Cuando la historia terminó… y comenzó el mercado
Pero junto con las predicciones vinieron los hechos, que se encargaron de despertarnos de esos sueños de prosperidad de la manera más violenta: el 11 de septiembre del 2001 nos sacudieron las imágenes de un par de aviones comerciales incrustándose en uno de los iconos del capitalismo y la democracia… Junto con el colapso de las Torres, rodaron por tierra las esperanzas de paz.
Fukuyama y Huntington se convirtieron en los intérpretes más populares de la nueva situación: el primero preconizaba el triunfo de la democracia y el mercado, mientras el segundo profetizaba una guerra de civilizaciones.
El fundamentalismo islámico había tomado el relevo. La Unión Soviética y su fundamento ideológico habían desaparecido, sólo para dar paso al terrorismo a escala mundial. El miedo a los misiles nucleares daba paso al miedo a los atentados fundamentalistas.
La democracia y el mercado lo tenían más difícil de lo que a simple vista podría parecer. Los hechos de los últimos años no han dado la razón ni al fin de la historia ni al choque de civilizaciones.
Porque la vida, como las funciones en el circo, debía seguir… Y ha continuado de la peor manera: Iraq, Afganistán, Yemén, Irán, dan fe del choque; mientras China, la India y Brasil son testigos de que la democracia y el mercado pueden imponerse por encima de condicionamientos culturales.
En suma: al desaparecer el bloque soviético no se pudo imponer globalmente ni la democracia ni el mercado. Pero tampoco llegamos a la Tercera Guerra Mundial. La democracia lo tuvo más difícil, el mercado quizá menos. Hablemos un poco más de la primera.
Son dos cosas diferentes el comunismo, a fin de cuentas una ideología de matriz occidental, y el fundamentalismo (¿solamente islámico?), que engendra odio a todo lo diverso. El comunismo no es más que el ideal de igualdad llevado a sus extremos, mientras el fundamentalismo, como instrumento político, es la anulación no sólo de la diversidad sino de la persona misma.
Los dos tienen en común el rechazo de la libertad, pero por motivos distintos. Los dos se oponen al mercado y a la democracia, y tienen en el conflicto no sólo su hábitat natural, sino su condición de posibilidad; pero sus credos, sus métodos y su praxis no pueden compararse. Y, precisamente por eso, no pueden enfrentarse de manera semejante.
Es cierto que ante un enemigo común –el "imperio" como le llaman ellos–, Caracas y Teherán pueden aliarse; pues los dos combaten la democracia, saben que la valorización de la libertad individual es el verdadero cáncer que puede corroer sus bases. No le tienen miedo a las balas, sino a las ideas que, como atestigua el colapso del comunismo en tanto sistema político, es lo único capaz de secarle la sangre.
La democracia, entonces, tiene pronóstico reservado en relación a su globalización. Ni en los países islámicos, ni en los de pasado colonial lo tiene fácil. Queda por ver qué va a pasar con el mercado que, a pesar de sus tumbos y crisis, parece que terminará por darle la razón a los profetas del fin de la historia, quizá más tarde que temprano.
El autor es columnista de El Diario de Hoy.
- 23 de junio, 2013
- 15 de diciembre, 2010
- 15 de agosto, 2022
- 27 de agosto, 2025
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