Un escritor en Berlín Oriental
Poco tiempo antes de que fuese erigido el muro de hormigón y alambre espino que de manera cruel y perversa dividió el alma alemana, un escritor latinoamericano, junto con dos amigos europeos, decidió, por encargo de un periódico de su país, atravesar la llamada “Cortina de Hierro”, para conocer in situ la realidad del mítico paraíso de los trabajadores, valga decir la Unión Soviética y sus satélites de Europa Oriental. Ese hombre de letras, sumamente famoso, dejó sus vivencias impresas en un libro que lleva por título De viaje por los países socialistas.
El escritor en cuestión entró en el mundo comunista por Berlín Oriental, luego de complicados trámites y controles con las autoridades soviético-alemanas, muy cuidadosas y celosas de su sistema político. Así, narra el intelectual parte del ingreso al edén rojo y sus burócratas: “Uno tras otro tuvimos que responder a la misma encuesta por el funcionario más torpe que recuerde mi vida. Al principio fue brutal. Le explicamos por todos los medios que no éramos espías capitalistas y que sólo aspirábamos a dar una vuelta por la Alemania Oriental”. El final de todo el proceso de entrega de los correspondientes permisos de entrada fue descrito en los siguientes términos: “Cuando abandonamos la oficina nos encontrábamos en el límite de la fatiga y la exasperación”. Se habían topado con uno de los modelos más pesados e ineficaces que ha conocido la historia: el soviético y sus réplicas.
Ya liberados de tales tensiones, el escritor y sus amigos incursionaron en el territorio oriental y ésta fue su primera percepción del paraíso socialista: “El límite oficial entre los dos Berlinés es la Puerta de Brandeburgo, donde flota la bandera roja con la hoz y el martillo. A 50 metros hay un letrero alarmante: ‘Atención, usted va a entrar en el sector soviético’. Un policía ruso nos hizo señas de detenernos, inspección el automóvil y luego nos dio la orden de seguir adelante”. De seguidas, el grupo se encaminó a la avenida Unter den Linden, la gran vía bajo los tilos, famosa internacionalmente, pero cuyo panorama era francamente desolador para quienes provenían del lado occidental.
Narra el intelectual cómo vio a ese sector de la urbe berlinesa: “A medida que se penetra en el Berlín Oriental se comprende que hay una diferencia de sistemas, dos mentalidades opuestas a cada lado de la Puerta de Brandeburgo. Los almacenes son sórdidos y con artículos de mal gusto y de una calidad mediocre. La gente sigue viviendo apelmazada, sin servicios sanitarios ni agua corriente, y con la ropa puesta secar en las ventanas. De noche, en lugar de los anuncios de publicidad que inundan de colores el Berlín Occidental, del lado oriental sólo brilla la estrella roja. El mérito de esa ciudad sombría es que ella sí corresponde a la realidad económica del país. Salvo la avenida Stalin”.
Esa avenida y lo que en ella había para el momento de la visita de autor del relato, fue descrita por él de la siguiente forma: “La réplica socialista al empuje del Berlín Occidental es el colosal mamarracho de la avenida Stalin. Es aplastante tanto en las dimensiones como por el mal gusto. La avenida Stalin es la residencia de 11 mil trabajadores. Hay restaurantes, cines, cabarets, teatros, al alcance de todos. Cada uno de ellos es un despilfarro de cursilería. Pero contra los 11 mil privilegiados que allí viven, hay toda una masa amontonada en las buhardillas”. Finalmente, el intelectual observó que en el llamado paraíso de los trabajadores “el derecho a huelga no existe porque el régimen es dogmático. Dicen que estando el proletariado en el poder es un disparate que haga huelga para protestar contra sí mismos. Es un sofisma. La revolución no se ha hecho en Alemania, la trajeron de la Unión Soviética en un baúl y la pusieron aquí sin contar con el pueblo”.
El escritor es… Gabriel García Márquez.
- 3 de julio, 2025
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