Igualdad versus excelencia
El País, Montevideo
La igualdad es un sentimiento clave en la naturaleza humana y por ello ha sido recurrentemente bandera: política, social y económica. A veces en forma honesta, a veces, incluso, en forma honesta e inteligente. Pero tantas otras agitando quimeras, fantasmas y hasta monstruos, con resultados desastrosos. Es que no hay una única igualdad. No es sólo que la palabra bandera se presta para la demagogia. La cosa se complica, además, porque hay igualdades e igualdades, con contenidos distintos y hasta contradictorios.
El creyente colocará en primer lugar a la igualdad ante Dios. Para el Cristiano, esa es una doble igualdad: todos criaturas de Dios pero también todos hermanos de Cristo. No puede haber nada más igualitario. Sin embargo, el Cristianismo es también profundamente inigualitario, como lo preconizan desde el Sermón de la Montaña a la parábola de los talentos. Porque su sentido es el amor, que no puede existir sin libertad y sin diferencias.
En la esencia de la Democracia está la igualdad ante la ley. Sin igualdad ante la ley no hay Estado de Derecho ni Democracia. ¿Debe entonces concluirse que para que haya democracia todos debemos ser iguales?
Hay otra igualdad, que podríamos llamar social o "de trato", que también hace a la democracia, o por lo menos a su mejor funcionamiento. Es la que impactó a Tocqueville cuando su visita a los Estados Unidos: el trato liso y llano de todos con todos, sin las diferencias abismales que imponían las costumbres y normas del Viejo Mundo aristocrático.
Aquello que en nuestro país se traduce en la anécdota, tantas veces repetida por Wilson, del muchacho, que habiendo bajado del barco los baúles de un viajero europeo, le pregunta por su destino y cuando éste responde: "Buenos Aires", le dice que se vive mejor en el Uruguay, "porque aquí, naides es más que naides". Con grandes diferencias, económicas o sociales, es mucho más difícil que haya verdadera democracia (aquélla en la cual todos son iguales ante la ley).
Igualdad teológica; igualdad jurídica, igualdad de trato. Pero hay otra igualdad más: la igualdad material, moderadamente identificada con la igualdad económica.
Esta es la igualdad que ha pasado a ocupar un lugar central en el panteón ideológico-cultural de muchas sociedades, la nuestra entre ellas. Está en el meollo del pensamiento socialista (antes, durante y después de Marx) y en las derivaciones del llamado Segundo Batllismo y por fuerza de esas inercias, es vaca sagrada del discurso político y electoral. Es más, nuestro país ha pasado a vivir políticamente en clave de igualdad material.
Luego de un brevísimo interludio posterior a la dictadura, en el cual el Liberalismo "le hizo partido", la izquierda ha vuelto a conquistar las alturas. No tanto intelectuales, que vivimos una época de singular chatura, pero sí políticas. El discurso y, más importante aún, la agenda, han sido impuestos por la izquierda.
El pensamiento políticamente correcto y el lenguaje, han vuelto a ser los de la izquierda. Apenas podrá intentarse un matiz de discrepancia, sin arriesgar mucho la condena política, balbuceando una preferencia por la vieja y manida "igualdad de oportunidades", quimera clase "B" en el utopismo vernáculo. Igualdad en la educación, igualdad en la salud, en el sexo …… en todo (menos en las patentes).
¿Quién se atreve a contradecir eso? Yo. Pero eso no importa. Lo que sí importa es que esta igualdad tiene algunos problemas de fondo, muy serios.
En primer lugar, es imposible de alcanzar. Con lo cual, si nos pasamos dándole bombo a algo que no podemos cumplir, la consecuencia inevitable es la frustración, la envidia y el odio.
En segundo lugar, sólo hay un camino para procurar la igualdad material: el de la desigualdad ante la ley. Todo somos diferentes: para igualarnos hay que forzar la realidad, limitando e invadiendo la libertad y como la búsqueda de la igualdad material, al ser contraria a la naturaleza humana, frustra los entusiasmos voluntaristas, el camino es un continuo de más y más imposiciones, (menos y menos libertad).
Ahora, sin libertad hay dos especies que se mueren: el amor y la excelencia.
Esto no es un invento mentiroso: tuvo su última y más estrepitosa prueba con el fracaso del socialismo real, recientemente festejado en todo el mundo (menos aquí) al conmemorar la caída del Muro de Berlín.
No fueron los bárbaros a las puertas de Roma ni los aliados entrando en Berlín, como ocurrió con otros imperios. Aquí fue una implosión, gestada a lo largo de años comprimiendo la iniciativa personal, castrando la imaginación, la esperanza y el amor La igualdad material, que en nuestro país ha cobrado renovados bríos, sólo puede procurarse imponiendo. Sus consecuencias son la desigualdad ante la ley, pérdida de libertad, demonización de la excelencia, deterioro y estancamiento. Caldo de cultivo para la envidia y el odio.
Ya está entronizada en la educación pública y en la estructura funcional del Estado y se consolida en otros campos como el de la Salud.
- 31 de octubre, 2006
- 23 de enero, 2009
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