Las confesiones de Artur London
El País, Montevideo
Artur London no eligió un buen día para regresar a Praga. Luego de haber pasado por los tormentos de las purgas estalinistas y haber confesado lo inverosímil entre 1951 y 1952, pasó en la cárcel hasta 1955 y salió de Checoslovaquia en 1963, para radicarse definitivamente en París.
La Primavera de Praga lo rehabilitó y el 1º de mayo de 1968, le fue concedida la Orden de la República Checoslovaca por el Presidente Svoboda. El 20 de agosto regresó, con la intención de entregar el manuscrito de su libro, "La confesión: en el engranaje del proceso de Praga", a la editorial de la Unión de Escritores Checoslovacos.
Siempre fiel al comunismo, su obra era de una inmaculada ortodoxia. El autor se manifestaba feliz al ver "reventar el corsé de fuerzas retrógradas que impedía a nuestro Partido y a nuestra sociedad abrirse a las corrientes purificadoras del XX Congreso de desestalinización", el de 1956.
Pero, esa misma noche las tropas de cinco países del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia: 29 divisiones, 7.500 tanques y 1.000 aviones. Las tropas soviéticas permanecieron en la República Checa durante 23 años.
El intento de resistencia pasiva dejó 108 víctimas fatales, 500 heridos de gravedad, centenares de heridos, presos y sancionados por llamado régimen de "normalización". Entre tantos, un joven profesor de historia, afiliado al Partido, Karel Bartosek.
Artur London regresó a París y al mes siguiente la editorial Gallimard editó el libro. Dos años más tarde, el cineasta Constantin Costa-Gavras, los productores Robert Dorfmann y Bertrand Javal, que alternaban el cine más comercial con obras de calidad, el ex comunista Jorge Semprún y los antiguos "compañeros de ruta, Yves Montand y Simone Signoret", lo filmaron.
Aunque London se convirtió inmediatamente en uno de los símbolos del "socialismo con rostro humano", los comunistas y buena parte de la izquierda, vieron en "La confesión" una manera de hacerle el juego al enemigo.
La versión cinematográfica se estrenó en Montevideo en abril de 1971. El crítico del semanario Marcha creyó del caso sembrar de advertencias a los potenciales espectadores.
Mediante una larga entrevista al realizador Costa-Gavras, se advirtió de los riesgos de que la derecha la usara para criticar, por ejemplo al reciente gobierno de Salvador Allende.
El realizador confirmó que le había pedido a la Warner, distribuidora del film, que el estreno en Chile "no se cumpliría hasta pasadas las elecciones municipales." Interesante coincidencia: un pedido similar había hecho en 1963, el líder comunista Palmiro Togliatti, respecto al proceso de rehabilitación de las víctimas de los procesos de Praga -London entre ellas-, hasta pasadas las elecciones legislativas italianas, para evitar "una furia estúpida y provocadora de anticomunismo".
El realizador también afirmaba que "La Confesión no está dirigida a todo público sino que hemos buscado deliberadamente restringirlo."
El crítico será más específico: "Tanto el libretista como el realizador (…) insisten en que el estilo moroso, áspero, opaco, operaría como un dique para el éxito que provocaría una selección natural en beneficio del público de conciencia política más desarrollada".
Sin embargo, esto no le impidió advertir: "Confiar un papel a Yves Montand -por lo menos en el cine comercial del que el filme nunca se aparta- es tomar partido". La prueba del riesgo, y de la infamia, fue expuesta desde el título del artículo: "A propósito de revolucionarios y distribuidores".
Si la distribuye Warner, empresa norteamericana, razonaba, nada bueno puede esperarse. Para ser más claros, en la misma página se publica un recuadro con las protestas del realizador "por la propaganda abusiva que se ha hecho a propósito de "la confesión" por parte de los funcionarios que dirigen la publicidad de la Warner en el Uruguay".
Por esos mismos días aquel joven profesor de historia, Karel Bartosek había sido expulsado del Partido, encarcelado durante unos meses, en 1972, y despedido de su puesto de profesor.
En 1975 inició un lento y clandestino trabajo destinado a destrabar la memoria de las confesiones en el mundo del socialismo real.
Hasta su exilio, en 1982, obtuvo largos testimonios de once víctimas representativas de la vida política y cultural del país. "Las confidencias voluntarias que me ofrecieron eran, fundamentalmente, un acto que quería dejar testimonio de su propia existencia, borrada por el régimen".
Descubrió entonces que la práctica de "la confesión" no era una mera desviación estalinista, sino que estaba en el núcleo mismo de un sistema político que al negar el pluralismo solo acepta la traición, como razón de disidencia.
En 1978, Bernard Guetta, periodista de "Le Nouvel Observateur" se entrevistó clandestinamente con Bartosek, y lo identificó como una de las figuras "de esa oposición prohibida, a la vez desesperada y ebria de orgullo, ahora que estaban dispuestos a enfrentar al poder organizándose en la `Charta 77`".
Doce años más tarde Karel Bartosek regresó a Praga para zambullirse en los archivos del Comité Central del Partido Comunista de Checoslovaquia y del Ministerio del Interior.
Allí descubre que, durante el período 1948 a 1954 los comunistas perseguidos representaron solo el 0,1% de los condenados, 5% de los condenados, primariamente, a muerte y el 1% de los muertos causados por ejecuciones judiciales, suicidios provocados, malos tratos en las prisiones y campos de trabajo.
Entonces Bartosek toma conciencia de que "La Confesión", esa obra que hizo comprender el estalinismo como ninguna otra, no dice nada sobre las otras víctimas.
Se indignan por aquellos "comunistas incapaces de revelar todo sobre sí mismos" y cuya compasión está limitada a sus propios mártires.
Cuando encuentra la segunda confesión de London, las 397 páginas de su pedido de rehabilitación escritas en 1955, le queda definitivamente claro que el héroe antiestalinista era una pieza más de un círculo perverso sobre el que había girado, quizás, más de una vez; su relato se limitaba a su instancia de víctima.
Los protagonistas de "La confesión", Clementis, Slánský, Field, London y decenas de otros, habían sido, alternativamente, verdugos, soplones, confesores y confesantes.
En 1996 Karel Bartosek publicó sus descubrimientos: "Las confesiones de los archivos. Praga-París-Praga, 1948-1968" (ignoro si existe traducción en castellano). Jacques Amalric, redactor del diario Libération encabezó su comentario en estos términos: "Parece haberse pasado raya sobre los 70 años del sovietismo, en todas sus formas.
Algo así como si se tratara de una catástrofe natural, obediente a normas contra las que el hombre nada puede hacer, del cual no habría ninguna lección precisa que sacar, una `gran desgracia`, que mejor sería, al fin y al cabo, olvidar puesto que no serviría de nada hacer su autopsia. (…). Algunos historiadores obstinados se enfrentan a esa amnesia programada".
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