Más por convicción que por gratitud
Chile no ha sido suficientemente categórico para alertar sobre los peligros que encarna el tipo de liderazgo de Chávez
Pasó algo inadvertida la columna del venezolano Ricardo Hausmann que La Tercera publicó la semana pasada. En grandes líneas, el profesor de Harvard manifiesta su desencanto y frustración frente a lo que considera una actitud tibia y permisiva del gobierno de Chile de cara al "autoritarismo arbitrario" que encarga Hugo Chávez, lo que ha privado a sus compatriotas de "todo sentido de libertad".
Además de la queja política y moral, sus palabras también trasuntan un desencanto personal. En efecto, dedica varios párrafos a mostrar cómo en los momentos más duros de la dictadura chilena, Venezuela tuvo un comportamiento solidario con nuestro país, el que no sólo se expresó en la categórica condena internacional al régimen, sino también al acoger y cobijar a varios de nuestros dirigentes que eran fruto de la persecución política. Como si fuera poco, y en una ironía tan dura como cierta, Haussman -recordando el caso de Erich Honecker- evidencia el doble estándar que a ratos nuestra política exterior exhibe en estas materias.
Qué duda cabe, es una columna sugerente, con cuyo transfondo simpatizo, aunque la fuerza de lo planteado se diluya por una comparación inadecuada. Es exagerado, cuando no voluntarioso, equiparar las violaciones a los derechos humanos acaecidas durante la dictadura militar chilena -muertos, desaparecidos, torturados e indefensión total frente a los más mínimos derechos civiles y políticos de todo ciudadano- con lo que, a la fecha todavía, representa el régimen de Chávez.
En efecto, aunque las delirantes ideas de este ex militar han sido acompañadas con arbitrarias restricciones a la libertad de prensa, injustificadas vulneraciones al derecho de propiedad o la instalación de un temerario proyecto político que hace gala de la intolerancia y el desprecio por las instituciones, sigue siendo un hecho cierto que se han efectuado elecciones periódicas, las que invariablemente han dado como triunfador al más vistoso caudillo latinoamericano.
Ahora bien, incluso desde esta última perspectiva, sigue siendo válido el amargo reclamo de Hausmann. Chile no ha sido lo suficientemente categórico para alertar sobre los peligros que encarna el tipo de liderazgo de Chávez, como también ha sido presa del eufemismo cada vez que ha tenido que pronunciarse sobre lo que sucede hoy en Venezuela. Más todavía, se trata de una omisión incomprensible, en la medida en que este gobierno debería ser el principal interesado por iluminar el camino que debe transitar la izquierda en la región.
El desafío fundamental para América Latina es afirmar que la libertad política no es incompatible con la mayor prosperidad y bienestar. Conculcar los derechos ciudadanos, cualquiera sea su justificación, acarrea un precio muy alto en la dignidad de los pueblos, cuyas secuelas éticas y cívicas pueden perdurar por varias generaciones. De igual manera, nuestro empeño es mostrar que la democracia también requiere de más justicia social. ¡Sí a la libertad, y sí también a la equidad! Dicho sea de paso, la Venezuela de Chávez no puede hacer gala ni de lo uno ni de lo otro.
Hay un sector de la izquierda, en Chile y en el mundo, que sigue justificando los abusos -por acción u omisión- cuando éstos son revestidos con ese cargante sonsonete revolucionario. Sumarse al doble estándar es un flaco favor a la causa de la democracia. Peor todavía, como recordaba Albert Camus, es cuando empezamos a creer que existen abusadores privilegiados y víctimas sospechosas. Más por convicción que por gratitud, efectivamente nuestro gobierno debería ser más claro y categórico.
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