La metáfora de una caída

Construido con adoquines y alimentadocon represión y sangre. Fue durante muchos años el símbolo de cómo un ente inorgánico puede, empero, ser modelo de la negación de esa libertad a la que todos los seres humanos tenemos derecho.
Me refiero, claro está, al Muro de Berlín. Para algunos fue la malla que protegía la debilidad de los más absurdos gobernantes.
Para otros, acabó siendo un paredón, en el cual se estrellaban sueños. Con su aspecto macabro, marcaba la división física entre el Este y el Oeste de Berlín, la ruptura de un continente en dos pedazos.
Así fue desde 1961 hasta 1989. Hace 20 años, en noviembre de 2009, fue derribado y convertido en vestigio de un pasado que no debe volver.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, Berlín fue ocupada por los soviéticos. En 1949, ese territorio fue declarado como República del Este de Alemania.
Poco tiempo después, la propia ciudad de Berlín fue dividida entre el Este y el Oeste. El trozo Oeste pasó a ser parte de la República Federal Alemana, ocupada por las fuerzas de Gran Bretaña, Francia y EEUU. El lado Este pasó a ser parte de República Democrática Alemana, ocupada por las fuerzas de la Unión Soviética.
La división política de Berlín no fue tan sólo territorial, fue también psicológica. Los alambres de púas marcaban una separación que criminalmente se sembró en la mente de los habitantes de una ciudad partida en dos.
En 1961, los berlineses se encontraron con una división, que luego fue reforzada por el Este alemán mediante soldados y milicias. No había pasado mucho tiempo antes que esas cercas fueran sustituidas por un muro de 103 millas de largo y 4 metros de alto.
A lo largo del muro fueron armadas trampas y se cavaron zanjas. Sólo había dos entradas. Esas dos "puertas" significaban para unos la oscuridad y para otros la luz.
De un lado, la República Federal de Alemania; del otro, la República Democrática Alemana. En ambos lados de una frontera impuesta en contra de la lógica, el dolor que produce la división.
Este año, 2009, se cumplen 20 años de la caída del Muro de Berlín. Fue un día memorable.
Cayó en una noche, la del jueves 9 de noviembre al viernes 10 de noviembre, por allá por 1989. Había estado allí, desafiante y procaz durante 28 años.
Si el muro era un símbolo, tanto más lo es su caída. Los absurdos tienden a caer, por muy fuertes y poderosos que parezcan. Igual ocurre con los tiranos.
Los muros que dividen, nunca son eternos y a quienes los construyen, la historia los condena de peor modo que los propios hombres.
- 23 de enero, 2009
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