Churchill y el totalitarismo
Aprovechamos durante los días santos dar lectura a una interesante biografía sobre Winston Churchill, cuya autoría pertenece a José Vidal Pelaz López, doctor en Historia y profesor en dicha área en la Universidad de Valladolid, quien ha desarrollado trabajos en el campo histórico de la comunicación social y las relaciones internacionales. Este académico resalta a Churchill como uno de los hombres más extraordinarios de la contemporaneidad quien “ocupará un lugar de honor en la historia porque combatió contra los dos importantes enemigos que la democracia tuvo en el siglo XX: el nacionalsocialismo alemán y el comunismo soviético”. Churchill, ciertamente, debe ser considerado como un héroe de la civilidad; para él la democracia era el mejor sistema político, no el más perfecto, pero sí “el menos malo”.
Dentro de ese contexto, el autor que nos ocupa destaca en su libro momentos duros y dramáticos en Inglaterra, en la que Churchill ejerció un liderazgo decisivo en su enfrentamiento contra el totalitarismo nazi. De esta forma cita un fragmento de una alocución de este líder cuando advertía el inminente peligro que corrían Europa y el mundo respecto el surgimiento del partido nacional socialista y su caudillo, Adolfo Hitler, quienes desataron una ola de terror y de amedrentamiento contra quienes se les oponían en Alemania: “Todas esas bandas de jóvenes teutones que recorren Alemania con el deseo, reflejado en sus ojos, de sacrificarse por su patria, no piensan en la igualdad de armamentos. Quieren armas, y cuando las tengan, pedirán la restitución de los territorios perdidos, de las colonias perdidas. Mas debéis pensar esto: cuando esas exigencias sean formuladas, no podrán menos de conmover, quizá hasta sus bases mismas, a todos los países del mundo”. Corría 1932 y su alerta se perdió en el vacío. En ese momento la tendencia era el apaciguamiento y no tomar en cuenta a ese líder alemán fogoso y emergente tanto por sus palabras sino por lo que pudiese hacer. Poco después los alemanes subyugados por el discurso y el carisma de Hitler lo llevaron por la vía del voto al poder y de allí en adelante surgió un sistema dictatorial perverso y brutal.
El 13 de mayo de 1940, desde un Londres asediado por las bombas alemanas y una Inglaterra que se había convertido en la isla de la libertad y la democracia frente a un continente europeo avasallado por los totalitarismos nazi, fascista y comunista, Winston Churchill, ahora primer ministro, expresaba ante el parlamento inglés su posición respecto la guerra que se libraba contra los poderes opresivos de Hitler en un discurso que ha hecho historia: “Diré a la Cámara lo que ya he dicho a los hombres que han aceptado venir conmigo al gobierno: no puedo ofrecer sino sangre, sudor y lágrimas (…) Me preguntaréis: ¿Cuál es tu política? Os contestaré: hacer la guerra contra una tiranía nunca antes superada. Me preguntaréis también cuál es mi objetivo. Os responderé con una sola palabra: victoria. La victoria por duro y largo que sea el camino que conduzca a ella. Porque sin la victoria no hay para nosotros la menor esperanza”.
Churchill era un adversario acérrimo de cualquier forma de régimen unipersonal, autoritario, absolutista, dictatorial. Respecto su consideración de ese tipo de sistemas, dejó la siguiente opinión: “La dictadura, devoción fetichista por un hombre, es una cosa efímera, un estado de la sociedad en el que no pueden expresarse los propios pensamientos, en el que los hijos denuncian a sus padres a la policía. Un estado semejante no puede durar mucho tiempo”. Por esa razón, se enfrentó al poderoso aparataje armado y propagandístico del nazismo no solamente en una confrontación bélica sino mediante las ideas y las palabras: “La guerra ha comenzado cuando Hitler quería, pero no terminará hasta que nosotros estemos bien convencidos de que ha recibido lo que merece”. Aun cuando propiciaba la propuesta de una Europa reconciliada luego de la desaparición del nacional socialismo y su líder, fue muy claro en insistir sobre la necesidad de juzgar a los responsables de tanta destrucción y muerte.
En cuanto a su posición frente el totalitarismo comunista, Churchill no perdió de vista a tal tendencia que ofrecía el socialismo estatista como la panacea para sanar las injusticias y los grandes males sociales de la humanidad. Ya en 1919, cuando Lenin y los comunistas habían conquistado el poder por la violencia en Rusia, avizoró lo que vendría posteriormente: “¿Hubo jamás un espectáculo más horrible en toda la historia del mundo que éste de la agonía de Rusia? (…) ¡Y esto es progreso, esto es libertad, esto es utopía! Que monstruoso absurdo y perversión de la verdad es el representar la teoría comunista como una forma de progreso, cuando simplemente es un retroceso a las épocas oscuras”. En 1945, concluida la guerra, igualmente hizo sonar la alarma ante las pretensiones expansionistas y hegemónicas del comunismo soviético: “Necesitamos ver aún si los honrosos motivos por los que entramos en la guerra no van a ser olvidados y si las palabras libertad, democracia y liberación no van a ser interpretadas en un sentido bien distinto; si el reino de la justicia no ha de ser establecido y si otros gobiernos totalitarios y policíacos van a ocupar el puesto de los invasores alemanes”. Y desgraciadamente sucedió en Europa oriental, en Asia, en América Latina… con nuevas versiones en el siglo XXI.
Finalmente, vale dejar constancia de una cita de Winston Churchill que los venezolanos de este momento difícil debemos tomar muy en cuenta: “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia, la prédica a la envidia. Su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria… Ningún sistema socialista puede implantarse sin una policía política”.
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