias administraciones supo combinar los principios de la economía de mercado con la atención de necesidades impostergables de los sectores marginados. El resultado fue una notoria reducción del número de pobres, como lo demuestra tanto un reciente trabajo del Banco Mundial como las propias y confiables estadísticas oficiales de dichos países.
Esas experiencias positivas tienen como fondo una profunda convicción política de la necesidad de ser previsible, de evitar los cambios bruscos y, por sobre todo, de respetar la ley y el Estado de derecho. Tales principios, compartidos por todas las fuerzas políticas de importancia, se han convertido en una auténtica política de Estado.
Como consecuencia, los sucesivos gobiernos gozan de la confianza de inversores y empresarios, tanto extranjeros como nacionales, a pesar de las profundas diferencias ideológicas que en muchos casos los separan. Tal vez nos llegó la hora de imitar con humildad a esos países, lo que para muchos argentinos, yo incluido, seguramente es una propuesta novedosa.
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