Lo que sabemos que sabemos sobre Irán
Donald Rumsfeld, el antiguo secretario de Defensa de Bush, conocido por sus frases punzantes, dijo en una ocasión que “hay cosas que sabemos que sabemos; cosas que sabemos que no sabemos; y cosas que no sabemos que no sabemos”.
Pues bien, lo que sabemos que sabemos sobre Irán es claro: el último informe de la Agencia Internacional de la Energía Atómica del pasado 28 de agosto se puede resumir en dos frases: que Irán progresa en el enriquecimiento de uranio más rápido de lo previsto; y que sigue sin cooperar con sus inspectores para resolver las muchas y graves dudas sobre lo que está haciendo y tramando.
De hecho, y en contra de lo que le demanda el Consejo de Seguridad de la ONU, que es la suspensión de todas las actividades de enriquecimiento de uranio, Irán ha seguido centrifugando gas para convertirlo en uranio enriquecido a bajo nivel; y ha continuado instalando nuevas centrifugadoras en su planta de Natanz.
A fecha de hoy, tiene casi 5.000 funcionando a plena potencia y otras 4.000 a punto de pasar las fases de prueba e incorporarse a la producción industrial.
Con lo declarado por las autoridades iraníes y lo calculado por la AIEA, expertos de la Universidad de Wisconsin que siguen el programa nuclear iraní desde hace años estiman que Irán está produciendo 2,77 kilogramos de uranio de bajo nivel de enriquecimiento al día y que, en este mismo momento cuando el lector ve estas páginas, Irán almacena ya 1.602,31 kilogramos de este material.
Si para producir el uranio de nivel militar para una bomba se requieren unos 800 kilogramos de uranio de bajo enriquecimiento, las cuentas están claras: Irán ya dispondría de suficiente material para fabricar sus dos primeras bombas cuando así lo quieran. Pasar del bajo nivel de enriquecimiento a uranio de uso militar le llevaría unos tres meses.
Lo que sabemos que no sabemos es cuándo los dirigentes iraníes tomarán la decisión de romper con el Tratado de No Proliferación, del que son dignatarios pero que no cumplen, o si preferirán avanzar por la senda de la clandestinidad hasta que tengan su primer ingenio atómico. O sea, no conocemos el cuándo ni el cómo, pero qué sucederá ya no es discutible.
También sabemos que no sabemos cuales son las intenciones reales de los iraníes, quienes, tras escuchar la parte pública y no pública del informe de la AIEA, parecen dispuestos a sentarse de nuevo a negociar. Al menos eso es lo que hace dos días indicó en la televisión iraní el principal negociador nuclear de Ahmadinejad, Saeed Jalili.
A tenor de anteriores experiencias, todo puede reducirse al deseo iraní de evitar más sanciones y, sobre todo, que la actitud dialogante de Obama se evapore. Lo que no sabemos que no sabemos puede ser mucho más desagradable todavía.
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