La Argentina del Centenario
La humanidad ha dado pasos trascendentales y cada vez más largos y veloces en el último siglo y medio. La vida, las costumbres y el trabajo se han modificado tanto que son irreconocibles, en grado mucho mayor que lo hecho en toda la historia humana, desde el homínido primitivo. Vivimos tiempos de acelerados cambios, por lo que para entender y comprender la historia, el investigador debe hacer un gran esfuerzo intelectual y "ubicarse en la época", de lo contrario corremos el riesgo de hacer comparaciones con resultados equivocados. Un hecho notable es la explosión de la tecnología, que pone bienes en manos de todos, antes solamente reservados a las personas de poder económico relevante. Hoy precisamos menos tiempo y menos esfuerzo para producir mayor cantidad de bienes. El fenómeno es universal: todos han crecido y todos siguen creciendo y todos estaremos mejor, pero en calidad despareja. Por lo tanto, es necesario tener comprensión del tiempo que históricamente tratamos.
La calidad de vida que goza en los días actuales un ciudadano de Filadelfia, un vecino de Amsterdam, un habitante de Tokio -dicho todo ello a simple título de ejemplo- con respecto a nosotros es muy diferente, porque dispone de bienes materiales que nuestra sociedad carece a nivel masivo, obtiene mayores salarios, cuenta con alta tecnología, tiene asegurado ahorros para el incierto futuro y se sienten cada uno de ellos orgullosos de la nación a la que pertenecen. Entonces, ¿qué menosprecio o qué compasiva comprensión pueden sentir por nosotros sus ciudadanos cuando nos visitan?
Cuando el tiempo pase y se hagan comparaciones, se verá que la sociedad argentina del Bicentenario está -relativamente considerado- mucho peor que la sociedad del Centenario. Un dato nos ilustra mejor que todos los comentarios: en el Centenario, la población de Europa, la que leía los periódicos y se informaba, venía a nuestro país. Día tras día los barcos desembarcaban a miles de personas que se afincaban en nuestra tierra. ¿Por qué venían? ¿Había tanta gente desinformada? Ciertamente, no todas eran rosas; en realidad, también había sangrientas espinas. Las leyes sociales estaban en pañales, similares al resto del mundo, y las condiciones de trabajo serían hoy causales de delito liso y llano, aunque la crónica diaria nos habla de los esfuerzos a que son sometidos muchos trabajadores de nuestro tiempo sin que nadie se moleste en desmentirlos. Y todo ello, pese al uso de maquinaria actualizada que libera al ser humano de tareas repetitivas y fatigosas. Eso ocurre en la Argentina del siglo XXI.
La Argentina del Centenario tiene actualmente numerosos críticos cuando se la recuerda. Esas críticas se basan en algunos aspectos de la situación social imperante en la época, pero es necesario recordar que la historia vista parcialmente, aun cuando sea fiel a esos hechos específicos, es la mayor hipocresía que puede cometer cualquier investigador. La verdad parcial puede ser la mayor mentira porque induce a error. Es el individuo que recuerda con fastidio el día que ganó el mayor premio de su vida, porque, en esa ocasión, le dolía una muela.
Con la hoy denostada Argentina del Centenario, fruto de las medidas de la Generación del Ochenta, que lideró Roca, los índices de crecimiento eran notables, los inmigrantes llegaban porque había trabajo. No había viviendas para tanta gente recién llegada y muchos tuvieron en una larga década estrecheces habitacionales, pero el enorme desarrollo del sistema creado permitió un crecimiento sostenido. "Quieran habitar el suelo argentino", decía la Constitución Nacional para abrir las puertas de nuestro desértico y fértil territorio. Si las condiciones hubieran sido tan adversas como las describen hoy, no hubieran arribado tantos miles de inmigrantes.
En efecto, hay en todo este proceso de desinformación pública un propósito político subyacente que nada tiene que ver con el estudio científico de la verdad histórica, objetiva y cuantitativamente considerada. Y es bien sabido que la verdad parcial es la peor mentira. Léanse los informes de los "peritos de parte" en cada juicio controvertido de nuestros tribunales y se podrá ver que sin mentir ni engañar a nadie, de manera directa, están falseando la verdad.
Entre 1880 y 1920 la Argentina creció 42 veces. Me pregunto ¿por qué no hemos hecho otro tanto entre 1968 y nuestros días, es decir, en igual período? ¡Qué diferente sería la vida del ciudadano medio argentino si tuviéramos 25.000 dólares de producto bruto per cápita! Seríamos los mayores exportadores de América latina, tendríamos una industria integrada y los ciudadanos pobres (¡siempre los pobres, a quienes nunca debemos olvidar!) serían más pudientes que muchos ciudadanos considerados pudientes en la Argentina actual, porque, finalmente, la riqueza se derrama en busca de nuevos consumidores.
El nacionalismo mal entendido conspira contra el propio país que queremos defender y al que amamos, porque sin amor a la tierra, a la que estamos espiritualmente arraigados, la vida no tiene sentido, se pierde el sentido solidario que nos une y éste es, justamente, lo que vemos con creciente preocupación actual, porque en el fondo de este proceso hay una verdadera lesión al patrimonio espiritual de la Nación.
En nuestros días se oyen numerosas críticas por el sistema económico aplicado, las que, en general, compartimos y nos asociamos a ellas. Lo grave de esta situación no es lo que ocurre, sino lo que se deja de hacer y lo que podría ocurrir de iniciar y proseguir políticas diferentes. Bien se ha dicho que la Argentina no es país desarrollado ni subdesarrollado, sino, simplemente, una nación malograda.
Curiosamente, hoy criticamos la Argentina exitosa del Centenario, la que tuvo un nombre en el mundo, transformó un desierto en una nación civilizada, albergó 5,5 millones de inmigrantes y fue la primera potencia económica de América latina: el producto bruto argentino era, en 1928, equivalente al de toda América del Sur reunida. No cabe duda de que pudo haber mayor justicia social y mejor distribución de la riqueza, pero ello ocurre siempre después de que ésta se consolida en una nación. Pretender la riqueza y la justicia en forma simultánea es económicamente una empresa ardua, difícil y no siempre posible. No obstante, la justicia social siempre debe tenerse en cuenta, porque son los pueblos los hacedores y receptores de la riqueza y no merece la pena el crecimiento con desniveles sociales pronunciados.
Los años del Centenario de Mayo fueron los más brillantes que tuvo la Argentina y bien quisiéramos hoy retornar a aquellos días y que el pueblo argentino pudiera tener la situación que tuvo. Con 1,5 millones de desocupados en extrema miseria, no podemos halagarnos de que nuestra época sea mejor que la de 1910. Más aún, precisamos otro Bialet Masse que describa a la sociedad de nuestro tiempo.
© LA NACION
El autor es doctor en historia, profesor en la Universidad de Buenos Aires.
- 23 de julio, 2015
- 11 de febrero, 2025
- 10 de febrero, 2025
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