¿Existe el populismo?
En su artículo del 23 de diciembre, Gustavo Porras condena la “satanización del populismo”. La academia se equivoca al calificar de populistas las diversas experiencias políticas vividas recientemente en América Latina, dice Porras. Distingue entre populismo y reformismo de izquierda. Según el autor, los cambios políticos en la región sí involucran un reajuste de poder entre las élites tradicionales y “el pueblo”. Sin embargo, los cambios que ocurren por la vía del consenso (Chile, Brasil) no merecen la etiqueta populista, mientras quizás podrían llevarla aquellos experimentos que recurren a la confrontación (Bolivia, Venezuela). Por otra parte, contrasta el criterio de los académicos al de la masa de los votantes latinoamericanos: ¿puede ser nocivo algo tan votado?
Es cierto que el término admite varias definiciones y es abusado. Además, tiene una connotación negativa: incomoda ser tildado de populista. No todo socialismo es populismo, ni todo populismo es de izquierda. Sin embargo, muchas definiciones aterrizan en aquello que Porras desvincula del término: la movilización de la población, usualmente la clase media y baja –aunque algunos subrayan el apoyo de múltiples clases–, contra la institucionalidad, la ortodoxia o el status quo. El reformismo de corte populista adopta un discurso socialmente divisivo. Robert Barr aclara que el populismo recurre a la estrategia de la antipolítica para ganar apoyo. Es decir, se coloca del lado del ciudadano olvidado en contra del poder dominante. Promete alterar drásticamente el sistema o las estructuras para beneficio del ciudadano común. Al caracterizar el populismo latinoamericano entre 1920 y 1960, Michael Conniff nota el protagonismo del Gobierno en aspectos socioeconómicos y el nacionalismo opuesto a la intromisión extranjera.
Poco ha de extrañar, entonces, la conquista de abundantes votos mediante el discurso populista. Según el análisis de las decisiones públicas, las personas votan por los políticos que más les ofrecen a ellos; nadie mide si lo prometido es factible o aconsejable. En el pasado, la gente se ha desencantado con ejercicios populistas cuyas políticas fracasan, debido a una inflación o hiperinflación, al desempleo y a salarios más bajos.
En atención a esta realidad, Rudi Dornbusch y Sebastián Edwards privilegian el aspecto macroeconómico en su peculiar definición del populismo: “un enfoque de la economía que pone el énfasis en el crecimiento y la distribución del ingreso e ignora los riesgos inflacionarios, las restricciones externas y la reacción de los agentes económicos ante políticas económicas agresivas”. (Edwards, Populismo o mercados, el dilema de América Latina, 2009) Perón y Getulio Vargas, entre otros, impulsaron una “expansión fiscal insostenible, liberalidad monetaria, proteccionismo e intervención gubernamental” que no ayudó a los pobres, sino trajo la crisis. ¿Queremos repetir la mala experiencia?
En resumen, es útil discutir acerca del populismo, y señalar el peligro del empobrecimiento económico y de la confrontación social.
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