Sobran espectadores, faltan protagonistas
Asistimos a un fenómeno social complejo de entender. Por un lado, aparece una sociedad agotada, cansada, casi al borde de la saturación, con la paciencia colmada.
Se trata de esa misma sociedad que ya no tolera ni la corrupción, ni la mezquindad, mucho menos aun estas renovadas formas de clientelismo, que sostienen en forma recurrente, el aparato de la demagogia populista.
Resulta difícil encontrar a sectores sociales que apoyen, al menos desde el discurso, a esas prácticas detestables que, para la política tradicional y el folclore local, son casi un ritual cotidiano.
Lo extraño de explicar es porque esa indignación no se convierte en acción. Estamos poblados de reclamadores profesionales. Enviadores de correos electrónicos, despotricadores consuetudinarios, quejosos de café, recitadores de la mesa familiar. Personajes que aparecen a diario en cada rincón de nuestras comunidades.
Gente dotada de excelentes discursos, que parece involucrada con su presente y preocupada con el futuro, se queda allí, a mitad de camino, con esa incapacidad evidente para articular acciones que se traduzcan en cambios concretos.
Tal vez los poderosos hayan logrado convencer a muchos de que es improbable modificar las cosas, que los cambios son imposibles y que más vale quedarse en casa de brazos cruzados. Parece habernos ganado la impotencia y la resignación.
Hay que decirlo, NO es cierto. Si alguien cree eso, tal vez sea porque resulta menos sacrificado creerlo. La apatía le gana así al discurso. Rendirse sin siquiera haberlo intentado resulta más fácil, mas sencillo, menos esforzado, MUCHO mas cómodo.
Las excusas están a la orden del día. Nadie tiene tiempo, todos tienen cosas importantes que hacer. Al menos, MAS importantes. La patria, la sociedad, el futuro no valen la pena, al menos no justifican, según esa visión, el esfuerzo de cambiar la rutina personal y mucho menos de invertir tiempo en ello.
El porvenir queda entonces en manos de los corsarios del poder. Ellos se han profesionalizado., Se dedican tiempo completo a destruir lo que queda. Se apropian del esfuerzo ajeno ante nuestra timorata actitud de ciudadanos contradictorios.
Los cafés se pueblan de filósofos, los ámbitos académicos están repletos de tecnócratas que presagian un futuro que se cumple, pero frente al cual nos quedamos mirando como al pronóstico climático. Como si nada se pudiera hacerse para cambiar el rumbo.
Periodistas, intelectuales, académicos, dirigentes con responsabilidades en diferentes estamentos, son patéticamente funcionales a lo que sucede. Todos trabajan para que las cosas sean como son. Para que sigan siendo como son. Nadie se anima a plantear un modo diferente de hacer las cosas. Todos recorren caminos tradicionales y fracasan en forma reiterada frente a un aparato profesionalmente preparado para resistir a estos blandos, endebles y espasmódicos intentos de modificar el rumbo, que solo quitan fuerzas y entusiasmo a los inconstantes quijotes modernos.
El cambio es posible. Pero no vendrá de la mano de ningún miembro del “establishment. Ellos están listos para sostener la esencia del sistema. Viven de ello, no saben otra manera de sobrevivir que alimentarse de lo que el mismo sistema genera. Pueden incluso compartir la visión, pero sus intereses personales están en juego y no les conviene que el status actual se vea modificado. Los que tuvieron que hacer concesiones para llegar a alguna parte no pueden hacerlo. Le deben demasiados favores a muchos.
Para cambiar el sistema hay que estar dispuesto a darle batalla, sin prejuicios, sin compromisos sectoriales, sin intereses mezquinos. Para ello, es preciso contar con gente dispuesta a perder mucho en el camino.
Hace falta gente capaz de dejar la comodidad. Para lograr algo, es preciso resignar mucho de la serenidad que brinda el calor familiar. Es preciso poner bastante más que un creativo mail reenviado, que critica al dirigente de turno. No alcanza con la queja sistemática. Por perseverante que sea, esa actitud, resulta insuficiente. Solo genera frustración en aquel que la emite, y cierto agotamiento en aquel que lo recibe para luego convertirse en la herramienta más efectiva para destruir incluso al prestigio del quejoso.
La actitud espectadora es un fenómeno global. Demasiada gente está dispuesta solo a apoyar lo que otros, eventualmente, hagan. Solo espectadores crónicos. No pasarán a la acción. Solo se sentirán identificados con las consignas ajenas y hasta es probable que se tomen el tiempo de ejercitar su afilada gimnasia de quejarse de todo, para incluir en la bolsa de sus víctimas a aquel que está intentando hacer algo para cambiar el rumbo.
Después de todo, su actitud espectadora se sostiene sobre la queja. No sabe hacerlo de otra manera. Esa es su especialidad: estar disgustado con la realidad, lo cual incluye a aquellos a los cuales puede reconocerle algún merito, pero que su esencia los hará criticar invariablemente. No pueden distinguir a unos de otros.
Esta sociedad necesita de protagonistas, esos son los que faltan. Los otros, los espectadores, de esos hay a montones. El cambio no vendrá de la mano de los que solo pueden aportar retórica. Hace falta mucho más que eso para hacer reaccionar al planeta. Para ello, resulta preciso contar con gente decidida, capaz de entender que debe abandonar la calidez de su entorno para pasar a exponerse. Allí encontrará dificultades, escollos, problemas. Deberá embarrarse y arremangarse para lograr lo que espera. Nada en ese recorrido será un lecho de rosas. Ese sendero estará plagado de dificultades y sobre todo, repleto de gente interesada en que nada se modifique.
Atentar contra esa situación es tocarles sus intereses, y no lo permitirán así nomás. Darán la batalla para lograr que esos intentos terminen siendo uno más de los espasmódicos movimientos de una sociedad, que ha demostrado muchas veces su escasa paciencia para la lucha, y la ausencia de convicciones para perseverar.
El cambio es posible, pero no depende de la llegada del político mesiánico que nos resolverá mágicamente todos los problemas. Eso es solo una ilusión, alejada del mundo real. Para lograr que esto se encamine, que empiece al menos a tomar otro rumbo, es preciso contar con gente capaz de liderar el cambio. Esos actores sociales no van a provenir de la política electoral. Allí solo hay espacio para las luchas intestinas, para la vocación del poder y el amor a al caja. Aun los mas honestos personajes que creen en la bondad de esa posibilidad, terminan tropezando con las trampas que les tiene preparada la política electoral. Invariablemente recurrirán a los mecanismos del clientelismo, de la demagogia, y del populismo. El sistema esta preparado para albergar solo a los que estén dispuestos a jugar con esas reglas, que le sientan tan funcionales, a la inmensa mayoría de los jugadores actuales.
Sobran espectadores, faltan protagonistas.
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