Lise y Gerard: codo a codo
El País, Montevideo
Las purgas estalinistas incluían juicios fraguados con un inevitable ritual de detalladas confesiones, que los acusados debían aprender y recitar de memoria, bajo vagas promesas de clemencia o amenazas sobre sus familias. El 22 de noviembre de 1952, en Praga, Artur London había recitado, sin errores, la suya. Ese mismo día, su esposa Lise le escribió al presidente Gottwald: "Un traidor ha vivido a mi lado y al de los míos, todos comunistas desde hace mucho tiempo, sin que pudiésemos sospecharlo." Al día siguiente inició el trámite de divorcio, sin esperar la sentencia, pronunciada el 27 de noviembre. De los catorce altos funcionarios del Estado acusados de ser agentes trotskistas a sueldo de los servicios secretos norteamericano y británico, once fueron ejecutados inmediatamente y tres condenados a cadena perpetua. Artur London fue uno de los tres con suerte.
Lise y Gerard -el alias político de London, y el nombre por el que su esposa y sus amigos le trataron siempre- se habían conocido en 1934 cuando se formaban en Moscú como cuadros comunistas; ella tenía 18 años y él 19. Desde ese momento les unió un amor expresivo y sostenido, tanto como una militancia política dura, sin cuestionamientos. Durante la guerra de España, Gerard trabajó para los servicios de inteligencia soviéticos y Lise como secretaria de André Marty, encargado de las Brigadas Internacionales. Ambos estaban en el núcleo de los estalinistas duros y confiables.
Lise y Gerard lograron huir de España; luego fueron deportados a los campos de concentración nazis, en 1942. Finalizada la guerra y con la creación del bloque comunista, Artur London fue nombrado viceministro en el gobierno checo. Era 1948, vivieron felices y cómodos durante un tiempo: eran jóvenes y estaban en la cima del poder. Acababa de nacer su tercer hijo, cuando el 28 de enero de 1951, Gerard cayó en desgracia y fue detenido. Durante todo el proceso Lise mantuvo la fe en la inocencia de su Gerard. En cada carta le testimoniaba su amor y su confianza, pero también le advertía que ante todo era comunista y sabría arrancarlo de su corazón si llegara a tener la certidumbre de su culpabilidad. Tal cosa sucedió aquel 22 de noviembre de 1952. Para Lise, 17 años de convivencia y militancia no bastaron; tampoco las advertencias de algunos amigos de que el proceso era "una comedia y una sarta de mentiras". "El Partido no puede equivocarse", repetía.
Unos meses después, el 5 de marzo de 1953, murió Stalin. Siete días más tarde Gerard recibe una carta de Lise instándole a no recibir la visita de sus hijos: "…no creo ser insensible. Pero hay otros aspectos humanos que están representados por el porvenir de los niños: tendrán que luchar mucho, trabajar mucho en su vida, para hacer olvidar que son los hijos de London. No les compliques más la existencia alimentando en ellos una dualidad entre el odio que un comunista debe tener contra los traidores y el amor y la lástima que, inevitablemente han de sentir por su padre."
Quizás el dolor por la muerte del "padre de los pueblos" le proporcionó la bilis suficiente para escribir tales crueldades. En todo caso, algo es seguro: no lo hizo para cubrirse; estaba guiada por la fe.
Pero, a pesar de su lealtad, el régimen no le ahorró la suerte reservada a las familias de los condenados: le quitaron su carné del Partido y perdió su trabajo; a Francoise, su hija de catorce años le impidieron continuar los estudios. Sus antiguos colegas y aun sus amigos, cruzaban la vereda para no saludarla.
Jorge Amado, el escritor brasileño, fiel comunista, premio Stalin de la Paz, vivía por aquellos días en Praga, en el Castillo de los Escritores. Un día Zélia, su esposa, se encontró con Lise y la invitó a comer. En sus memorias -"Navegación de cabotaje" (1992)- recuerda que "cuando cruzamos la puerta del restaurante en tan reprobable compañía cesa el rumor de las conversaciones, muere la risa de los chistes, un silencio sepulcral lo cubre todo. Somos unos irresponsables." Sin embargo, tampoco Jorge Amado perderá su fe en el comunismo: "Crecen las dudas, no debemos dudar, no queremos dudar, queremos continuar con la fe intacta, la certidumbre, lo real."
Sin embargo, luego de cuatro meses desde su solicitud de divorcio y un mes de la última carta, Lise recapacita, quizás el amor haya ganado la partida. Toma a sus hijos y va a visitar al condenado. Mientras los niños alborotan un poco, pueden explicarse y sale, ahora sí, convencida de su inocencia y de su lealtad comunista. Entre febrero y mayo de 1954, Gerard le pasa su esposa unas hojillas de fumar, escritas en letra microscópica, destinadas al Partido Comunista Francés, pidiendo su apoyo. Años después servirán de base para escribir "La confesión".
El 6 de octubre de 1954, Lise, los niños y sus padres, salen para Francia; dos semanas más tarde, Artur London, se retracta de sus confesiones y solicita la revisión del caso. Dieciséis meses más tarde, el 2 de febrero de 1956, lo liberan. Su esposa lo está esperando.
Lise y Gerard vivirán hasta 1963 en Checoeslovaquia; luego se instalan en Francia. En 1968 -coincidiendo con la "primavera de Praga"- se publica, "La confesión", el libro donde London cuenta con estremecedor detalle su proceso y sus años de cárcel. De él extraje buena parte, sobre todo las citas textuales, de lo que les acabo de relatar.
Artur London, Gerard para Lise y sus amigos, murió el 9 de noviembre de 1986. Lise London vive aun en París, tiene 93 años. "Comunista era, comunista soy", afirmó en Madrid, en 1997 y agregó: "¿Qué queda hoy de aquella fe? La mantengo, porque lo que hubo fue una gran traición al socialismo en los países del Este. Digo lo que mi marido: el socialismo no ha existido en ninguna parte, aún se tiene que inventar."
La explicación no es original, aunque sorprende en alguien que vivió -y también sufrió- más de medio siglo en el riñón de la militancia comunista: El problema estaría en los hombres -en los traidores y burócratas- y no en la perversa ingeniería social que produjo tanta desdicha para tan poca felicidad. Increíble fuerza de una ideología, "capaz de ser totalmente insensible a la experiencia, a los hechos, a la realidad", escribió Edgar Morin, excomunista, en 1981.
Incluso, antes de los hechos, antes de la realidad, Lise, Gerard, y todos los que siguieron su camino habían sido advertidos.
El 27 de diciembre de 1920, el socialista León Blum, durante el congreso de Tours, que dividió al socialismo francés, se dirigió a sus antiguos camaradas y nuevos comunistas, con esta profecía: "Vuestra dictadura no será una dictadura temporaria que permitirá ordenar los últimos trabajos de edificación de vuestra sociedad. Es un sistema de gobierno estable, casi normal en vuestro espíritu, al abrigo del cual querrán hacer todo el trabajo, (…) En vuestro espíritu, es un sistema de gobierno creado de una vez y para siempre. (…) Uds. conciben el terror como un modo de gobierno.
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