La ciudad: ese libro

Por Jesús Ruiz Nestosa

ABC Digital

SALAMANCA. El perfil de la ciudad de Nueva York tiene ciertos rasgos que hacen que, aunque ella cambie continuamente, sin embargo siempre permanece igual. Con o sin el World Trade Center (las Torres Gemelas) su perfil sigue siendo familiar, vigoroso, con una personalidad muy fuerte, muy bien definida, inmutable y sin embargo continuamente cambiante. Ciento cincuenta fotografías, pertenecientes a la colección permanente del Museo de Arte Moderno de Nueva York, fueron reunidas en una exposición: “Retratos de Nueva York”, que ocupan tres salas de La Casa Encendida, un antiguo edificio que la Caja Madrid sostiene, dedicado a actividades culturales. Entre ellas, esta muestra.

Nada más que al entrar, una frase de Berenice Abbott, la fotógrafa norteamericana, nos adelanta la dificultad del tema: “¿Cómo es posible que una impresión bidimensional en blanco y negro logre captar el flujo de actividad de una metrópolis, o la interacción entre seres humanos y sólidas construcciones arquitectónicas, y todo ello vulnerándose respectivamente en el tiempo?” 

Esta colección le responde y al mismo tiempo le da la razón. Claro que interpretaciones de esta ciudad habrá tantas como personas intenten hacerlo.

La ciudad es como un libro que hay que saber leer, saber interpretar, saber analizar, pero sin olvidar su objetivo último: el deleite. 

Al lado de este texto, se exhibe una fotografía célebre: “Soldadores del Empire State”, tomada alrededor de 1930 por Lewis Hine (1874-1940).

A una altura cuyo vértigo se nos transmite a través de la imagen, unos hombres trabajan en el que iba a ser, durante varias décadas, no sólo el edificio más alto del mundo, sino también un símbolo de la ciudad que se abría generosa a los dictados de la estética del “art-decó”, por entonces en boga. 

No es la más antigua de las que se exhiben. Tampoco la más impactante. Pero sí la más significativa: la ciudad que se construye, la que conquista el espacio, la que se proyecta a las alturas.

Luego, vendrán aquellas primeras de Steichen y luego Stieglitz (1864-1946), de las primeras décadas del siglo pasado, cuando la fotografía se abría paso en las galerías de arte y los fotógrafos recurrían a trabajosas técnicas de modo que parecieran pinturas. Era la época del pictorialismo y el edificio “Flatiron” (1903) emergiendo de la neblina. 

De ahí, hasta las más recientes, incluyendo la del fotógrafo alemán Michael Wesely y sus fotografías tomadas con exposiciones muy largas. En este caso, comenzó el 9 de agosto de 2001 y finalizó el 2 de mayo de 2003. Los edificios en construcción parecen moverse, formas de cemento y sin embargo transparentes como fantasmas, que van cambiando con el paso de los días. 

Pero hay algo importante: el sentido oculto de la muestra, la corriente que la recorre secretamente y que se debe descubrir, porque es la que también le da unidad a este centenar y medio de imágenes tan diferentes. No es una historia de la ciudad a través del siglo XX, ni tan solo una interpretación. O mejor dicho, sí es esto. Pero además es una historia de la fotografía misma, los cambios que se van produciendo, la manera que su lenguaje se va adaptando a los cambios que se dan en la historia de las demás artes, la estética que se transforma en un proceso que es fascinante comprobar. Y por momentos se corta el aliento: allí está la fotografía de Helen Levit con los niños sentados en el cordón de la acera, en un descanso de sus juegos (1940). En el periódico que acabo de comprar en la calle viene la noticia de su muerte, ocurrida ese mismo día, el martes último, en Nueva York. Tenía noventa y seis años. 

Estos son ciento cincuenta retratos de la ciudad. Ciento cincuenta maneras de verla. Y habrá diez millones, por cada uno de sus habitantes. No es la única. No es la definitiva. Pero es suficiente para que la entendamos, la veamos viva, para que la sintamos un poco parte de nuestras vidas