El dilema argentino
Los argentinos no generan simpatía. No son bien queridos. Pero es injusto que sea así; creo que se trata de un preconcepto. Se les califica de pedantes, pero con su patente y a sus sombras pululan y pululan muchos nuevos ricos y genios que si uno se atiene a sus dichos y poses, debería pensar que desde la rueda y la pólvora lo han inventado todo.
Los argentinos, además, tienen mala suerte. Sobre todo con los gobiernos y particularmente en las últimas tres décadas. No es que no hayan atinado bien al momento de elegir; ya que en su momento y contexto Alfonsín, Ménen y De la Rúa eran los candidatos indicados. Los votaron con ilusión y esperanzas y fueron unos fracasos. Y no hay golpe más fuerte que el que provoca la caída de una ilusión.
Los argentinos se cansaron y reclamaron “que se fueran todos”. Fueron otra vez burlados: se quedaron casi todos. Tras subidas y bajadas en serie quedó de presidente el que había perdido la elección (y esto sin que la Carta Democrática de la OEA sufriera un rasguño).
Después vino Kirchner y el kirchnerismo y su esposa. Otra vez ilusiones y otra vez los argentinos, en las elecciones legislativas, dijeron que se vayan. Los encargados de interpretar ese mensaje no entendieron y ahí está la oposición dividida y sin rumbos, mientras Kirchner se repone de los golpes.
Los gobiernos argentinos han alimentado esa imagen poco simpática de los argentinos. Cuando la guerra de las Malvinas muy pocos países latinoamericanos respaldaron a Argentina como se debía contra el colonialismo británico. Perú sí lo hizo, le dio todo su apoyo. Tiempo después, cuando el conflicto entre Perú y Ecuador, la Argentina, clandestinamente, vendió armas a los ecuatorianos. No es lógico esperar, entonces, que los peruanos quieran mucho a los argentinos.
Pero de todos los gobiernos, ninguno como los de los Kirchner ha dañado tanto la imagen de los argentinos. Para empezar le han hecho perder autoridad internacional a la Argentina, que ya no es más una de las protagonistas continentales y una de las garantías de equilibrio, en particular para los países pequeños. Lula y Brasil están contentísimos con los Kirchner. Estos les han despejado el camino. Por otro lado la actitud complaciente y hasta servil del matrimonio para con Chávez –¡con Chávez!– ha ubicado a la Argentina en un nivel que ni su historia ni su gente lo merecen.
¿Y qué pueden pensar los colombianos de los argentinos? Qué pueden pensar cuando ven a Kirchner prestarse a hacer las payasadas, –con equipo de campaña y todo– en el circo montado por Chávez y otros para la liberación de los secuestrados por las FARC.
Qué opinarán los colombianos de esta brillante gestión de la señora Kirchner para ocupar el lugar de los exportadores colombianos aprovechándose del diferendo entre ambos países inventado por Chávez al quedar en descubierto su apoyo a las FARC. Parecería que para la señora Kirchner, acompañada de 70 empresarios, firmar 22 convenios comerciales por 1,100 millones de dólares, sustituyendo en parte productos que Venezuela compraba a Colombia, ha sido todo un éxito. Qué triste y qué poco elegante. Es difícil encontrar a lo largo de la historia de América un caso que se asemeje.
Es que de los Kirchner se puede esperar cualquier cosa. Pero no son los argentinos, que conste.
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