Aún sin cambio de discurso en La Habana
El 16 de abril de 1961, mientras un escuadrón de anticastristas financiados por la CIA se preparaba para invadir Cuba, Fidel Castro proclamó el carácter socialista de la revolución en una histórica intervención en la céntrica esquina habanera de 23 y 12: "No pueden perdonarnos que hayamos hecho una revolución socialista en las propias narices de Estados Unidos", pregonó.
Unos meses más tarde, en enero de 1962, los países de la región acordaron en Punta del Este, bajo presión de Washington, excluir a La Habana de la Organización de Estados Americanos por haberse alineado con el bloque chino-soviético en plena Guerra Fría, "incumpliendo los requisitos democráticos de la región".
Ahora, 47 años después, el Sistema Interamericano le abre la puerta de nuevo a la isla, que participó en la fundación de la OEA, en 1948, y continuó en esa organización durante la dictadura de Fulgencio Batista en los años 50 sin que nadie se rasgara las vestiduras.
Pero la derogación de la exclusión de Cuba, ratificada ayer en San Pedro Sula por los cancilleres de la OEA, llega cuando el régimen se ha mostrado más beligerante con este organismo. La puerta está abierta, pero el invitado no parece dispuesto a franquearla a menos que le den garantías de que no le arrojarán la Carta Democrática a la cara a las primeras de cambio.
Tras sumarse al Grupo de Río por iniciativa de Brasil en diciembre pasado, Raúl Castro aseguró que su gobierno "jamás" regresaría a la OEA, y más recientemente se inclinó por su desaparición.
Más incisivo, Fidel Castro, el brazo "reflexivo" del régimen, lleva días afilando su pluma y tratando de dar con la definición más punzante contra la organización panamericana. Y en su particular vocabulario ha encontrado algunos adjetivos que no inducen a pensar, precisamente, en un rápido retorno de la isla a la OEA: "Desvergonzada, repugnante, podrida…".
En su última reflexión, publicada ayer en el diario Granma, comparaba a la OEA con un caballo de Troya "que apoyó el neoliberalismo, el narcotráfico, las bases militares ". "La OEA debiera saber que hace rato no formamos parte de esa iglesia ni compartimos su catecismo", escribió el ex presidente hace tres semanas.
Para Fidel Castro, la organización ha sido desde sus inicios "cómplice de todos los crímenes contra Cuba", una "mano peluda" que apoyaba, por acción u omisión, el intervencionismo de Washington en la región. Mucho más que reingresar en la OEA, al comandante le agradaría la idea lanzada por Rafael Correa, partidario de finiquitarla y crear en su lugar una organización de Estados latinoamericanos con los mimbres del Grupo de Río y sin la injerencia de Washington. Pero la propuesta del mandatario ecuatoriano, respaldada por Hugo Chávez y otros líderes que gravitan en torno a Caracas, es vista todavía con recelo por algunos países de la región.
Triunfo relativo
La resolución de San Pedro Sula supone un triunfo relativo para el gobierno de Raúl Castro, a pesar de que ayer el régimen interpretara la decisión como una gran victoria ?"sin condiciones"? para Cuba. Por un lado, obtiene el desagravio por la "afrenta histórica", pero, por otro, tendrá que mover una ficha en un sentido o en otro ante el despliegue diplomático de los países de la región.
La mano hábil de la diplomacia brasileña, promotora del grupo de trabajo que logró el consenso en la reunión de Honduras, ha sabido contentar a todas las partes al redactar una resolución lo suficientemente neutra como para que cada quien haga la lectura que crea más conveniente: "La participación de Cuba en la OEA será el resultado de un proceso de diálogo iniciado a solicitud del gobierno de La Habana y de conformidad con las prácticas, los propósitos y principios de la OEA". No aparecen las condiciones previas exigidas por Washington (cambios democráticos, derechos humanos), pero a su vez quedan reflejadas implícitamente en esos "propósitos y principios" de la organización.
A pesar de las palabras y los gestos altisonantes, Raúl Castro es consciente de que el enemigo del Norte ya no es el mismo de hace unos meses. Y el imperialismo con rostro humano que, a sus ojos, representa Barack Obama está cambiando el tablero de las relaciones bilaterales más rápidamente de lo que a un sector del parque jurásico del Palacio de la Revolución le gustaría.
Al general, más cercano a las artes diplomáticas del presidente brasileño Lula que al discurso histriónico de Chávez, no le gusta precipitarse a la hora de tomar decisiones. El régimen reiteró ayer que no regresará a la OEA. Pero a medio plazo, en el complejo proceso de negociaciones que se abre ahora, no sería tampoco impensable un cambio de actitud de La Habana siempre y cuando su hipotético retorno a la OEA se produzca bajo unas "condiciones objetivas" favorables, es decir, con la cabeza bien alta y sin un solo reproche en su contra.
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