Pragmatismo sí, estatismo no
La vuelta a la normalidad en las actividades cotidianas que significa la llegada del mes de marzo obliga a evaluar la situación que enfrenta la economía chilena con una visión más actualizada, y en un marco de mayor realismo. Una mirada objetiva al cuadro actual indica con claridad que en los últimos meses el panorama internacional ha continuado deteriorándose, y en el plano interno se observa un ajuste en la demanda y en la producción que está excediendo con creces lo que inicialmente se anticipó. La brusca caída en la producción industrial reportada por la Sofofa para el mes de enero (10 por ciento) ahorra mayores comentarios.
¿Qué cabe esperar para los próximos trimestres? La persistencia de una débil tendencia en los niveles de actividad domésticos -con algunos episodios globales y sectoriales decididamente contractivos-, en un ambiente de desazón, confusión y pesimismo. La consecuencia más delicada de este cuadro es que va a provocar un importante aumento en el desempleo, que en algunos meses del año puede alcanzar niveles bastante críticos. Sin eufemismos, eso es lo que viene, y hay que prepararse para enfrentarlo.
¿Cómo abordar este negativo cuadro? Lo primero debe ser aceptar que el negativo impacto interno de este panorama internacional adverso es un trance inevitable, y que por tanto las medidas que se adopten en esta coyuntura no pueden pretender abstraerse de esta realidad ni eliminar sus consecuencias, como si el problema no existiera. Algunos tienen la percepción de que, atendida la sólida posición financiera del fisco, a través de una política fiscal más activa los problemas podrían neutralizarse. Ello no es así; las dificultades sólo pueden atenuarse.
El concepto de "blindaje" de la economía chilena, que se transmitió en su oportunidad para infundir calma en los mercados, en algunos sectores fue asociado al concepto de "inmunidad", lo cual ha alimentado expectativas que no se compadecen con la realidad.
Ante la realidad que se enfrenta, la acción gubernamental debe enfocarse hacia la minimización de los efectos que va a ocasionar este temporal, pero sin descuidar los principios fundamentales que han sustentado el buen desempeño de la economía chilena en las últimas décadas. Y aquí no se trata de aferrarse a posturas ideológicas, sino que de adaptarse a este nuevo cuadro sin incurrir en acciones desmedidas y mal pensadas que hipotequen el desarrollo del país una vez superado este trance. Para ser exitosos en esta tarea va a ser fundamental privilegiar el pragmatismo a la hora de tomar decisiones de política, pero sin caer en un derroche innecesario de recursos y en un intervencionismo estatal paralizante. El eje de las políticas públicas durante este semestre debería apuntar a aliviar la carga tributaria y burocrática que recae sobre el aparato productivo, y soltar amarras para que aquellos que generan producción y empleo puedan desenvolverse de una mejor forma en estas aguas turbulentas.
Este enfoque se contrapone con la postura de aquellos que promueven un mayor intervencionismo estatal y la introducción de regulaciones adicionales. En el caso particular del mercado laboral, en beneficio de los propios trabajadores, lo que se requiere es destrabar aquellas rigideces que dificultan la mantención de los actuales puestos de trabajo y otras que obstaculizan la creación de nuevos empleos. En el ámbito del funcionamiento de las empresas propiamente, promover la opción de que el Estado intervenga las entidades con problemas financieros está en las antípodas de la flexibilidad y agilidad que son fundamentales en una economía de mercado. El intervencionismo estatal que se está promoviendo en esta línea se enmarca en un pragmatismo mal entendido.
En circunstancias como las actuales, más que nunca se requiere de mayor flexibilidad para que los recursos puedan fluir con celeridad entre unidades productivas que inevitablemente van a tener que reducir sus niveles de actividad y empresas que van a nacer o que tendrán la posibilidad de expandirse. Cerrarse a la opción de que se materialice un cierre de actividades -lo cual se da con bastante frecuencia en el mundo de las pymes, incluso bajo condiciones económicas normales-, y más encima tener que entrar a decidir cuáles van a ser los sectores que se va a privilegiar, y dentro de aquellos tener que seleccionar a las empresas que en último término serían intervenidas por una agencia estatal, constituye la antítesis de la flexibilidad que es inherente a las economías modernas de mayor dinamismo. Chile ya superó esta etapa y pagó un elevado costo por ello. No es tiempo de volver atrás, sino de avanzar, aprovechando esta oportunidad para potenciar un mayor crecimiento económico y un mayor dinamismo en la generación de nuevos empleos.
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