La socialdemocracia europea, ante una de sus peores crisis
PARIS. - La socialdemocracia europea parece haber ingresado en una de las peores crisis de su historia reciente, afectada por su falta de liderazgo y su incapacidad para ofrecer una alternativa a la recesión y el desempleo, frente a una derecha que asume sin complejos posiciones intervencionistas y estatistas.
Ese proceso de descomposición se agudizó con la serie generalizada de derrotas que sufrieron sus formaciones más importantes en las recientes elecciones para el Parlamento Europeo, las divisiones y luchas de ambiciones que corroen a otros partidos y la fragilidad de los dirigentes en el poder, debido al desgaste que produce la crisis económica.
Con apenas 161 escaños, los socialdemócratas quedarán acorralados en la izquierda de un hemiciclo de 736 eurodiputados dominado por el bloque conservador (263 bancas), que en ciertas votaciones cruciales puede reunir la mayoría mediante alianzas tácticas con los centristas (80) y excepcionalmente con los euroescépticos (83).
Visto en perspectiva, el panorama de la izquierda democrática europea parece un campo de ruinas.
De los 27 miembros de la Unión Europea (UE), la izquierda moderada sólo ocupó el primer lugar en Dinamarca, Estonia, Grecia y Malta, donde está en la oposición, y en Eslovaquia. Pero en los grandes países donde ocupa el poder, su fracaso alcanzó proporciones inesperadas.
En España, el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero fue sancionado por la confusa gestión de una crisis mundial que sumergió al país en la peor recesión de la posguerra. Y el laborismo británico sufrió su peor derrota desde la Primera Guerra Mundial. "El día del juicio final", tituló, el día de los comicios, el diario The Guardian, generalmente clemente con el laborismo.
El SPD alemán, por su parte, pagó la pérdida de identidad que sufrió primero por las desviaciones liberales del ex canciller Gerhard Schröder y luego, desde 2005, como miembro del gobierno de coalición que dirige la democristiana Angela Merkel. Más catastrófico es el penoso resultado de la izquierda italiana, agrupada en torno de un Partido Demócrata (PD) sin identidad ideológica, sin programa y con un líder casi desconocido: Dario Franceschini.
Ese panorama desolador tiene explicaciones de orden interno en cada país, pero, de todos modos, revela que existe una fuerte coherencia a nivel continental. La paradoja reside en que la derecha, que gobierna en 19 de los 27 países de la UE, salió reforzada de unas elecciones que constituían un auténtico referéndum sobre el manejo de la crisis.
Más que un ciclo
Las urnas sancionaron, en cambio, la incapacidad socialista de definir una estrategia europea y de postular soluciones frente a una crisis económica que ?por lo menos en apariencia? cuestiona en profundidad la esencia del modelo neoliberal.
Más curioso aún es que la crisis obligó a los dirigentes liberales a recurrir a las recetas de la socialdemocracia o, en todo caso, a la panoplia propia del neokeynesianismo: intervención del Estado en los sectores más sensibles de la economía, como los seguros y los bancos.
La permanencia del péndulo en la derecha sugiere que se trata tal vez de un proceso más profundo que un simple fenómeno cíclico de alternancia en el poder.
"La izquierda moderada europea estaba en coma y ahora fue colocada bajo asistencia respiratoria", ironizó el ex líder de la rebelión de mayo de 1968, Daniel Cohn-Bendit, ahora convertido en exitoso promotor del movimiento ecologista europeo.
Más seriamente, el teórico británico Stuart Thomson, autor de un trabajo académico sobre el dilema socialdemócrata, afirma que "la izquierda se desplazó al centro y comenzó a postularse como una fuerza moderada y responsable. Abandonó, poco a poco, los dogmas del progreso social, se desproletarizó y se transformó en el partido de la clase media alta".
En Francia, por ejemplo, el Partido Socialista es el representante de los bo-bo (bourgeois bohèmes = burgueses bohemios). Esa nueva clase de profesionales exitosos se nutrió en la ideología de 1968 y fue girando a la derecha desde la llegada de François Mitterrand al poder en 1981 y, sobre todo, después de la caída del muro de Berlín, en 1989. En Alemania el proceso fue similar dentro del SPD; en España, con el PSOE, y en Gran Bretaña, con el nuevo laborismo de Tony Blair, que disolvió los últimos restos de marxismo en una salsa neoliberal aceptable para amplios sectores de la sociedad que, tradicionalmente, percibían el laborismo o el socialismo como "idiotas útiles al servicio del comunismo".
La crisis llegó a algunos países escandinavos ?incluso comenzó en ellos?, donde el modelo socialdemócrata parecía formar parte del patrimonio genético.
Esa corrida hacia la derecha, luego del derrumbe del imperio soviético, tuvo otra consecuencia: con sus nuevas vestimentas más presentables, la izquierda dejó de ser la vía que canalizaba el voto de protesta del proletariado, de las clases más desfavorecidas y de los sectores populares que se sienten más amenazados.
Cada vez que la izquierda dejó de representar los intereses populares, ese vacío fue ocupado progresivamente por los partidos populistas y la extrema derecha. Así ocurrió en Alemania e Italia en la década del 30; en América latina, en las décadas del 50 y 60; luego, en la Italia de Silvio Berlusconi; en Francia, con Jean-Marie Le Pen, y ahora despunta también en Holanda, Gran Bretaña y en los países de Europa del Este, donde el socialismo moderado no alcanzó a reemplazar al comunismo.
Los líderes socialdemócratas temen que el retroceso generalizado de la izquierda sea utilizado por la derecha conservadora para desmontar los últimos vestigios que quedan en pie del Estado de bienestar en Europa: el primer objetivo de esa ofensiva puede ser la abolición de la semana laboral de 48 horas, que algunos eurodiputados pretenden llevar a 60 e incluso a 78 horas.
"En las actuales condiciones ?comentó resignado el alemán Martin Schulz, líder del bloque socialista en el Parlamento Europeo?, lo único que podremos hacer es tratar de limitar el avance de las fuerzas incontrolables del mercado."
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