Uruguay: La guerra cerca de casa

El País, Montevideo
Nada que envidiarle a Afganistán. Los últimos episodios de violencia en Rio de Janeiro, a días de que la ciudad fuera elegida como sede de los Juegos Olímpicos, han costado la vida de 33 personas en 4 días. Entre ellos 3 policías militares que murieron al ser derribado el helicóptero en el que sobrevolaban una favela de la ciudad.
La nueva ola de violencia, que ha impactado a un país ya acostumbrado a este tipo de hechos, comenzó el sábado pasado, cuando traficantes del Comando Vermelho invadieron el Morro dos Macacos, para quedarse con los puestos de venta de drogas en manos de sus rivales de ADA, sigla que responde al pintoresco nombre Amigos dos Amigos.
El incidente ha conmovido a Brasil, y ha llevado a que el progresista Lula dijese que hará lo necesario para limpiar esa "sujeira". Un comandante de la policía local fue más explícito aun, y afirmó que "es hora de tomar el fusil, la sociedad exige respuestas". El que haya visto la película Tropa de Elite puede hacerse una idea de lo que se viene. Es ilustrativo el caso de José Guimaraes, estudiante de 18 años que tuvo la mala suerte de pasar por la zona, y ahora está en un hospital con una bala alojada en el hígado, que los médicos han aconsejado dejar allí.
Los uruguayos vemos estos hechos como algo ajeno y bárbaro. Como quien sigue la cuenta de los bombazos en Bagdad o Kabul. Sin embargo está más cerca de lo que parece, y no sólo geográficamente.
Estas noticias acerca de las consecuencias del cocktail letal de marginación social, pobreza y tráfico de drogas me llegaban mientras buscaba información para un artículo sobre los asentamientos irregulares en Montevideo. Los viejos cantegriles, aunque los expertos ahora se nieguen a usar esa palabra infame. Y los puntos de contacto me dejaron pasmado. En Uruguay hoy viven más de 200 mil personas en esas condiciones. En barriadas pobres sin los servicios más esenciales, y donde el Estado brilla por su ausencia. Así se vienen criando generación tras generación de uruguayos que, alentados por una tasa de natalidad muy superior a la media nacional, cada "tanda" representa un porcentaje mayor de la población del país.
Quien recorre las zonas interiores de la ciudad, y ve esas callejuelas irregulares, donde niños, perros y caballos conviven con las montañas de basura, no puede menos que estremecerse ante la perspectiva. Perspectiva tan real, que ya existen áreas donde ni transporte público, ni ambulancias, ni la policía se atreven a ingresar. Sumemos a la mezcla la llegada de la pasta base, y tenemos la receta perfecta para el desastre. Y se trata de un problema que no conoce de banderas políticas, ya que los asentamientos han crecido con gobiernos de todos los colores, en lo nacional y en lo departamental. ¿Cuánto falta para que un grupo de malandrines decida "tomar cuenta" de alguna de esas zonas liberadas para tener un coto donde operar en paz?
Es claro que el panorama actual está todavía a años luz de lo que pasa en Brasil, donde sólo en Rocinha se calcula que viven 1 millón de personas. Pero eso, lejos de hacernos despreocupar, debería ser un acicate para enfrentar el tema mientras se está a tiempo. Y si no, basta pensar que si hace unos años alguien hubiese sugerido que había en el país un grupo mafioso serbio traficando toneladas de cocaína, todos hubiéramos dicho que estaba delirando.
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