El día irreal
El País, Montevideo
Mañana se cumple un nuevo año de la tragedia del 11 de septiembre de 2001, que, como bien dice Martin Amis, cambió el siglo XXI. A partir de aquel día, el mundo que habitamos es otro.
A propósito de ello hay varios libros que evocan aquel día que nadie olvidará. Don DeLillo, uno de los mayores escritores americanos de hoy, ha escrito dos obras sobre ello. Uno, se titula "El hombre del salto" (Planeta); el otro, es "En las ruinas del futuro" (Circe). En estas páginas, DeLillo hace una intensa reflexión sobre ese día de terror diabólico, y analiza los diversos aspectos de la devastación física y emocional, que supuso esa brutal agresión a la libertad.
Pocos días después de que los aviones pilotados por terroristas se embutieran en las torres del World Trade Center, reduciéndolas a escombros y provocando cientos de muertos, DeLillo visitó el lugar del desastre. Y escribió sobre ello, procurando sintetizar las emociones del momento y realizando descripciones precisas de los hechos de dolor y de las víctimas de aquella jornada de terror a la que definió, diciendo: "Cuando decimos que algo es irreal, queremos decir que es demasiado real".
Comenta DeLillo, a propósito de los terroristas islámicos, que: "el Apocalipsis no tiene lógica, y ellos han traspasado los límites de cualquier desquite motivado por la pasión. Aquí se trata del cielo y del infierno".
Y describe momentos del horror. Lo cito: "Los teléfonos móviles, los zapatos, los pañuelos aplastados contra los rostros de hombres y mujeres que corren. Los cúters de sobremesa y las tarjetas de crédito. Los papeles que salieron despedidos de las torres y atravesaron el río volando hasta los patios de Brooklyn: informes financieros, currículos, fórmulas de seguro… Hojas de papel incrustadas en el hormigón. Papeles que rebanan los neumáticos de los camiones y permanecen allí encastrados".
Sabemos que los innumerables lugares de auxilio estaban vacíos. Los médicos y enfermeros esperaban desconcertados a los pacientes: no llegaban, porque casi todos habían muerto. Sabemos que hubo gente que buscó a otra persona, hombre o mujer, conocida o no, para tomarla de la mano y, juntos, saltar al vacío. Otros lo hicieron terriblemente solos. Los vimos en TV. Están las fotos.
Los terroristas del 11 de septiembre sólo entendieron la naturaleza de la tecnología como algo destructivo, y entonces la utilizaron para matar. Asistimos, desde ese momento, entonces, a la guerra entre el pasado y el futuro. Así, un estado desprovisto de fronteras, teocrático global, que es tan obsoleto que depende del fervor suicida, y el mundo libre y democrático, están enfrentados. Tras aquella tragedia, la gente necesitaba algo más para a reencontrarse a sí misma. Y no puedo dejar de citar, una vez más, a Don DeLillo, esta vez tomando un pasaje de "El hombre del salto", donde cuenta: "Escribieron sobre los aviones. Escribieron sobre donde estaban cuando ocurrió. Escribieron sobre conocidos suyos que estaban en las torres, o en sus cercanías, y escribieron sobre Dios".
Los que vimos en directo aquella masacre, sin despegarnos del televisor, no podremos desprendernos de semejante pesadilla. No debemos. Por ello, escribo, con dolor, esta columna, un mínimo recordatorio a las víctimas de aquel día irreal.
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