Objetivo de guerra: La universidad
La universidad siempre ha sido presa apetecible para los regímenes autocráticos, tiránicos o totalitarios. La razón es sencilla: en la universidad como institución de la sociedad y desde su interioridad continuamente se construye comunidad del saber y en tal sentido se analiza, se razona y se piensa, cuestión que está de plano negada por quienes conciben a la sociedad como un bloque único, unánime y cerrado donde la única verdad que prevalece y es admitida es la del Estado y de quien lo lidera.
Ello explica que en este decenio venezolano la universidad libre y democrática se haya convertido en una suerte de objetivo de guerra por parte de los que no soportan la menor señal de disidencia ni menos diferencia al modo de ser oficial. Basta escuchar el discurso que proviene de dicho sector para darse cuenta de la inmensa carga de resentimiento, cuando no de odio, que anida en contra de la universidad venezolana, sus autoridades elegidas democráticamente, sus estudiantes, sus profesores e investigadores, su personal administrativo y de servicio. La palabra los desnuda y los actos de violencia física operados por grupos afectos al oficialismo confirman tal vocación antidemocrática y antiuniversitaria.
Lo sucedido en las dos últimas semanas en la sede de la Universidad Central de Venezuela, sin contar la secuencia de agresiones anteriores en contra de la comunidad y las instalaciones de esta casa de estudios, al igual de otras a lo largo y ancho del país, revela la desesperación de aquellos que no habiendo podido conquistar por la vía del voto espacios de liderazgo en el mundo universitario, buscan entonces entorpecer la vida académica con acciones que bien pueden catalogarse como vandálicas y delictivas, entre otras cosas. Lo paradójico es que dentro de la perspectiva de los voceros oficiales, en vez de percibirse un discurso de rechazo a tales situaciones, se interpreten los hechos de un manera interesada y torcida para que al ser manipulados desde la estructura mediática oficial se convierta a los agredidos en agresores y a las víctimas en victimarios, emprendiéndose, de paso, una masiva campaña plagada de falacias que tiene como fin desprestigiar a nuestras universidades para así aterrorizar y desmoralizar a su población, objetivo que, para su angustia, no podrán lograr; así como montar una matriz de opinión que justifique una eventual intervención estatal.
Eso es simplemente una manera perversa y miope de entender y practicar la política. Buscar destruir la universidad democrática que es una conquista en nuestro país producto del surgimiento de la democracia hace ya cinco décadas, sólo cabe en la mente de quienes precisamente no son demócratas. La universidad es un baluarte de la democracia y ello posiblemente le moleste a los que no aceptan las decisiones de la mayoría. La universidad es espacio y ámbito para la exposición y la argumentación razonada de las ideas y tal cosa es incomprensible a los que solamente reciben y obedecen órdenes y vociferan consignas. La universidad fastidia a los que gustan de un continuo monólogo porque les aterra el diálogo. La universidad le produce dolores de cabeza a los que a través de su corta visión de intolerantes excluyen a los que no están ubicados en su campo de sumisiones; para ellos hablar de inclusión es definitivamente peligroso y subversivo. Por esas y muchas otras cuestiones los antiuniversitarios buscan destruir la universidad para sustituirla por un corral de individuos aborregados que respondan pavlovianamente a los estímulos del sistema.
En consecuencia, los enemigos de la universidad deben entender, aunque les cueste y duela, que el alma mater es otra cosa totalmente diferente a lo que se enuncia en el tristemente recordado lema: “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!” porque la universidad es vida, esencia, existencia, creación, innovación, inclusión, diálogo, discusión, inteligencia, tolerancia. Vale citar en ese contexto el pensamiento del escritor venezolano Arturo Uslar Pietri quien concibió la esencialidad de nuestra universidad que debe hacerse realidad en el día a día de la academia con las siguientes palabras: “La universidad debe ser una casa de estudiantes y profesores dedicados al cultivo y a la transmisión de la ciencia. De la ciencia pura y de la ciencia aplicada a lo humano, a lo más inmediato de lo humano, y a lo más inmediato de lo humano que para nosotros debe ser lo venezolano. Una casa donde se adquieran conocimientos y donde además se adquiera una mentalidad. Una mentalidad de labor, de disciplina y de servicio. Es decir, la universidad debe formar los mejores hombres para el futuro de Venezuela. No hombres para la plaza pública o para el enriquecimiento, sino hombres para enfrentarse eficazmente y con una conciencia sin flaqueos a los males y los problemas del país. Hombres para dirigir el combate contra las condiciones del atraso y de la debilidad venezolana en todos los frentes”.
Esa universidad se logra con el estudio, la investigación, la cultura, el humanismo, las ideas, la razón, el espíritu. Impensable que tal situación se dé a través de la siembra del caos, la anarquía y la violencia del insulto y de las armas. La universidad, siguiendo las ideas de este ilustre venezolano, sólo podrá llevar adelante su misión formadora e integradora dentro de un marco de “independencia ideológica y de la mayor libertad académica. Su finalidad de todas las horas y en todos los aspectos será vivir y actuar como una casa de estudios.
Una casa de estudios poblada por una laboriosa comunidad de profesores y estudiantes al servicio de Venezuela. Todo lo que tienda a dirigirla en ese sentido será útil y bien encaminado. Todo lo que la aparte de ello, será pernicioso y contrario a sus fines”. La causa de la universidad es la causa de la libertad, la justicia, la paz y la democracia. Defendamos sin miedo y con nuestra única arma: la inteligencia, a la universidad venezolana y no permitamos que nos sea arrebatado el futuro que se encarna y vive en las nuevas generaciones de estudiantes y profesionales. No está demás recordar y advertir, como bien lo manifiesta la filósofa Hannah Arendt que “la denominación totalitaria se orienta a la abolición de la libertad, incluso a la eliminación de la espontaneidad humana en general”. Y eso, no lo podemos permitir.
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