Ciudadanos libres, no vasallos
Es indiscutible y evidente el grado de crispación y enfrentamiento que ha generado dentro de la sociedad venezolana la abrupta aprobación de la Ley Orgánica de Educación, producto de un dócil y obediente cuasiparlamento. Lo que en una democracia auténtica debería ser el resultado de un gran debate nacional y de un consenso en lo político y lo social, aquí es signo de división, amenaza y exclusión. A los efectos, basta con haber escuchado y leído el guión del discurso único repetido por los burócratas grandes, chicos y microscópicos: el que no acate y cumpla con esta ley está fuera de ella y en consecuencia se convierte en ¡delincuente!
Desde la soledad del filósofo, como muy acertadamente comenta un amigo y colega, vale en estos momentos no perder la cordura y menos la capacidad de análisis y reflexión. En tal sentido, acudiendo a pensadores que se han ocupado del tema, nos topamos con John Stuart Mill y su obra Sobre la libertad. Este inglés de tendencia liberal dejó en las páginas de su obra unas palabras que bien pueden ser aplicadas a este tiempo en el que un Estado con tentación absolutista pugna por engullir glotonamente a todo aquello que le apetece. Decía este filósofo: “Las objeciones que con razón se formulan contra la educación por el Estado no son aplicables a que el Estado se encargue de dirigirla; lo cual es cosa totalmente diferente. Me opondré tanto como el que más a que toda o una gran parte de la educación del pueblo se ponga en manos del Estado. Todo cuanto se ha dicho sobre la importancia de la individualidad de carácter y la diversidad de opiniones y conductas implica una diversidad de educación de la misma indecible importancia”.
Y aquí viene algo muy importante de parte del Mill para los venezolanos de hoy: “Una educación general del Estado es una mera invención para moldear al pueblo haciendo a todos exactamente iguales; y como el molde en el cual se les funde es el que satisface al poder dominante en el gobierno, proporcionalmente a su eficiencia y éxito, establece un despotismo sobre el espíritu, que por su propia naturaleza tiende a extender al cuerpo”. Esto se traduciría, dentro de la plataforma ideologizante de la LOA en “formar” al “hombre nuevo”, que de nuevo tiene sólo el nombre…
En este contexto el pensamiento del filósofo contemporáneo Fernando Savater, expresado en su libro El valor de educar, establece el necesario nexo de la educación con el desarrollo y fortalecimiento de la democracia plural: “El objetivo de la democracia consiste en institucionalizar la libertad de las personas en su relación con el poder colectivo de la comunidad de la que forman parte. Es decir, reconocerles voz, voto, capacidad de debate público y de decisión en el establecimiento de leyes, autoridades y orientación del rumbo comunitario”. Este proceso educativo lleva, en una palabra “a convertir al individuo autónomo en último referente de la legitimidad del proceder colectivo; que la sociedad cobre sentido por la voluntad de las personas y no que las personas obtengan su sentido del servicio que prestan a una voluntad común, de la que son portavoces irrevocables unos pocos predestinados en autoproclamada comunicación directa con el destino del pueblo”. Por eso la educación auténticamente democrática conlleva a la formación de un hombre libre y no un sujeto alienado a un líder, un partido o cualquier otra estructura de sumisión y vasallaje.
Savater también plantea que “la democracia tiene que ocuparse de crear los ciudadanos en cuya voluntad política apoya su legitimidad, es decir que tiene que enseñar a cada ciudadano potencial lo imprescindible para llegar a serlo de hecho”. Entonces, la educación dentro del marco democrático “debe ser tan pluralista como la sociedad misma y en ella es conveniente que puedan hallar acomodo estilos y sesgos diferentes”. Una educación inspirada, manejada, controlada, vigilada y asfixiada por un Estado docente omnipresente y omnipotente no es otra cosa que una educación castradora, manipulada férreamente por ministros, burócratas y comisarios políticos, ejercida no por maestros sino por activistas políticos. Por ello, el filósofo apunta: “Claro que no es forzoso que la mejor enseñanza sea impartida en las escuelas públicas, organizadas estatalmente. Frente a la masificación o las deficiencias de éstas son aceptables y deseables ofertas privadas sobre las que el Estado no ejerza sino un control de calidad. En este campo es precisa mucha flexibilidad y una sintonía lo menos burocrática posible entre la comunidad docente de cada centro y el ministerio público que ha de encargarse de verificar los resultados de acuerdos a pautas pluralistas comunes”. Todo por la vía del consenso. Así es como crece y prospera la educación. No con aparatos represivos inquisitoriales. No con patrones ni patronazgos totalitarios. No con intolerancia.
Voceros del régimen, respaldados por su megalatifundio mediático, se han dado a la tarea de descalificar las legítimas preocupaciones expresadas por diversos sectores de nuestra sociedad respecto los efectos de la ley en cuestión; ante tales desplantes, y para concluir, vale transmitir la siguiente reflexión de Savater; “es comprensible el temor ante una enseñanza sobrecargada de contenidos ideológicos, ante una escuela más ocupada en suscitar fervores y adhesiones inquebrantables que en favorecer el pensamiento crítico autónomo. La explicación de valores políticos puede también resbalar hacia la propaganda, reforzada por las manías de lo ‘políticamente correcto’ que empieza a proscribir cualquier roce con la susceptibilidad agresiva de los grupos sociales de presión y acaba por decretar incorrecto el propio quehacer político, pues éste nunca se ejerce de veras sin desestabilizar un tanto el vigente”. Y esto va con la aplicación “a juro y porque sí” de la LOE: “Sería suicida que la escuela renunciase a formar ciudadanos demócratas…” Y se dedicara a formar vasallos.
- 3 de julio, 2025
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